En el artículo que J.M.Martín Medem publicaba en Mundo Obrero, el mes pasado mes de enero (MO 184), sometía a análisis la situación de Radiotelevisión Española en unos términos que en líneas generales suscribe todo aquél que, medianamente informado, defienda un concepto radical del servicio público. Sin embargo en su tramo final Medem pasaba del análisis global a las conjeturas político-sindicales con la ligereza y el estilo descalificador con que lo hacía verbalmente en las asambleas en que participaba en los centros de trabajo de TVE, con una odiosa terminología, trufada de artillería gruesa como «estamos padeciendo la peor traición sindical», «el comando Llamazares», o «aceptan la jubilación de la mitad de la plantilla a cambio de entrar en el Consejo de Administración». En aquellas asambleas quienes jaleaban sus intervenciones eran curiosamente las minorías que siempre votaban en contra de las huelgas, siempre jubilosos en contra de los sindicatos de clase; precisamente los que votaron no en el referéndum que esos sindicatos ganaron abrumadoramente a favor de una salida digna para los trabajadores a la situación de quiebra, cuya responsabilidad Medem con acierto atribuye a los sucesivos gobiernos, de González en adelante.
Con una opinión pública que consideraba a los trabajadores de RTVE más o menos como a los afiliados del SEPLA, unas empresas privadas frotándose las manos para repartirse los despojos, un Parlamento que sólo hacía retóricas y escasamente útiles declaraciones de buena voluntad, un Gobierno decidido a cortar por lo sano como fuera y una plantilla de RTVE desmoralizada pese al éxito rotundo de una huelga convocada por los sindicatos que Medem desacredita, sabedora de que ahí se acababa su capacidad de movilización, ¿alguien podía imaginar un paisaje de lucha semejante al de los Astilleros en RTVE?
Ni Medem ni los sindicatos minoritarios opuestos al acuerdo que se aprobó en referéndum dijeron ni una sola propuesta concreta de movilización como alternativa a la firma del mismo. Nadie, como demostró la votación, les hubiera seguido. En tales condiciones ¿qué debía hacer un sindicato de clase? ¿Lanzar a sus representados máximas combativas para pasar a la Historia como adalid de la defensa de RTVE y acantonarse en solitarias posiciones demagógicas? ¿O tratar de minimizar las pérdidas en la lucha y conseguir el menos malo de los acuerdos posibles?
Si CC.OO. acertó o se equivocó en la gestión de esta encrucijada de la Radiotelevisión pública lo aclararán en parte las próximas elecciones sindicales, en las que no podremos escuchar el verbo ágil y últimamente viperino de Medem, porque él se ha acogido voluntariamente a las ventajosas condiciones de abandono de la empresa, como han hecho tantos otros detractores de las mismas.
De todos modos seguirá siendo discutible, a condición de que el debate se realice en términos claros, respetuosos y veraces. Por ejemplo: no hace falta exagerar la reducción de empleo, pues ya es suficientemente grave, pero se dan de baja 3.000, no 4.500 trabajadores. No es cierto que se haya pactado ahora la degradación de las condiciones laborales. Hay que admitir como avance el proceso de pase a fijeza de cerca de 800 trabajadores contratados. ¿A son de qué tiene IU que haber perdido la iniciativa de defender la RTV pública a cambio de un puesto en el Consejo de Administración? ¿No pasó igual cuando IU eligió al propio Martín Medem para el mismo Consejo?
El debate es legítimo, pero no lo es la fraseología cainita tan familiar a quienes llevamos ya muchos años en este lado de la trinchera, ni esa actitud arrogante que parece trazar una línea imaginaria en el suelo para gritar con más fuerza que nadie: «traidor, todo el que se mueva y no venga tras de mí». Así no, camarada Medem, así no.
* Periodista de RTVE
en el programa Cartelera
y crítico de cine de MO