Pensamos que somos libres. Nos sentimos libres, dueños de nuestros sentimientos, de nuestras emociones, de nuestros gustos. En nuestra cultura, capitalista y burguesa, el artista es símbolo de libertad. Los escritores se sienten libres y los lectoras y lectores también piensan que leen lo que libremente eligen leer. La Literatura como tierra de la libertad, como ese sentimiento que es pieza clave de esa libertad de expresión que todos entendemos como rasgo insoslayable y determinante de toda sociedad que se quiere libre y democrática. Escribir y leer como ese acto de voluntad que nos confirma y constituye como seres libres. La libertad como condición de lo humano. Pero la libertad en el capitalismo siempre es libertad condicional.

En Octubre del 2001 se editaba en España La CIA y la guerra cultural, de Frances Stonors Saunders que venía a cuestionar ese reino de la voluntad individual tanto de los escritores a la hora de escribir como de las lectoras y lectores ya no solo para decidir sus lecturas sino también para dilucidar sus juicio o gusto sobre ellas. Lo que el libro mostraba era la fuerte intervención de la CIA en el campo cultural posterior a la segunda guerra mundial, con el fin de lograr que los escritores, críticos, editores, periodistas y demás hacedores de criterios y gustos culturales ejercieran sus actividades difundiendo sus intereses y valores políticos al motivarlos/manipularlos/corromperlos para que ejerciesen sus actividades en la dirección deseada pero “por razones que piensa que son propias”. Toda una OTAN cultural, encargada de bombardear, desde Fundaciones, Instituciones, Seminarios, revistas y publicaciones, toda posición cultural en las que se presumiese cualquier clase de relación con el anticapitalismo revolucionario. Toda una estrategia encaminada “a presentar, a través de ciclos de conferencias, artículos o montajes teatrales, una imagen seductoramente moderna de la cultura americana útil para crear un ambiente favorable a los intereses de EE. UU. Y para contrarrestar la atracción de los intelectuales y los universitarios locales por los cantos de sirena del comunismo-soviético”. Entre las muchas intervenciones que Stonors documenta se citaba la constitución, en 1950, de un llamado Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC) con un Comité español presidido por Laín Entralgo que iba a contar con el conocido crítico y ensayista Josep María Castellet como secretario.

Precisamente sobre la figura de este último, Josep María Ruiz Simón, colaborador del diario La Vanguardia ha venido escribiendo una reciente y brillante serie de artículos que ponen al descubierto la fuerte relación de Castellet con aquel conglomerado USA desde que, en sus inicios profesionales, se desempeñó como empleado en el Instituto Norteamericano de Cultura. Autor de libros como La hora del lector (1957), Veinte años de poesía española (1939-1959) o Nueve Novísimos (1970), que fueron y son libros que todavía hoy influyen poderosamente en los criterios y gustos desde los que nuestra literatura es leída, enjuiciada y degustada, Castellet, agazapado en un lenguaje paramarxista que provocó fuerte desorientación en las aguas de la cultura del tardofranquismo, no cejó de reivindicar la famosa “autonomía relativa” de la literatura frente a los procesos cambiantes de la historia ni, desde posiciones estéticas convencionales, dejó de fomentar esa idea, todavía hoy tan aceptada y extendida, de que el único compromiso que acaso debe pedirsele a la literatura es el compromiso con ella misma. Una verdad de perogrullo cuyo contenido real nadie explica.

Hoy, en tiempos en los que Ruiz Simón señala que paradójicamente tanto abunda el anticomunismo y tanto escasea el comunista, no parece que la CIA necesite poner en marcha ninguna guerra cultural. Hace ya tiempo que la han ganado. El aplastante dominio del capitalismo sobre los medios de comunicación y su imperio sobre los medios de producción de necesidades (las de escribir y leer incluidas) no parece que lo haga necesario. Al fin y al cabo todos hemos acabado aceptando que saber inglés es algo absolutamente necesario para el futuro de nuestros hijas e hijos. No deberíamos sin embargo dejar de preguntarnos por qué se escribe lo que se escribe, por qué leemos lo que leemos o por que nos gustan los libros que nos gustan. Por si acaso.