En la tradición leninista, la política era considerada un arte y la política de alianzas el aspecto más complejo de la misma. En esta tradición las cosas se han ido moviendo entre dos límites, desde los que subestiman y consideran negativa cualquier política seria de alianzas hasta los que justifican cualquier acuerdo en nombre de una justa política de alianzas. Las cosas, como siempre, son más complejas y, las soluciones más difíciles, entre otras cosas porque la política de alianzas está determinada por la correlación real de fuerzas y porque la unidad es una lucha. Combinar autonomía del proyecto y unidad es asumir la contradicción y concretar en cada momento histórico propuestas que hagan avanzar el proyecto que se defiende.
El tacticismo no equivale a la táctica, es una deformación de ésta que consiste en subordinar la estrategia a la táctica, hipotecar el proyecto a pactos coyunturales bajo el pretexto de que acercan objetivos y mejoran las situaciones existentes. El debate sobre política de alianzas existente hoy en IU hay que situarlo en este contexto. No se trata de una fobia a llegar a acuerdos más o menos consistentes con el gobierno de ZP. Este no es el problema, si hay acuerdos que supongan avances sociales y políticos que beneficien a los trabajadores se deben de apoyar, en esto el programa sigue siendo un discriminante.
El debate real está planteado en otro terreno, el de la estrategia a seguir. Todos entendemos, con mayor o menor nivel de acuerdo, que el gobierno de ZP abre un nuevo ciclo político en España determinado por la existencia de lo que podemos llamar dos programas: el real del PSOE y el de una parte sustancial de sus electores que reclaman otra política radicalmente diferente a la del gobierno de Aznar. La clave para una fuerza como IU, que ha salido derrotada electoralmente y que se encuentra ante grandes dificultades organizativas y políticas es, de un lado, propiciar una alianza sólida con esa parte de la sociedad que se mueve en un horizonte democrático y antineoliberal y por otro, reconstruir su propia fuerza política y organizativa recomponiendo sus vínculos sociales. La subalternidad político-institucional al gobierno de ZP no sólo no contribuye a esta estrategia sino que se aleja de ella y olvida que una oposición exigente e influyente lo es no por su más o menos propensión a acuerdos con el PSOE sino porque es capaz de cambiar la correlación de fuerzas y actuar en un marco social nuevo.
De estos dilemas estratégicos y de las tácticas adecuadas para resolverlos va a depender el futuro de IU.