Pinta muy mal el camino por el que ya circula la salvaguarda de nuestra memoria histórica, la democrática que no otra, como consecuencia de la conformación de los nuevas ayuntamientos y comunidades autónomas tras los comicios de mayo. Los retrocesos —o la vulneración por omisión de poner en práctica y desarrollar una ley vigente y avalada por la mayoría parlamentaria que la apoyó— se están constatando con una fluidez que algunas veces cuesta entender. La entrada en las instituciones de la extrema derecha franquista, de la mano del PP, y del fortalecimiento de aquello que ellos mismos denominan combate cultural contra el adoctrinamiento —que se le presupone a la izquierda a la hora de mantener un discurso coherente con la defensa de valores básicos marcados por la convivencia y el respeto— nos han hecho retroceder ochenta años hasta el abismo cultural y social que produce el odio, la barbarie y el analfabetismo deseado y sostenido del más puro y rancio fascismo. Y ahí va el origen de esta indignada reflexión.

Las calles de la ciudad de Alicante aparecieron, ya entrado el mes de julio, con pintadas que etiquetaban a Miguel Hernández, al poeta, de terrorista. El o los energúmenos que han realizado tal hazaña, especímenes de tan baja estofa moral que jamás, parece, se habrán acercado a ninguno de sus universales versos —aunque fuera verso suelto y leído por error— en toda su existencia, utilizan burdamente la mentira para atacar y combatir a quien consideran su enemigo, en este caso a un defensor del orden constitucional, además de reconocido poeta (eso tampoco deben saberlo). También desconocen que su enemigo es su propia ignorancia y, como los cobardes, no actúan solos, aunque lo ejecuten con nocturnidad. Evidentemente esta situación llega porque se permite que estos vándalos campen por sus fueros y con absoluta impunidad mientras se les indica el camino a seguir desde ámbitos menos mundanos.

El ascenso de las posiciones ultras y franquistas en las instituciones, y no sólo en lo que a memoria de refiere, tiene responsables: la dirección del PP está permitiendo que, a partir de los pactos poselectorales, miembros de VOX gobiernen (sí, sí, gobiernen y gestionen nuestras vidas) en Comunidades como el País Valencià, Aragón, Baleares o Extremadura —ya lo venían haciendo en Castilla y León desde hace meses— con unos planteamiento radicalizados que, sin esta alianza política, lejos estarían de poder hacerlo por ellos mismos. Creyendo tener la posesión de la verdad —pero la verdad absoluta no cualquier verdad—, mienten y falsean con premeditación pretendiendo terminar con su rival, sin importar la forma para conseguirlo.

Doble responsabilidad, por tanto, de un partido, el PP, que pretende gobernar el país de aquí a pocos meses. El fingimiento y el engaño tampoco les son ajenos al modus operandi de los populares españoles como podemos comprobar en cada intervención de su actual presidente. Pero ese talante no es exclusivo del diputado Feijóo; no, no, está generalizado en todo el partido.

Mariano Cuadrado era maestro y fue el último alcalde republicano de Torrelodones, pueblo serrano madrileño, al que fusilaron los fascistas en septiembre de 1939 junto con otros cargos públicos, alcaldes y concejales, de la zona. En 2014 la corporación acordó rendirle reconocimiento con una placa a su memoria; los partidos asumieron aquella iniciativa que presentaron los socialistas; el PP también. La actual alcaldesa popular ha dado a los de VOX la segunda Tenencia de Alcaldía y otras responsabilidades a la par que asumía su deseo de llevar a cabo… la retirada de símbolos y honores a los responsables de los crímenes del comunismo y de los representantes gubernativos de la II República española, en pro de la concordia… y en consecuencia eliminará la distinción que entonces su partido apoyó.