Tenemos en este país nuestro tendencia, por desgracia, a mitificar a fallecidos mediante loas en las que se ocultan los aspectos más oscuros o aquellos que pudieran manchar su crónica vital narrada a modo de hagiografía. Viene esto a cuento de la muerte del locutor musical de la Cadena Ser, Joaquín Luqui, el pasado 28 de marzo, a quien se le han dedicado tantos elogios y por tan diversos medios (incluso, el televisivo) que conviene equilibrar la balanza.
Sí, Joaquín Luqui era la voz radiofónica musical más conocida en España. Sí, era un gran profesional de la comunicación porque vivía lo que contaba a través del micrófono, una cualidad imprescindible en ese escenario. Sí, su impulso nos ha marcado a muchos españoles que despertábamos a la música con un pequeño aparato de radio en la mano en la década de los setenta. Sí, compartíamos con él el gran amor a The Beatles y a The Rolling Stones.
Pero, el que firma esta crónica quiere hacer constar que Joaquín Luqui arriesgó poco ya que se movía en lado más comercial de la música pop mientras mostraba, paradójicamente, una actitud rebelde de periodista inconformista. Que su voz -por ser tan famosa- se prestó a los anuncios de las multinacionales sin la menor consideración hacia la calidad del producto a vender. Que fiel a la radiofórmula de la Cadena Ser, los 40 Principales, debería haber usado su peso para modificar el terrible daño que esta emisora -y el resto de radiofórmulas musicales- infligen a la música. Que eso de ser siempre joven y estar a la última en los latiguillos lingüísticos enmascara un vacío de contenido real y alimenta sobremanera el ego. Que el mundo de los fans, al cual se le atribuye una especial contribución, es, en su mayoría, una red montada desde las multinacionales del disco para engordar la cuenta de beneficios con objetos y adornos ajenos por completo a la creación musical.
No, por favor, no se trata de hacer leña del árbol caído, sino de poner a cada uno en su justo lugar y reivindicar el papel de otros muchos que sí han trabajado y trabajan por hacer aflorar la música como obra de arte y no un puro negocio. Los mitos tienen mucho de falso y sólo faltaría hacer de Joaquín Luqui uno de ellos.