Encaramos el tramo final hacia la Asamblea Federal Extraordinaria tras un proceso de clarificación que tras ciertas dificultades ha empezado a producir resultados. El debate político se ha situado, aun con algunas zonas grises, en una disyuntiva que simbólicamente se establece entre optar por un proyecto «ecosocialista» o por mantener el «hilo rojo» de una convergencia política en la que la cuestión de clase, la propiedad en definitiva, juegue un papel central.
El lenguaje es una de las primeras víctimas de las batallas políticas. La sugerente denominación «ecosocialista» se ha pervertido hace ya tiempo como consecuencia de la cooptación por el Sistema de un movimiento alternativo tan prometedor en su día como fue el de los Verdes alemanes. Hoy es sinónimo de abandono de la voluntad de transformación social, de una «realpolitik» que personifican como nadie Joschka Fischer y sus adláteres, convertidos en cómplices del desmantelamiento de las conquistas de 150 años del movimiento obrero alemán. De ahí que la defensa del «hilo rojo» venga a significar en nuestras circunstancias un posicionamiento en favor de articular una izquierda antagonista, no subalterna.
En un plano diferente está el debate sobre el modelo organizativo, sobre la democracia en IU. Aquí se nos presentan aparentemente dos alternativas que llamaré «virtual» y «democrático-formal». La IU virtual, organización mediática de gabinetes, asesores y cargos públicos, es el modelo ideal para librarse de unas bases «anticuadas» poco proclives a los discursos «modernos». Es también una herramienta electoral para captar el interés y el apoyo de sectores de esas bases, hartas de unas direcciones «irremplazables». La IU democrático-formal, a pesar de sus declaraciones de intenciones, representa el esquema de partido de corrientes, sensibilidades y otros agrupamientos. Por un lado da peso a las bases pero por otro se lo resta al sumarlas y reducirlas a «cotizaciones» de los líderes, a pesos relativos que se utilizan para definir las proporciones en los pactos internos.
Desde mi punto de vista, la posición de partida está clara: hay que apostar por el «hilo rojo» y por una IU democrática, «propiedad» de las bases. Esta es la condición previa para poder avanzar. Pero no podemos quedarnos ahí. Porque por un lado corremos el riesgo de tirar por la borda el potencial crítico y transformador del discurso ecológico radical, algo ocurrido ya en gran medida, quizá porque nunca se asumió del todo, con el discurso feminista. Y por otro porque podemos quedarnos en una recuperación formal de la soberanía de las bases para pasar a enajenarlas definitivamente con otro pacto de dirigentes en una IU-partido.
Durante unos años, IU fue capaz de catalizar y polarizar en torno a sÍ gran parte de las energías alternativas que surgían en la sociedad española. Hoy, después del tiempo perdido y de los grandes cambios políticos que se han producido, esas energías se expresan en gran medida fuera de IU. Una pequeña parte ha emprendido el camino de las «izquierdas periféricas» en busca de nuevos proyectos de identidad más o menos «mágicos». Otros proyectos se definen «por fuera» de la política. En ambos casos se trata sustancialmente de reacciones a la incapacidad de la izquierda tradicional para proponer un esquema de participación y de representación correspondiente a las mutaciones sociales que se están produciendo.
Hay otra salida
El esquema democrático-formal para IU ya no nos vale. Lo único que haría sería convertir a IU en un partido político a la antigua usanza, pobre y debilitado en términos de militancia. Lo que aprendimos en los felices años 90 fue que la apertura, la porosidad y la imposición voluntarista de los métodos y las formas de la elaboración colectiva a los esquemas tradicionales nos permitió canalizar esas energías críticas y alternativas y llegar a decir con convicción «somos la alternativa». Luego cometimos errores, dejando a IU que evolucionara hacia un partido político convencional, pero no olvidemos que quienes presionaron más en esa dirección fueron los antecesores de los «ecosocialistas» de hoy. Que quienes libraron la batalla por un movimiento político y social frente a un partido hoy no sean capaces de proponer mejor solución que la que en su día combatieron, no deja de ser una victoria póstuma de la Nueva Izquierda.
Hay otra salida. Podemos recobrar un papel para IU en la construcción de ese nuevo esquema de participación y representación que se necesita. Para ello, hay que rescatar las Áreas y ensayar otras vías de compartir el poder con quien tenga propuestas que hacer, programas que defender y aplicar. Hay que convertir a IU en una plataforma de democracia participativa al servicio de los sectores críticos y alternativos, para construir el nuevo espacio público, político e institucional que las nuevas formas de contestación al capitalismo global demandan. No basta con pedir que se venga a elaborar el programa, hay que oponer a la representación-delegación y a las máquinas electorales una idea de representación política apoyada en formas múltiples de participación.
Todo eso se compadece muy mal con las secretarías, las grandes responsabilidades ejecutivas, en definitiva, con todas las formas organizativas convencionales que se están proponiendo en nombre de la recuperación democrática. No hay en ellas ninguna garantía de que se recuperará el carácter de movimiento político y social, la nueva forma de hacer política. Por el contrario, tendremos otro partido más. Y muy probablemente, llamado a repetir la historia, esta vez como farsa.