La Fiesta del PCE de este año tiene su cosa. Es una fiesta después de un congreso y uno se teme que después de este congreso no estemos para tirar cohetes. Pero nos debemos a nuestro público que tanto nos quiere durante tres días al año por lo menos. De manera que ríe payaso ríe y ofrece lo más clásico de tu repertorio: tendremos al nuevo (¿nuevo?) Secretario General con su discurso y todas las atracciones del circo de lona, que diría Valle Inclán.
La Fiesta del PCE tiene que reverdecer sus laureles y renovar su prestigio de gran acontecimiento al aire libre en el rompeolas de todas las Españas: este año el P. P. se ha lanzado a una intensa campaña de teatro de calle y nos disputa los espacios abiertos de la ciudad como escenarios para montar sus dramas clásicos en la línea de Fraga durante su etapa de ministro de Franco: Festivales de España. Mientras los rojos nos dedicamos a juntarnos complejamente para tejer la solidaridad y la liberación, los señores y señoras del PP trascienden del espectáculo diario de las grandes superficies, se disfrazan de víctimas y de expoliados y, más allá de la propia gravedad de los temas que esgrimen y les sirven de convocatoria, escenifican un mal drama de conflictos familiares, un culebrón, vamos, donde lo anecdótico se eleva a tesis y el fondo de la cuestión se pierde entre la añeja guardarropía y una gesticulación histriónica.
Los rojos tenemos un congreso para intentar llegar a la Fiesta vestidos de limpio, pobres pero «escamondaos» después de habernos estropajeados hasta las corvas. Los señores y señoras de la derecha tienen todo el verano para planificar desde una estética próxima al modelo Marina D´Or, su otoño caliente. Tenemos la ciudad patas arriba por culpa de una especulación que se disfraza de olímpica y que en cierto modo lo es por su empeño en batir todas las marcas. Y ahora, además, tenemos a la derecha en la calle. La diferencia está en que nosotros, desde nuestra pobreza, ofrecemos nuestra solidaridad con los desfavorecidos, nuestro afán de justicia. Cometemos errores pero nos machacamos con la autocrítica y no tenemos compasión con nuestros pecados. La derecha, en cambio, se pone bullanguera y pancartera, con todas las bendiciones de su santa madre, para repartir caspa de diestra a siniestra. Y ni siquiera hace examen de conciencia porque está acostumbrada a vivir con bula (de la Santa Cruzada).