Ciertos economistas, gustan de comparar el capitalismo europeo con el estadounidense. Presumen que el eurocapitalismo produce menos desigualdad, y ofrece mejores servicios públicos. Vienen a recomendar la construcción de un consenso frente al capitalismo made in USA donde todos –lobos y corderos– juntos avancemos en la defensa del modelo europeo y su máxima expresión el Estado del Bienestar.

En realidad esto es una macana porque el modelo europeo no existe. Sólo hay que abrir los ojos y ver cómo, por ejemplo, los gobiernos de Suecia, España y Reino Unido divergen en materias tan sensibles como el empleo, la protección social, educación y sanidad. Por otra parte, el Estado del Bienestar no es un don divino, sino el resultado de la lógica de acumulación capitalista en colisión con la lucha sistemática de la clase obrera. Es decir, el Estado del Bienestar es un producto político. De hecho, las características nacionales de ese producto político está íntimamente ligado con la tradición y fuerza del movimiento sindical.

Desde mitad de los ochenta, el mundo del trabajo viene evolucionando velozmente desconcertando a los grandes sindicatos y minimizando su capacidad de respuesta. Cuando la realidad laboral bascula aceleradamente hacia nuevas formas de organización del trabajo, los sindicatos se refugian en las certezas del pasado: la negociación colectiva en las grandes empresas y en la función pública, consolidándose como entes corporativistas sin conexión de clase y desconectados con la realidad política.

Incapacidad de la CES

Esta incapacidad, de las centrales sindicales europeas agrupadas en la CES para adaptarse a las transformaciones ha traído consigo una merma en su influencia –si alguna vez la ha tenido– en el proceso de construcción europea. Ninguna de las demandas de la CES a la UE, calificadas como no negociables fue admitida en el Tratado constitucional europeo y sin embargo, a pesar del desprecio de la élite comunitaria hacia las reivindicaciones de los trabajadores/as, las cúpulas sindicales decidieron apoyar el Tratado constitucional.

En este sombrío panorama, brilla con luz propia la CGT francesa. Revocando la decisión tomada por sus dirigentes en el seno de la CES, se pronunció el pasado 3 de febrero contra la Constitución Europea. Su resolución refleja el debate en el seno del sindicato –fue aprobada con 81 votos a favor frente a 18– y es una declaración sobre los intereses de la clase obrera en el mundo globalizado, analiza el tratado y convoca a los trabajadores a acciones concretas. Los resultados no se hicieron esperar; desde que la CGT empezó sus movilizaciones los sondeos dan la victoria al “no”. Tal vez con el respaldo del capital Chirac consiga un triunfo del “sí”, pero en Francia las espadas están en alto y los trabajadores franceses han demostrado que su sindicato es una organización viva, una organización dispuesta a defender el Estado del Bienestar.