Desde que el pasado 31 de julio Fidel Castro renunciara temporalmente a sus responsabilidades en el gobierno de Cuba, muchas y muy variadas han sido las reacciones y las consecuencias derivadas de estas. Nada como una crisis, independientemente del tamaño de la misma, para retratar a unos y otros, para evidenciar tendencias y para establecer conclusiones, siquiera provisionales, acerca del asunto en cuestión. Y el asunto es nada más y nada menos que Cuba y su Revolución.
Sin duda, los primeros instantes resultan fundamentales a la hora de encontrar huellas en la escena de un crimen. Cuando hace apenas un mes irrumpía inesperadamente la noticia de marras, quien más quien menos dedicó unos instantes a imaginar el escenario siguiente a la muerte de Fidel. No hubo sorpresas en el epicentro del exilio, en Miami, donde se generó enseguida una celebración carnavalera que denotaba hasta que punto ansían los veteranos de Bahía Cochinos la desaparición de su archienemigo. Las cúpulas articularon esta felicidad mezclándola con cierto pragmatismo muy esclarecedor. No llamaron a las masas de cubanos oprimidos y castigados por la tiranía durante décadas a revolverse contra ésta, abc de cualquier movimiento libertador, sino que acudieron a las fuerzas armadas, en emocionante mensaje que hubiera firmado el Pinochet que usurpó el poder al gobierno de Allende y a todo el pueblo chileno en 1973. Dos evidencias. O el exilio de Miami más organizado, aquel que ejerce normalmente como portavoz, ha perdido el norte, o sencillamente saben que nada se puede hacer en relación a su causa. Aspirar a que las fuerzas armadas cubanas se levanten contra su gobierno denota o profundo desconocimiento o dejadez y resignación. Parece complicado creer que Jorge Mas y los suyos no conozcan, al menos superficialmente, la realidad del ejército cubano y su implicación en la defensa de la Revolución.
Washington ha empleado el viejo discurso mantenido desde hace casi 50 años respecto a Cuba. Empantanado como está en Oriente Medio, sus reacciones y movimientos respecto a la isla no pasan de ser ladridos distantes. La insinuación de Condoleeza Rice acerca de su total disposición a respaldar cualquier acción que conlleve un cambio en Cuba, ofrecen en si mismas una aclaración. No encabezarán nada que vaya más allá de un desfile y cuatro gritos. EE.UU. ha dado sobradas muestras en los últimos tiempos de su incapacidad a la hora de desencadenar y resolver con éxito operaciones militares de dificultad media, no digamos ya de compatibilizarlas. Y desde luego, la importancia estratégica de Irán supera con mucho en estos momentos a la de Cuba. El discurso histérico de situar siempre a la isla a punto de ser invadida no va más allá de funcionar como generador de espasmos en la izquierda más «infantil», aquella que ve al resto siempre a su derecha.
Antes de volver con esa «izquierda», a la que dedicaremos unas líneas a modo de epílogo, retomaremos la descripción de los acontecimientos. Las reacciones en Europa no merecieron mucha atención. Inutilizado desde su nacimiento el concepto de Unión Europea, resulta estéril pretender hallar un atisbo de homogeneidad en los argumentos ante un mismo asunto de los distintos miembros. Cada uno dijo lo que le pareció, y nadie se destapó como político de talla al menos continental. Europa tiene otras prioridades en su agenda exterior, y entre Líbano e Irán queda poco espacio para una lejana isla. La inexistencia de una oposición política organizada y homologable, dentro o fuera de Cuba, hace aún menos atractivo el asunto para Bruselas. Oswaldo Payá no representa más que el hábil oportunista que se asegura una posición confortable al amparo de fundaciones y embajadas. Pero no significa nada en términos políticos dentro de Cuba. Ni la derecha europea ni la socialdemocracia encuentran un referente válido para volcar su apoyo. Este escenario no es otra cosa que la constatación de una evidencia. La Revolución cuenta con el apoyo y la estima de la inmensa mayoría de los cubanos. Sin entrar en otras consideraciones, esa es la explicación más plausible a la falta de oposición organizada. A veces la respuesta más simple es la correcta.
Latinoamérica ha mostrado una vez más el enorme prestigio y ascendente del que goza Cuba en la zona. En un momento histórico sumamente propicio para los intereses de Cuba, la práctica totalidad de gobiernos han cerrado filas entorno al gobierno cubano y su estabilidad. El impacto del pucherazo mexicano y sus posteriores consecuencias, aún por ver muchas de ellas, ha restado relevancia en los últimos días a la situación en la isla.
Y eso es precisamente lo que menos ha llamado la atención en todo este asunto, intuyo que de manera deliberada. La tranquilidad reina desde el primer momento. Pese a la gravedad del caso, Cuba no ha sufrido la más mínima sacudida en su actividad cotidiana. Contrastando con los enterradores y las plañideras, la sensación de calma predominaba en el ambiente. Pese a los denodados esfuerzos de los corresponsales, ningún cubano se abrió las carnes ante las cámaras, temeroso ante el supuesto «cambio irreversible» al que se dirige la isla tras la enfermedad de Fidel, o asustado por la nueva responsabilidad otorgada a Raúl, el hermano pequeño, jefe desde los tiempos del Moncada y la Sierra. Evidentemente, la confianza en su Revolución, la certeza de que ha producido enormes transformaciones beneficiosas para los ciudadanos, actúa con gran eficacia frente a los voluntariosos pitonisos que pronostican un derrumbe similar al soviético nada más expire Fidel. Y esto debería valer para los unos y para los otros. El futuro de Cuba está en manos de los cubanos. No habrá injerencia capaz de torcer la voluntad de una ciudadanía segura de su rumbo. La desaparición de Fidel, sea próxima o lejana, debe ser tratada como un hecho histórico, un acontecimiento relevante en cuanto a la figura de la que hablamos y su influencia en el pasado siglo y en los inicios de éste. Nunca como un factor decisivo a la hora de conjeturar sobre el futuro de Cuba. Las revoluciones pueden ser organizadas por líderes sumamente capaces, y posteriormente dirigidas por estos. Pero su consolidación nunca podrá depender de un solo sujeto, por extraordinario que sea. La «izquierda» más «infantil» nos ha obsequiado estas semanas con una colección de panegíricos y sonetos dedicados a Fidel Castro que poco tienen que ver con la racionalidad y la dialéctica. El panfleto no se sostiene siquiera el tiempo que tarda en ser escrito. Parafraseando a Lenin, Cuba es poderosa porque es verdad. Lo demás nos aleja del argumento y la reflexión y se convierte en una pose marcando músculo Inservible.