A todos se nos quedó grabada la imagen de aquella que se llamó «foto de las Azores».
George W. Bush posa la mano en el hombro de José María Aznar como quien trata de aplacar con una caricia a un mastín. El presidente español mira ceñudo a la cámara. Y Tony Blair se asoma un paso más atrás con cara de susto.
Todos también recordamos el terrible significado de la imagen. José Manuel Durão Barroso acogió, el 16 de marzo de 2003, en las islas Azores, a los más altos mandatarios de Estados Unidos, Gran Bretaña y España para que deliberasen acerca de lo que había que hacer en Iraq, a cuyo gobierno se acusaba de ocultar al mundo armas de destrucción masiva. Tras apenas una hora de discusión, o tras escuchar los dos pajes europeos las instrucciones del amo americano, anunciaron el delirante ultimátum. Se le concedía a Sadam Husein un plazo de apenas veinticuatro horas para que dimitiera y entregase unas armas de destrucción masiva que ya entonces nadie creía que existieran.
La falaz campaña propagandística que precedió a aquella jornada tuvo tal descaro que ni el Consejo de Seguridad de la ONU, de suyo sumiso hasta la indignidad a los mandatos de Estados Unidos, se avino a autorizar una intervención militar. Hans Blix, el jefe de los inspectores internacionales, relató con detalle en su libro ¿Desarmando a Iraq? el calvario de presiones que padeció para que santificara en sus informes las patrañas del Pentágono.
Pero, por encima de las manipulaciones y sucias intrigas en los pasillos de la ONU, se escuchó un clamor ciudadano universal y sin precedentes, emergió un movimiento pacifista de una energía y una convicción nunca vistas. En España alcanzó su momento más alto en las multitudinarias manifestaciones del 15 de febrero de aquel año.
A despecho de aquella inequívoca voluntad popular, Aznar descolló como el más fiel secuaz de Bush en sus planes de invasión. No sólo participó entusiasmado en la cumbre de las Azores. Rozó la intimidación diplomática de países de América Latina para que apoyaran la guerra, se convirtió en su más ardiente propagandista y, una vez iniciada la masacre, envió tropas españolas sin haber sido aprobada la participación en la guerra de nuestro país por el Parlamento.
Lo que después vino es tristemente conocido: otra vez la guerra, en un país trágicamente habituado a ella, y después de un draconiano embargo que ya había causado la muerte de medio millón de niños. La destrucción, otros 700.000 muertos, el sufrimiento sin paliativo alguno. Y una nueva marea de rabia y odio anegando el mundo. La erupción del terrorismo islámico en un entorno de restallante intransigencia. Los atentados de Madrid de 11 de marzo de 2004 y de Londres de 7 de julio de 2005, con centenares de vidas segadas y miles de heridos.
No es ocioso el anterior recordatorio para entender las razones por las que el Comité Ejecutivo del PCE del pasado 10 de febrero decidió emprender una campaña para lograr el enjuiciamiento de José María Aznar por aquellos hechos. Una campaña que, sin duda, deberá coordinarse con otras similares encaminadas a que también respondan ante la justicia Tony Blair e incluso George Bush, aunque su gobierno no haya reconocido la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional.
No es ocioso recordar, porque ya sabemos que los nuevos crímenes siempre se pretenden justificar enjuagando la memoria de los anteriores. El ritmo vertiginoso y deformante con que los grandes medios de comunicación nos presentan los acontecimientos cotidianos, hace que tragedias de apenas cuatro años atrás parezcan remotas.
Pero aún hoy mueren cada día decenas de seres humanos en Iraq encerrados en un laberinto de voracidad imperialista, miseria y locura. Y aún el Imperio amenaza con una nueva invasión, ahora de Irán. Vuelven mentiras semejantes, la misma forma de amilanar a la ciudadanía, el lenguaje goebbelsiano y los objetivos inconfesables de poder y lucro.
Las primeras denuncias, interpuestas por Antonio Romero y Felipe Alcaraz en Andalucía, y la convocatoria por el PCE a juristas, organizaciones sociales y ciudadanía en general para que se sumen a la iniciativa, han sido contestadas por el Partido Popular con un grado de histeria muy significativo. El 25 de abril, Vicente Martínez Pujalte, portavoz adjunto del Grupo Popular en el Congreso, o chico para todo, reclamó un proceso inquisitorial contra la Fundación de Investigaciones Marxistas, a la que, haciéndose eco de ridículas difamaciones publicadas en La Razón y Libertad Digital, se acusaba de estar financiando la iniciativa del PCE con fondos públicos. La pretensión de juzgar a Aznar, aseguró, buscaba menoscabar la «honorabilidad» del ex presidente «con temas que ya han sido absolutamente archivados».
Es muy característico este lenguaje de esa concepción de la política como una suerte de juego de destreza de los gobernantes con la vida de millones de seres humanos, un arte en el que la aniquilación de miles de ellos no adquiere mayor trascendencia que un traspiés en un expediente administrativo, «archivado» sin más en cuanto interese olvidar. Y es curioso el patetismo de la reacción, incluidos insultos y amenazas en Internet de la extrema derecha, porque no se entenderían los nervios si la iniciativa del PCE careciera de toda posibilidad de éxito.
Cuando menos podrá servir, si se logra un amplio apoyo de la ciudadanía por medio de una intensa campaña de movilización, para sentar un importante precedente contra la impunidad de los más poderosos. Pero para ello es imprescindible que el movimiento pacifista y la conciencia cívica se desentumezcan. Hay nuevos muertos cada día, a cada hora.
El primer paso está dado. En una primera reunión, celebrada el 28 de abril en Madrid, más de una treintena de personas, que participaron en ella representando a diferentes organizaciones sociales o como ciudadanos particulares, se han comprometido con la iniciativa, que ya no es sólo del PCE. Se han creado tres grupos de trabajo (jurídico, político y organizativo) que se reunirán ya como tales grupos el próximo 26 de mayo. Se ha abierto una página web (juicioaaznar.net) con el fin de que puedan seguirse sus labores y colaborar en ellas. Se prevén unas importantes jornadas jurídicas de debate público para finales de año. Iniciamos un camino largo, pero prometedor.
Hay que atizar el espíritu de quienes se sublevaron contra la guerra en la calle. Para que el emperador no quede impune. Para que nuevas matanzas y actos de rapiña contra los pueblos tropiecen con la férrea voluntad de paz y justicia de la mayoría. Para que la lucha por los derechos humanos importe al mundo.
* Escritor