El 1 de junio último, el que fuera número dos del Pentágono, Paul Wolfowitz, asumió la presidencia del BM (Banco Mundial) por cinco años. La idea más llamativa de sus declaraciones primeras se sustenta en la ‘misión’ que figura en la página de internet del BM (): “nuestro sueño es un mundo sin pobreza”, a lo que Wolfowitz agregó que la lucha contra la pobreza es un factor sobre el que no hay divergencias entre países. En declaraciones a BBC radio afirmó: “Es un objetivo unificador en el que creo profundamente y en el que he estado interesado en distintas fases de mi carrera”.

Pero, la institución que preside no se ha caracterizado precisamente por sus esfuerzos hacia un mundo más justo, más equilibrado, donde la riqueza no juegue siempre del mismo lado. Uno de los últimos informes del BM, hecho público en abril pasado, revela que, por ejemplo, Latinoamérica tenía 49 millones de pobres en 1990 y en 2001 la cifra era de 50 millones. En porcentajes, el 11,3% de 1990 pasó a 9,5% en 2001. Así, será de todo punto imposible cumplir con una de las principales metas de los Objetivos del Milenio fijados por la ONU en septiembre de 2000: reducir la pobreza en el mundo a la mitad entre principios de la década última del siglo pasado y 2015.

Incluso, aún en uno de los mejores escenarios macroeconómicos, como fue el 2004, donde el PIB de la región creció un 5,7% (el más elevado en los últimos 24 años), donde se compaginó la subida del precio de las materias primas en origen –sobre todo, el petróleo- y unos tipos de interés a la baja, en el 2015 América Latina ofrecería un porcentaje de pobreza de casi 7 puntos, lejos del 5,7 que matemáticamente daría el 50% menos.

Ahora bien, estos son cifras sin rostro, sin nombre y apellidos. La otra cara de la moneda es, siguiendo datos del propio BM, que la malnutrición infantil afecta al 10% de los niños de El Salvador y Nicaragua, al 14% de Ecuador, al 23% de Guatemala, por ejemplo. Que el SIDA es preocupante por su extensión en Jamaica, Honduras, República Dominicana, Guatemala y Haití. Que el agua potable es un bien de consumo casi de lujo para la mayoría de estos países.

Resulta, por tanto, muy fácil manifestar que la misión del BM “es un mundo sin pobreza”. Más si contemplamos la perspectiva del tiempo transcurrido desde la fundación del BM, 1 de julio de 1944. Hoy, casi 61 años después, los 184 países que lo componen tienen por delante el reto de sacar del endeudamiento crónico a dos tercios del planeta a través de dos de sus cinco órganos, el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) -enfocado hacia los países de ingreso mediano y bajo pero que pueden pagar sus deudas a intereses bajos- y la Asociación Internacional de Fomento (AIF) -cuyos préstamos los reciben los países más pobres que carecen de recursos. Estos últimos préstamos se devuelven a los 35 ó 40 años, sin intereses y efectuando el primer pago a los 10 años de haberse concedido el dinero-.

Nada de filantropía

Dicho así, daría la impresión de que el BM es un órgano filantrópico nutrido por las aportaciones de cada uno de sus miembros con el fin de reequilibrar la balanza. Y no es tal, pues de otro modo nunca lo presidiría aquél que diseñó la estrategia de invadir Iraq, por mucho que diga que “en mi cargo, seré un funcionario internacional y responderé a las directrices que marquen los (países) accionistas del Banco” (BBC radio). El BM se rige por otros criterios. El poder decisorio es proporcional a las aportaciones económicas. Estados Unidos manda porque contribuye con casi un 17% de los fondos; a notable distancia, Japón con algo más del 6%, Alemania, Francia y Reino Unido con cerca del 5%. Los mayores accionistas son los que forman, junto a Canadá e Italia más Rusia como invitada, el G-8 que se reunirá en Escocia a principios de julio con un tema sobre la agenda: cómo reducir la deuda externa de los países pobres, continuación de las discusiones del Foro de Davos en enero pasado.

Estados Unidos decide adónde va la mayoría de esos nueve mil millones de dólares con que el BM financió en 2004 unos 158 programas de asistencia en 62 países. Esos proyectos fueron validados por los 24 miembros del consejo de administración del AIF en representación de los 184 estados. O los once mil millones otorgados el pasado año con un interés preferencial al grupo de países que pueden –los anteriores, no- ir pagando la deuda en un período de 15 a 20 años. Más los trece mil millones de dólares, tomados de los mercados financieros mundiales, para proyectos de salud, educación e infraestructuras básicas y cuyas condiciones se fijan caso por caso.

Redondeando estas cifras con las ayudas a las empresas, gestionados por un tercer órgano, la Corporación Financiera Internacional (CFI), el BM gestiona al año más de 30.000 millones de dólares con la misión de ‘reducir la pobreza’. Lo paradójico es que la pobreza se ha acrecentado (unos tres mil millones de personas viven en el mundo con menos de dos dólares al día) y que la capacidad de los países endeudados de librarse de esta pesada carga es menor debido a los efectos de los programas de ajuste estructural (PAE) que acompañan a los préstamos.

IED y políticas de ajuste

En América Latina, entre el 50 y el 60% de IED (Inversión Extranjera Directa) que llegó a partir de 1990 fue atraído por la venta de empresas estatales que prestaban servicios públicos (agua, comunicación, electricidad…). El desembarco de Repsol, Telefónica, Endesa, Unión Fenosa o Iberdrola se atiene a la ‘inversión concesional’, o sea, la garantía del Estado en el reembolso por cobro de tasas. Luego, de un 30 a un 35% del IED en esta etapa lo copa el sector bancario: compra de bancos locales, ampliación de sus filiales, captación del ahorro. La implantación actual del BBVA y SCH, y Mapfre en el sector seguros, es dominante (informe CEPAL 2004).

Si llega tanto dinero a América Latina es porque aplican la receta liberalizadora del BM y del FMI: privatizar empresas controladas por los gobiernos. Cuando ya está todo privatizado, ¿con qué van a hacer caja los gobiernos de estos países en la década actual? Esa es la gran incógnita. En las estimaciones del BM con registros generales del pasado ejercicio, los flujos netos de capital hacia la región ascendieron a 53.600 millones de dólares (38.300 en 2003), aún muy inferior a los dígitos contabilizados en la década de los noventa, la década de las privatizaciones. En el decenio 1999-2000, América Latina recibió el 48% del total de IED con destino a los países en desarrollo; en 2004, un 26%.

No recaba confianza alguna el nombramiento de Paul Wolfowitz. Un informe del Departamento de Evaluación de Operaciones del BM, conocido a mediados de mayo, adelanta cambios en la estrategia: “El modelo de dos pilares del banco para la reducción de la pobreza, crecimiento y desarrollo social necesita estar mejor compensado. (…) Se ha prestado poca atención a los temas de crecimiento, y sin crecimiento no hay reducción de la pobreza que sea sostenible”. Esto quiere decir que la Corporación Financiera Internacional (CFI) que presta el dinero a las empresas privadas en planes de desarrollo acapararía la mayor parte de los fondos, lo que está en franca sintonía con la formación intelectual y la práctica política desarrollada en los últimos años por el señor Wolfowitz al lado de uno de los mayores defensores del neoliberalismo, George W. Bush.