Un año, sólo un año después, nos vemos ante una nueva asamblea de IU. Atrás quedaron los llamamientos a la unidad, los propósitos de enmienda y las forzadas autocríticas. Ahí es ná, como diría una castiza. Todo ello compatible, cómo no, con informes aprobados por amplias mayorías que hablaban de recuperación, de votos prestados, hasta llegar a esa fórmula que nos sitúa en la política como misterio insondable: victorias que se saldan en estrepitosos fracasos electorales, hasta llegar, se supone, a la victoria absoluta que consistiría en desaparecer electoralmente pero eso sí, con un ZP que pasaría de la minoría mayoritaria a la mayoría absoluta. Si los partidos como el estado están condenados a pasar al museo de la historia, nuestro coordinador y su equipo pueden conseguir, en un tiempo record, que nos hagamos totalmente prescindibles para la política y para la historia de nuestro país. Planifican candorosamente nuestra derrota como la victoria de la izquierda. Audacia sobre audacia.

Pero lo que más sorprende es lo poco que le duran las mayorías a este coordinador. Ha conseguido perder y ganar tantos amigos en estos últimos cuatro años que difícilmente sabrá quiénes son los suyos porque o todos lo han sido o podrán serlo en el futuro. Es más, el estilo llega a tales niveles de virtuosismo que cada Consejo Político es diferente al anterior, con mayorías que se urden y se articulan en torno a dádivas, prebendas y demás emolumentos, con un pequeño inconveniente: que los cadáveres de los amigos empiezan a inundar la geografía española.

Claro, hay otro inconveniente, si se quiere menor, que consiste en el desfallecimiento de IU, en la pérdida de referentes externos e internos, en la denodada actitud de aparecer en los medios afectos sin importar mucho el estado real de un conjunto numeroso de hombres y mujeres que sufren por IU, que voluntariamente dedican tiempo y trabajo a una organización a la que sienten cada vez más lejana y con la que es cada vez más difícil coincidir porque no participan en la toma de decisiones y las que se toman, poco o nada tienen que ver con sus auténticas aspiraciones.

Esta asamblea extraordinaria debe, tenemos que hacerlo posible, propiciar una solución nada ordinaria: que convierta la rebeldía, la rabia contenida, las frustraciones en fuerza y materia gris para el cambio. Frente a los pasteleos por arriba de los que sueñan con repartirse un cada vez más menguado poder, la aspiración a la dignidad, a la autoafirmación consciente en las verdades de un proyecto que es nuestro y que no puede morir en manos de un tacticismo ciego y de una política cada vez más politicista y sin alma.

Una asamblea extraordinaria que impulse
extraordinariamente las energías latentes y que nos haga recuperar la ilusión por la emancipación.