Con un estimulante olor a sidra que deja constancia del lugar de encuentro, el pabellón de Asturias, y con gran afluencia de público al mediodía del sábado, Manuel Monereo y Oscar Fonseca presentaron su visión sobre la situación del socialismo en América Latina, sus luces sus sombras y las posibilidades de desarrollo de las políticas de los principales proyectos «populares».

Empezaron recordando las dificultades que hay en España para tener una información veraz sobre lo que sucede en esta parte del mundo, debido a que las noticias que nos llegan son sobre todo las relacionadas con catástrofes naturales o son informaciones sesgadas debido a los intereses espurios de algunos medios de comunicación nacional.

Latinoamérica ha sido el laboratorio del neoliberalismo y ahora también la sede de algunos de los movimientos políticos de carácter popular más ilusionantes. Pero ambos contertulios han coincidido en que el llamarlos socialistas es un tanto arriesgado, en tanto que las vías de socialismo hasta ahora practicadas son las de los países que aplicaron el «Socialismo Real» con los resultados ya conocidos. Es el lugar donde se ha practicado un liberalismo tan salvaje, el caldo de cultivo mejor para practicar los nuevos caminos…¿socialistas?.

El holocausto social que significó la aplicación de políticas neoliberales en América Latina, ha propiciado ahora una situación política nueva, en la que ya no solo Cuba está como faro que alumbra otros caminos. La contrarrevolución realizada tan crudamente en esta zona del mundo, también provocó fenómenos de resistencia fuertes y manifestados diversamente. El Neoliberalismo además parece haber llegado a un tope con básicamente dos vías de salida, a saber, reedición de modelos desarrollistas y la consecución de cambios sociales desde arriba.

El fallo del golpe de estado en Venezuela, ha propiciado la radicalización de Chávez, pero aun no se ha producido un cambio de las estructuras económicas y los propietarios siguen siendo los mismos. La posibilidad que ha provocado la debilidad de las burguesías venezolanas, es por ahora solo esto, una posibilidad. Los cambios que se han hecho, se deben a las circunstancias y no a un guión preestablecido, no a un proyecto socialista, lo cual no quita que las circunstancias sigan provocando la radicalización de las posturas.

La mayoría de los países de Latinoamérica, son países en los que el estado se encontraba en una situación paupérrima y cualquier proyecto de mejoras sociales ha de enfrentarse primero con la creación de las estructuras suficientes. Las que hay solo servían al capital. El caso de Bolivia es diferente en tanto que las oligarquías criollas han respondido a los avances sociales tratando de alentar la fragmentación regionalista. La total dependencia de la producción de gas convierte en titánico el proceso de mejoras.

No se puede olvidar que Latinoamérica posee un alto porcentaje de materias primas de carácter estratégico. La codicia norteamericana y europea que para mantener su situación hegemónica ha de explotar otros países se convierte en barrera para el desarrollo de las vías socialistas. Sin un proceso de integración regional es difícil pensar en que se produzcan cambios en las estructuras y en las relaciones de explotación y desde la Casablanca continuamente se mandan mensajes en los que el lema de «América para los americanos» amenaza cualquier atisbo de cambio en las condiciones.

Así podemos hablar de países en general progresistas pero que mantienen las estructuras de poder. Siguen propiciando la dependencia económica y la creación independiente de riqueza no ha alcanzado las cotas esperables. Su éxito radica en que las opciones políticas que hay son aun peores. Su ausencia de proyectos en cierto modo es el talón de Aquiles para considerarlos de carácter socialista, pero al mismo tiempo la posibilidad de que alcancen caminos más ilusionantes.

La conclusión es que nos encontramos en una América Latina más reconfortante, pero aun queda mucha tela que cortar.