El pasado mes de noviembre, participé en el Líbano, en representación del PCE, en la Conferencia euro-árabe que organizó el PC del Líbano, con motivo de su 80 aniversario. En el «Mensaje de Solidaridad» que ahí todos suscribimos se señalaba el momento crítico por el que atraviesa la Región de Oriente Próximo, como consecuencia de la política hegemonista de los EE UU, de su estrategia de dominación que persigue imponer la preeminencia de sus intereses estratégicos en el conjunto de la zona. Precisamente en nombre de la Soberanía del Líbano se condenó la Resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU aprobada en septiembre pasado, por empeño de Bush y de Chirac.
Esta Resolución es especialmente perjudicial porque desestabiliza el Líbano; representa una intervención directa en un escenario especialmente sensible, alterando el delicado equilibrio político y de convivencia libanés, pactado por consenso en los Acuerdos de Paz de Taef de 1989 tras 15 años de cruenta guerra civil. La Resolución 1559 pretende de hecho invalidar y sustituir dichos Acuerdos, con el consiguiente peligro de provocar una triple confrontación, entre libaneses y sirios, entre sunitas y chiitas, entre cristianos y musulmanes. Por estas razones, esta Resolución tenía pocas probabilidades de ser tenida en cuenta y aplicada en frío. Con el asesinato de Hariri se tiende a crear el revulsivo necesario para su aplicación, ahora ya en caliente.
La Resolución impone medidas perfectamente hilvanadas: la retirada total e inmediata de las tropas sirias del Líbano, la desmilitarización de Hezbollah, así como de los campamentos de refugiados palestinos. Conviene tener en cuenta que la presencia militar siria fue acordada en su día entre el Líbano y Siria, asumida y regulada después en los Acuerdos de Taef, y avalada por la Liga Ärabe. Si Occidente hubiera hecho gala de la misma intransigencia hacia Israel y el cumplimiento de las múltiples resoluciones de la ONU, la presencia militar siria en el Líbano hubiera sido del todo innecesaria. Es más, para amplios sectores libaneses, la presencia siria representa aún una garantía para impedir que el Líbano vuelva a caer en manos de Israel, y rubrique un pacto como el que suscribió a primeros de los años 80 el entonces presidente Bachir Gemayel, hijo de Pierre Gemayel, el que fuera en 1936 fundador de la Falange y sus tristemente famosas Fuerzas Libanesas, representantes de la extrema derecha cristina maronita.
Atentado contra Hariri
El atentado contra Hariri es la manifestación de una trama pensada para desencadenar dinámicas de confrontación en varios planos. En el plano nacional libanés, con la vista puesta en las elecciones parlamentarias de mayo 2005, calentadas desde ya mediante la crispación dominante y los intentos de rebelión «modelo Ucrania», tan de moda y rentable últimamente. Se persigue, en medio de tanta confusión, conseguir unos resultados electorales favorables a los intereses de EE UU e Israel. Estos no abandonan la idea de disponer de nuevo de un Líbano dominado por los cristianos maronitas, para poder así ser el tercer país, tras Egipto y Jordania, que proceda a la normalización de relaciones con Israel.
En el plano bilateral Líbano-Siria, con la creación de un clima hostil entre dos países y pueblos unidos por vínculos milenarios. Es una pieza más de la estrategia general de acoso y criminalización de Siria, culpabilizada de todos los males de nuestra época.
Con la desestabilización del Líbano, se involucra de manera directa a dos países clave y cabeceras del «Eje del Mal» en la zona: Siria e Irán. Además del intento de provocar la involución en el Líbano, de perseguir su ruptura con Damasco, de doblegar a Siria, la trama conspirativa de los EE.UU. y de Israel se vería rematada con un Irán aislado y debilitado (un Irán sin Siria, sin el Líbano, sin Hezbollah); con EE.UU. al acecho respecto de la cuestión nuclear iraní.
Parece obvio, por otra parte, que el propósito de focalizar sobre Siria e Irán toda la problemática de Oriente Próximo, pretendiendo ubicar ahí el núcleo central del conflicto, pretende desviar la atención de la opinión pública del empantanamiento y fiasco de Iraq, del estancamiento en Afganistán, así como de las incertidumbres y ambigüedades respecto de Palestina tras la reciente Cumbre instrumental de Sharm El Cheik. de la que se transmitió tres mensajes: uno, que el terrorismo es palestino y que, en todo caso, la violencia es israelí; dos, que ahora sí es posible la paz, una vez desaparecido el Presidente Arafat; tres, que la resistencia palestina, incluso contra un ejército de ocupación, debe cesar.
Gran Oriente Medio
En el plano regional árabe y musulmán, parece claro que los hechos del Líbano, con sus inevitables conexiones siria e iraní, no están desconectados de los procesos geoestratégicos que vienen desplegándose en esta vasta región, y cuya agudización toma pie y pretexto en los ataques terroristas del 11-S de 2001. La política de los EE.UU. plasmada en el proyecto «El Gran Oriente Medio» pretende someter y reestructurar el conjunto del mundo árabe y musulmán, desde el Atlántico (Mauritania, Marruecos), pasando por el Golfo Pérsico hasta el océano Índico (Indonesia, Pakistán, Afganistán), en las mismísimas fronteras de la India, China y Rusia.
Despliegue secuencial
Este proyecto mayor tiene su propia lógica de despliegue secuencial: Afganistán, Iraq, Palestina y Sharm El Cheik, Líbano y, por lo tanto, Siria e Irán. Es al tiempo un proyecto que toma como coartada la necesaria democratización de esas sociedades. La democracia en el mundo árabe y musulmán, en absoluto incompatible con sus culturas e identidades, se abrirá camino cuando se desate ese nudo diabólico que le atenaza, la autocracia (regímenes autoritarios que se autojustifican en base al pretexto del integrismo islámico), y la teocracia (que a su vez se autojustifica en base a la dominación extranjera y a las pésimas condiciones de vida de esos pueblos). Es revelador al respecto que las recientes elecciones municipales parciales celebradas en Arabia Saudí y en Gaza hayan sido ganadas por formaciones islamistas. Es evidente que la opresión, la humillación, la miseria y la desesperanza, así como la corrupción y el despotismo reinantes son el caldo de cultivo para el islamismo militante, al tiempo que obstáculos mayores para la apertura y la democracia.
Es más, mientras no se avance realmente en la solución de la injusticia del conflicto palestino, éste seguirá siendo referencia central y galvanizadora de la rebeldía árabe; este antagonismo bloquea cualquier perspectiva democratizadora. En este sentido, resulta significativa la última Cumbre de la Liga Árabe celebrada en Argel. Sensible ante la aguda coyuntura regional, y frente a las presiones e intentos de desfiguración del conflicto, la Cumbre reivindicó la viabilidad y centralidad del Plan de Paz árabe, aprobado en Beirut en 2002, rechazado por Israel y los EE.UU y basado en el principio de paz por territorios.