Suave, continua y progresivamente aparecen en determinados medios de comunicación, declaraciones de dirigentes políticos conservadores y voces representativas de la Iglesia Católica las viejas consignas, los arcaicos pseudos-argumentos y las chapuzas mentales que pretenden justificar o al menos «normalizar» a través del «análisis histórico» el origen y desarrollo de la sangrienta dictadura franquista. Nada es casual ni mucho menos obedece a modas o reposiciones conmemorativas de determinados aniversarios. La Transición con todo su bagaje y su leyenda está llegando a un punto en el que no caben juegos con el lenguaje, pactos palatinos o divinizaciones de la Casa Real.

La III República, el Estado Federal, la necesidad de una Democracia Política y Social, el saneamiento de la Justicia, el cumplimiento general de las leyes o una consecuente política de Paz son como aquellos incómodos visitantes que arrojados por la puerta vuelven a entrar por la ventana y así viceversa y permanentemente. Y no es que yo crea que estos enunciados están a la vuelta de la esquina sino que ya se manejan como conceptos ubicados en horizontes posibles a falta de la articulación ciudadana que los haga realidad y presente. Por otra parte la necesidad de cambios constitucionales junto con procesos estatutarios y negociadores que van conformando un Estado asimétrico de características confusas. No echemos en saco roto la necesidad que el capitalismo español tiene de acabar-en nombre de la Competitividad- con los avances y conquistas sociales y salariales conseguidos en decenios de luchas y persecuciones padecidos por la clase obrera y sus organizaciones. El ámbito de dominación económica, social y política que es la UE es susceptible de conocer crisis como hasta ahora no se han visto; la pasividad sindical o acaba o será desbordada por mecanismos de organización más pegados a la realidad de parados, expedientados desregulados, inmigrantes, etc. El franquismo remozado, enmascarado y servido en encuestas ad hoc comienza a tomar forma en la nueva probeta. No olvidemos que el dictador se mantuvo tantos años porque supo armonizar y crear un Estado que estuvo al servicio de las diversas oligarquías que desde el XIX arrasaron su propio país.

Los tres mensajes más importantes que se lanzan son los siguientes:

1. La Dictadura fue consecuencia ineluctable del fracaso, los errores y la ejecutoria antidemocrática de la II República. Todos cometieron crímenes.

2. La unidad de España es indisociable de las prerrogativas y de la hegemonía de la Iglesia Católica.

3. Durante el franquismo «todos» fuimos cómplices de su mantenimiento. El artículo de Pedro J. Ramírez del día 20 de Agosto es terminante: » El franquismo fuimos todos».

El espacio del artículo me impide comentar y refutar in extenso estas tres proposiciones.

No obstante señalaré algunas notas sacadas de la experiencia histórica a la espera de que algún día pueda disertar sobre todo esto.

Esperanza Aguirre ha declarado recientemente que la República fue la responsable de que el franquismo se instalara en España. Desde el mismo momento en que la República fue proclamada las clases y castas de las diversas oligarquías la combatieron en el terreno más inmediato de lo social. Recordemos aquel famoso «comed República» con el que los señoritos agrarios contestaban a las demandas de trabajo hechas por los jornaleros. La revolución de Asturias (1934) protagonizada por los mineros básicamente no se hizo contra la República sino contra la política social de un gobierno de derechas (CEDA) el cual utilizó a Franco como represor de la misma. Pero mucho antes que esto, exactamente el 10 de Agosto de 1932, el General Sanjurjo protagonizó un intento de Golpe de Estado contra el orden legalmente constituido. El asesinato de Calvo Sotelo fue precedido por el del republicano teniente Castillo. Mola, cabeza de la conspiración contra la República, llevaba varios años montándola y organizándola; no fue hija de una calentura de veinticuatro horas. Los asesinatos y ajustes de cuentas en la zona republicana (que los hubo) fueron condenados por las autoridades; sin embargo las «sacas», fusilamientos y fosas comunes protagonizados por los mal llamados «nacionales» fueron, tanto en la guerra como en la post-guerra organizados desde el Estado, excediendo en número, con mucho, las que hubo en el territorio de la legitimidad. La «legalidad» aplicada a los militares leales a la República y a otros es la que define a una horda. Se les acusó de «rebelión militar». Nunca he entendido como sobre esta barbarie han podido sentirse a gusto tanto juez, tanto abogado o tantas personas de «bien». No puede haber normalización sin declarar nulos esos juicios y las normas que se derivaron de la aplicación de esa justicia propia de cafres.

Es más que evidente que la Iglesia Católica de la mano del gran capital (Juan March financió a los sediciosos) inspiró, alentó y bendijo a los copistas. La misma Iglesia que calló, sigue callando y olvidando al elevado número de sacerdotes y personas creyentes de ideas y convicciones republicanas fusilados por orden del franquismo. Acostumbrada, desde Teodosio, a formar parte del Estado no ha estado nunca ni con la Modernidad ni con las clases populares; es más, ha despreciado, olvidado y preterido a aquellos sacerdotes y pensadores católicos que a lo largo de nuestra Historia se distinguieron por su coherencia con los Evangelios en los que fundamentaban su fe. Ligar la unidad al Catolicismo es, además del síntoma de nuestra aciaga historia situarse en las antípodas de una construcción racional, moderna y democrática de un nuevo Estado Español. Los discursos de Aznar, las prédicas de purpurados y asociaciones varias vuelven a utilizar como elementos de cohesión la lucha secular «contra el terrorismo islámico» como una vasija (en la que caben todas las fobias. Hasta que la laicidad, con todas sus consecuencias, no sea uno de los ejes que estructuren y conformen una futura Constitución española el problema no estará resuelto. No se trata de marginar sino de situar a las iglesias en el plano que les corresponde con todos sus derechos democráticos reconocidos.

Al generalizar y extender la responsabilidad ésta deja de existir. Es la vieja idea del chivo expiatorio con introyección de culpa. Si el franquismo fue consentido es que la sociedad y su voluntad soberana lo permitieron. A partir de ahí no existen causas ligadas a la represión, el control de los medios de comunicación, la hegemonía económica e ideológica del capital sino un consenso social libremente ejercido. Pero la ligereza y frivolidad de la argumentación serían leves si no buscasen la desviación del análisis y sus consecuencias. Ni las familias de los fusilados o de los exiliados aceptaron al régimen fascista. Tampoco lo hicieron los combatientes de la oposición clandestina (con especialísima relevancia los del PCE) ni aquellos que a su modo y manera se constituyeron en mayoría silenciosa conformada por el miedo y los recuerdos del horror. Franco construyó su Dictadura sobre la base social y los entramados económicos e ideológicos que hoy sueñan con su obra constitucionalizada y adaptada a los tiempos.