Hace ya 9 años que la película Pride (Matthew Warchus) se estrenaba en cines convirtiéndose en un éxito inmediato que encantó (cosa poco habitual) tanto al público como a la crítica.  Ambientada en los 80, en plena Gran Bretaña, nos retrata una Inglaterra con Margaret Thatcher reprimiendo la lucha obrera y ahogando las libertades de la población con mano de hierro. En el 84, el Sindicato Nacional de Mineros (NUM) convoca una huelga ante la creciente pérdida de derechos y endurecimiento de sus condiciones laborales. Hasta aquí, la sinopsis probablemente no nos haya parecido nada sorprendente ni diferente a lo tantas veces reflejado en ese tipo de cine inglés de denuncia social, al que directores como Ken Loach ha dedicado su vida. Entonces… ¿qué tuvo de especial este filme? Sin lugar a dudas, su transversalidad entre la lucha obrera con el movimiento LGTBI+.

La comedia no está reñida con la veracidad histórica ni con despertar la conciencia en el espectador. El apoyo espontáneo de un colectivo LGTBI+ hacia los mineros en lucha y su reivindicación conjunta, se convirtió en esta película en un canto al ser humano y la solidaridad, una mirada de amor hacia sus personajes y en una joya del cine británico.

UNA MIRADA A NUESTRO PAÍS O EL CINE QUE LA DERECHA NO QUIERE QUE VEAS

Desde hace unos años, coincidiendo con la formación de un partido de extrema derecha con nombre tan corto como las miras de sus seguidores, está habiendo una persecución sin tregua hacia el cine que, o bien relata la historia que la derecha niega o bien está hecho, dirigido, protagonizado o producido por personas de pensamiento progresista.

La cultura es un derecho del pueblo, no un negocio. Menos mal, porque la homogeneidad que el mercado premiaría, convertiría el arte en un erial

La derecha nunca se preocupó por promocionar la cultura; más bien al contrario; el pueblo inculto es siempre más fácil de doblegar y de engañar. Y estamos reviviendo un desprecio hacia el arte en general y hacia el cine en concreto sin precedentes desde la dictadura. Muchos seres salidos de la caverna envalentonados por el auge de la extrema derecha y que encuentran altavoz en unos medios tan sesgados como su opinión, se consideran además expertos en cine; tanto, que estiman el valor de una película por el dinero que recaude. Y van esgrimiendo esta absurda vara de medir la calidad cinematográfica, en sus lamentables opiniones. Señores míos reaccionarios, entérense y comprendan (si pueden) que la cultura es un derecho del pueblo, no un negocio. Y menos mal que no es así, porque si solo se subvencionara esperando un retorno, estaríamos avocados a sufrir un cine sin matices; la homogeneidad que el mercado premiaría convertiría el arte en un erial, sin duda.

Te estoy Amando Locamente es una de esas películas que están intentando hundir; seguramente que trate sobre la lucha obrera y el movimiento LGTBI+ recién muerto Franco, será pura casualidad (léase con ironía). Pero es, además, lamentable que ni siquiera sepan los números reales, y critiquen se haya llevado un millón de euros de subvenciones y haya recaudado solamente 67.000 euros. (La realidad es que no es cierta una cosa ni la otra); o que la comparen con el cine de Segura al que alaban enormemente y ponen de ejemplo de buena dirección por el mero hecho de que recauda mucho…

Lo que hay detrás de estos linchamientos públicos no es más que el deseo de silenciar y desprestigiar a directores y directoras valientes que muestran la vergonzante realidad de una España heredera del franquismo; esa misma que algunos añoran. Autores y autoras sin miedo siempre habrá, por mucho que borren sus versos, intenten boicotear sus películas o menoscaben su imagen pública. De eso trata el arte, señores fascistas, por mucho que a ustedes les moleste.

UNA PELÍCULA NECESARIA Y DE CALIDAD INDISCUTIBLE

La realidad es que estamos ante un estreno que de nuevo ha emocionado a la crítica que con voz prácticamente unánime la está encumbrando como clásico inmediato del cine español.

La acción sucede en 1977 en Sevilla; recordemos que el colectivo LGTBI+ en aquella época no solamente estaba estigmatizado y sus integrantes eran reconocidos como enfermos mentales (con electroshock como terapia estrella), sino que eran también delincuentes según la Ley de Peligrosidad Social. Basada en hechos reales, nos muestra a través de la vida de un adolescente homosexual de 17 años (Omar Banana) el nacimiento del movimiento en favor de los derechos que inició el Orgullo tal como lo conocemos.

Alejandro Marín, director del filme y muy joven para haber vivido esos hechos, reconoce que la idea inicial del proyecto comenzó ante la llegada de VOX al Parlamento andaluz; hecho que le hizo pensar en todos los derechos que corrían peligro y que con tanto trabajo han sido conquistados desde el franquismo.

Es significativo que en una de las imágenes de archivo se vea una pancarta que dice “Movimiento obrero, movimiento homosexual, una misma lucha”, y es que se ha tratado de forma interseccional la lucha proletaria y la de los derechos LGTBI+; el director tiene claro que el mensaje es que hay que seguir reivindicando y que no todo está conseguido. Se ha vuelto a un momento de reacción clara y no hay que bajar la guardia. Y desde luego, no se debe desideologizar al movimiento; fiesta sí, pero siempre desde el compromiso político.

Desde un punto de vista más técnico, cabe destacar la fotografía, un diseño de producción brillante, y una gran banda sonora. Los actores (pertenecientes algunos al movimiento LGTBI+), nos obsequian una interpretación sobresaliente, destacando especialmente la actriz Ana Wagener en el papel de la madre del protagonista; una sufrida mujer atrapada entre el amor a su hijo y los prejuicios sociales de la época. Cada escena se convierte en un ejercicio de empatía hacia ella; sin duda, no sería de extrañar que optara a un Goya por este magnífico trabajo.

La dirección personal y emotiva de Marín junto con un guion que rebosa autenticidad, han logrado una película que, aunque no recaude tanto como algún cine rancio —ese tan del gusto de la España reaccionaria—, es un placer para los sentidos, para el alma y un revulsivo para seguir defendiendo nuestros derechos, hoy y siempre.