Los y las zaragozanas acabamos de terminar las fiestas del Pilar del 2023. Entre conciertos, fuegos artificiales y actividades culturales está siempre presente la jota en diversos espacios repartidos por la ciudad. Una de las que ha sonado, bastante conocida aunque ni de lejos la más famosa, es el Sitio de Zaragoza. Narra un episodio de la ciudad, el más conocido de la larga historia de la capital aragonesa: el terrible asedio al que fue sometida por las tropas de Napoleón.

A un jotero, y seguro que no al único, los acordes de esta jota y su paso de baile que rinde homenaje a los resistentes, le recordó a lo que está pasando estos días en Gaza. Con un acto discreto pero de un fuerte contenido simbólico sacó de debajo de su faja un pañuelo palestino al final de la actuación. El que quiera entender que entienda.

La guerra es un infierno, es cruel e irracional. Pero la guerra, el sitio y el bombardeo en terreno urbano donde habitan miles de personas en un espacio reducido de terreno es una de las mayores barbaridades que puede sufrir el género humano. Como en 1808, pero con un armamento infinitamente más destructivo y una mucho mayor densidad, la población palestina está sufriendo hoy, ahora mismo mientras lees estas líneas, un nuevo paso en su eliminación física como Pueblo. Miles de civiles, de niños y niñas incluidos, están siendo bombardeados sin refugio en el que esconderse, cercados por una valla y con hospitales y centros médicos o destruidos por los bombardeos o desabastecidos por el bloqueo a la franja. Pero esto no es nuevo, desde 1948 los y las palestinas están sufriendo un régimen de apartheid. Esta es, debería ser, la gota que colmara el vaso.

Frente a interesadas y maniqueas equidistancias lo que está aconteciendo en el otro extremo del Mediterráneo tiene un único responsable: el Estado de Israel. Y ese genocidio, sin exagerar ni un ápice pues es la eliminación sistemática del Pueblo palestino, está sucediendo ante nuestras narices con el beneplácito de Estados Unidos y la Unión Europea. Aunque con la oposición de las clases populares que desde el inicio de esta nueva fase del exterminio se han echado a la calle para denunciarlo marcando una clara diferencia entre la opinión pública y el poder.

Una de las raíces de la izquierda social y política, y en concreto del movimiento obrero y de los y las comunistas, es el internacionalismo, el internacionalismo proletario en términos más exactos. El término que puede sonar a palabrería marxista es muchísimo más simple de lo que parece. Es un principio político por el cuál ninguno de los parias de la tierra, de los y las explotadas, ya sea un trabajador español o un niño palestino, podemos ponernos por encima del otro. Es la solidaridad llevada hasta sus últimas consecuencias. Sabemos de sobra que nada se puede esperar del Partido Socialista Obrero Español que con sus declaraciones de los últimos días se ha situado junto a los genocidas, ver para ello las recientes declaraciones de nuestro expresidente Javier Lamban. ¿Pero nada se puede esperar del resto de grupos políticos de la izquierda del Estado Español?

Para los y las que nos declaramos internacionalistas y para los que reivindican legítimamente derechos para sus naciones dentro del Estado debería ser una exigencia al Gobierno de España el reconocimiento inmediato del Estado Palestino y la condena clara, y sin equidistancias cómplices, de Israel y de su inhumano asedio a Gaza y arrancar el compromiso de que ni un sólo soldado del Ejército participará en acciones de apoyo a los sionistas; sea cual sea la “obligación” que tengamos que cumplir con la organización internacional OTAN. Y si esto no se cumple paralizar las negociaciones de Gobierno hasta votar en contra de la conformación del nuevo Gobierno si es necesario. Ya basta de apelar al derecho internacional que de nada ha servido al Pueblo palestino las últimas décadas; ya basta de palabrería y de pedir confianza en leyes que solo son papel mojado frente al imperialismo. Charlar y hacer son cosas diferentes, incluso a veces antagónicas. No nos podemos quedar únicamente en la indignación moral. Hay que actuar con las herramientas que tenemos: organización y movilización en la calle y oposición rotunda en las instituciones.

La gran enseñanza de las dos Guerras Mundiales es que los partidos de izquierda, anticapitalistas y socialistas, deben denunciar con todas sus fuerzas el injusto orden internacional aunque esto sea una opinión impopular y les pase factura en el corto plazo. No cabe colaboracionismo alguno con el genocidio ni con el imperialismo que conduce a la humanidad hacia la barbarie. Quizá sea un movimiento arriesgado desde el punto de vista de las correlaciones parlamentarias; pero si no lo hacemos estaríamos mandando nuevamente un nefasto mensaje al mundo.