¿Recuerdan lo de apaga la tele, enciende la imaginación?, pues hoy se torna una exigencia inexcusable considerando el nivel de degradación del espacio catódico, un hábitat insalubre con el que hemos de sobrevivir a diario ocupados por los Vicente Vallés de turno y los tertulianos de saldo y perfil. En medio de la operación genocidio de Israel, la deriva paranoide de la caja tonta nos enerva mentalmente y, paso a paso, impone cierto espíritu melancólico que puede llegar a validar como aceptable incluso la imagen de la realidad en blanco y negro con el discurso de cualquier otra pantalla del pasado fue mejor, Calviño incluido.

Ahora que nos quieren hacer creer que “La fábrica de la tele” es un servicio público, Ama Rosa nos lo repite por eso de que miente que algo queda, y que el servicio público radiotelevisivo ha mutado en los últimos tiempos en un lamentable espectáculo contra la razón, emplatado por Masterchef Celebrity, con caso Forqué mediante, ha llegado el momento de vindicar el Derecho a la Información Digna y una suerte de Ecología Política de la Comunicación por la vida y por el planeta. De lo contrario, como demuestra Mariola Cubells en ¡Mírame tonto! Las mentiras impunes de la tele, la función terapéutica de la pequeña pantalla lejos de narcotizarnos amenaza con poner en peligro la vida normalizando una cultura del exceso propia de este capitalismo excedentario que todo lo devora. La lógica espectacular y el discurso de la barbarie de los medios mercantilistas es lo que tiene, el cultivo de las semillas de la violencia, como demostrara Gerard Imbert. De manera que se impone el virus del mundo al revés en el que Belén Esteban es la princesa del pueblo y el pueblo palestino una organización terrorista, el malo de la película que nos quieren vender a golpe de recital goebbelsiano.

Si, como decía Leopoldo María Panero, la locura no se cura, parece que lo de la televisión paranoide tiene poco arreglo. Al menos, de momento. Algunos que habitamos en la locura de tomar el cielo por asalto, sabemos, gramscianos que somos, que todo es posible en los frentes culturales de la contrahegemonía. Aquí y en Argentina, donde Milei amenaza con recortar todo lo que hace sostenible lo común, sean derechos y libertades públicas o presupuestos para los sectores más vulnerables. Vuelta al discurso cínico de la corrupción, la casta y los carapintadas, un retorno al autoritarismo disfrazado de avance libertario que conecta con los gamers y otros neoliberales del anarcocapitalismo poco duchos en el conocimiento de la astucia de la razón y de la historia, inmersos como están en los relatos impostados. Suerte que toda motosierra tiene su motomami y que, por ende, todo tiktokero encuentra su contrarréplica en forma de cultura subalterna y plebeya. Por mucho que recorte Milei y sus replicantes somos más los que sabemos sumar y multiplicar, y no creemos en la parábola de los panes y los peces. Nuestra fe es otra, y se llama humanidad. Tenemos un imaginario radical constituyente, y el rayo que no cesa. Pero la revolución, ya saben, no será retransmitida en directo, menos aún en la era Murdoch.