Los experimentos, con gaseosa es frase que habría de aplicarse a los intentos de reproducir en laboratorio (léase en el estudio, plató o similar) las condiciones de vida de los que por lo general son televidentes, haciendo del tubo catódico tubo de ensayo. Los resultados pueden ser, más que chispeantes, flatulentos. No por casualidad señalaba un periodista que lo más llamativo al entrar en la casa de Gran Hermano era el hedor. Pero hoy queremos hablar de otra experiencia controlada: Préstame tu vida, que en la vieja televisión habría sido una mezcla de Vivir cada día y Esta es su vida. El espacio de la Primera se basa en intercambiar gentes de medios, más que social, ideológicamente heterogéneos, un cruce potencial pero no obligadamente explosivo. Se trueca, por ejemplo, rudo chatarrero gitano por “modelna” estilista paya desengañada, o tímida lesbiana emparejada por apocado torero garrido y machista; motero marchoso por clásica ama de casa o gorda feliz por obsesa del gimnasio y la línea, y allá que se van al medio familiar ajeno.

La tramposa naturaleza del otro medio, el televisivo, que no está dispuesto a elevarse hasta la ilustre crítica de costumbres o la indispensable observación social a menos que se trate de la parada de los monstruos, se cubre las espaldas con las más insignes y triviales intenciones: contribuyamos, cómo no, a la tolerancia entre gentes que, de no ser por el programa, no se rozarían. Pero les deja cocerse en su salsa, claro está. Durante una semana, para ser exactos, al cabo de la cual los reúne en el estudio, tutelarmente guiados e interrogados por hábil presentadora de cuyo nombre no quiero acordarme.

Revelaciones indirectas: el soberbio mal gusto cotidiano de nuestras clases medias pero menos, elementales o modestas (no es que la cosa mejore mucho con el ascenso social), y sobre todo la comprobación de que son bastante más normales y benevolentes que quienes les ponen en esa situación. No olvidemos que la moraleja ha de ser buena. Muchos tienen prejuicios, es cierto, pero no ejercen demasiado, o por lo menos no se atreven con los de fuera de casa. Además, hay quien no se pelea si no va en el sueldo. Para mezclar pirañas y serpientes en una pecera ya están los otros programas de vísceras.