El Gobierno, este 20 agosto de 2023, hizo entrega, a las familias, de diez de los restos de los republicanos asesinados de Navalmoral de la Sierra y de Pajares de Adaja, Ávila, hechos perpetrados en agosto de 1936 por los falangistas durante el Golpe de Estado Militar contra la II República Española.
Entre esos restos se encuentran los de mi abuelo, Raimundo Meneses Redondo, miembro de la Casa del Pueblo de Navalmoral de la Sierra, asesinado con otros compañeros el 6 de agosto de 1936 mientras segaban en la comarca de La Moraña, en Fuente el Saúz, siendo nueve los llamados Los Segadores de Navalmoral de la Sierra. Aunque fueron 30 en total las personas asesinadas de Navalmoral, entre ellos la hermana de mi abuelo, Calixta Meneses Redondo y su esposo Gregorio Pérez del Peso. Como lo fueron Rito Martin Redondo, Fernando Jiménez de la Parra, Laureano Pérez Piera. Y así hasta los 30 asesinados de Navalmoral de la Sierra. Como igualmente asesinados en la siega, fueron siete personas de Pajares de Adaja.

Estoy fuera de mi casa porque me hacía falta espacio, amplio y sin coacciones ni difusas amenazas, fantasmas del pasado, tan presentes aún en nuestra insuficiente democracia. Salí para poder respirar, después de las gestiones desesperadas de estos últimos meses hasta, al cabo de 16 años de búsqueda, haber podido inhumar, este domingo 20 de agosto 2023, a mi abuelo Raimundo Meneses Redondo, cuyos restos ya reposan junto a los de su esposa, mi abuela Marcelina Pérez Martín difunta desde 1979, en el cementerio de Navalmoral de la Sierra.
Para poder respirar, y para no ahogarme de emoción por haber recuperado, al cabo de 87 años de espera generacional, los restos del abuelo Raimundo. Pero también para no sucumbir de indignación, no sólo contra la injusticia de su asesinato sino contra la injusticia de la espera.
Una espera que sigue alargándose, una vez recuperados los restos, porque justicia formal aún no ha sido hecha, esa de mencionar, juzgar, y publicar oficialmente los nombres de los asesinos; cosa sin embargo más fácil de hacer que lo ha sido identificar los huesos de nuestros asesinados.
Fácil de denominar a los asesinos, y más sabiendo que los franquistas documentaban todas las acciones, crímenes y horrores que cometían porque, para ellos, era un honor, una cruzada, asesinar a los rojos y no rojos que estimaban peligrosos para su ideología de supremacía de “raza” y de hegemonía del poder y de acaparamiento personal de las riquezas de la nación España.
Sabemos quienes son: hemos convivido con ellos en esos pueblos desde el Golpe, se han paseado en la posguerra como los amos que se sabían del pueblo, de instituciones, de tierras y de chepteles robados o incautados. Se paseaban, sí, aunque siempre con la precaución de ir en grupo como matones, y armados, como pueden testimoniar las personas que lo han vivido más de cerca.
Nos falta aún que se abran los archivos clasificados para corroborar nombres y apellidos, para saber, para por fin poder cerrar el capítulo que no está completo sin los nombres de los asesinos, que no estará completo sin un juicio, por contumacia u otro tipo de juicio legal, sobre este pasado. Un capítulo del pasado al que no se puede poner la palabra “fin” hasta conseguir el reconocimiento y la rehabilitación oficial de nuestros muertos.
Porque el olvido no existe, siendo los humanos y humanas seres pensantes con memoria viva y sentimientos. Y el perdón, ese que quieren los equidistantes que conceda la víctima, ese perdón es otra infamia añadida a la infamia.
Ni olvido ni perdón: queremos justicia y reparación, las que todavía estamos esperando.
Y sobre esta justicia y reparación, ya son 88 los años de espera que han empezado a correr, a partir de este mismo 20 de agosto de 2023. ¿Hasta cuándo?
No nos moverán. Hasta la victoria siempre. ¡Venceremos!
(*) Licenciada en Derecho en la universidad de Panthéon-Sorbonne; socia del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid; autora del poemario Kaleidoscopio Oscuro sobre la condición de la mujer en la España Franquista