El tiempo de Brecht fue tan conflictivo y trágico como para que un hombre de teatro, un artista, que cree en la razón, permaneciese al margen. De ahí una teoría y práctica teatral enraizada en el materialismo dialéctico. Tres son las etapas que podemos observar en la larga y productiva obra literaria y política. La primera se forja en Munich y Berlín (1916-1933); la segunda, en su exilio por varios países europeos y Estados Unidos (1933-1949) y, la última, en la RDA, concretamente en Berlín, donde dirige junto a su esposa Helene Weigel el Berliner Ensemble (1949-1956). Durante todo este tiempo, escribe su obra dramática que se desarrolla por la urgencia y la exigencia de la historia y que culmina en un proceso de maduración que se concreta en las siguientes obras: «Madre Coraje» «El proceso Lúculo», «La buena persona de Setzuan» y «La vida de Galileo,»considerada como su testamento político.
Fiel a sus planteamientos ideológicos, dialécticos y artísticos, la primera edición de «La vida de Galileo» data de 1937-1939, iniciada durante sus primeros años de exilio en Dinamarca cuando los discípulos de Niels Bohr estudiaban la desintegración del átomo.
Titulada «La tierra gira» plantea el compromiso político del intelectual. La versión siguiente, en inglés (1945-47), fue estrenada en Los Ángeles traducida por el propio Brecht y Charles Laughton, y dirigida por Joseph Losey. Esta versión tiene como fondo el ataque japonés a Pearl Harbour y las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. Aquí el conflicto se debatía entre el progreso científico y el papel ético del científico y, por último, la definitiva fue la que B. Brecht revisaba en 1956 cuando le sobrevino la muerte y que sintetiza toda la problemática de las versiones anteriores. Fue estrenada al año siguiente por el Berliner Ensemble (Berlín Este). Como podemos observar, su proceso creativo se desarrolla en una época denominada por Brecht «tiempos sombríos» por el triunfo del nazismo en Alemania, exilios, persecuciones, Segunda Guerra Mundial y la guerra fría. Nos encontramos, pues, con el leit motiv de las obras precedentes de Brecht: el compromiso del hombre con la Historia y la denuncia de la explotación y la barbarie.
Para hablar del presente mira hacia el pasado, como Shakespeare, de donde recoge los materiales para construir sus dramas. En «La vida de Galileo» se sirve del físico italiano, Galileo, el padre de la ciencia moderna, que para salvar su vida en la Italia del Renacimiento, tuvo que abjurar, ante el Tribunal de la Inquisición, de sus propias teorías para evitar ser ajusticiado en la hoguera como lo había sido Giordano Bruno. Pero Brecht sabe traspasar los límites del historicismo para crear una obra dialéctica de principio a fin: personajes, fábula, situaciones y estructura forman un engranaje dinamizado por la distanciación como acto de comprensión, concretada en la acumulación de actos incomprensibles hasta alcanzar su conocimiento, situaciones en que lo particular incluye lo general, la ruptura del desarrollo de la acción para evitar la identificación, las contradicciones de los personajes en sus circunstancias y consigo mismo, y la posibilidad de la aplicación práctica del saber.
De acuerdo con estos principios, B. Brecht construye la trayectoria vital, personal y pública de su protagonista. Este personaje rompe con el esquema de heroicidad construido por el Romanticismo como modelo de exaltación individual y patriótica. Sus errores, egoísmos y debilidades se mezclan para configurar un «antihéroe» que, «esperpentizado» algunas veces y engrandecido otras, ofrecen un retrato de humanización, cuyos comportamientos rompen con la moral establecida en aras de la búsqueda de la verdad y del progreso de la humanidad. Enumeremos algunos datos que ejemplifican lo dicho anteriormente.
El traslado de Padua a Florencia: Galileo ejerce de profesor en Padua, pero agobiado económicamente tiene que dar clases particulares que le restan tiempo para dedicarse a sus investigaciones realizadas con absoluta libertad. Sin embargo, decide marcharse a Florencia por razones que están resumidas en el epígrafe del acto siete: «En Roma van las cosas despacio / Y Galileo vive ya en un palacio. / Le dan comida y le dan buen vino / Pero no aceptan su desatino.»
La defensa de la verdad: Galileo defiende la verdad desde el punto de vista de la razón y de la ciencia. Como él bien dice, una verdad no absoluta «porque donde durante mil años reinó la fe allí reina la duda. […] Yo predigo de que antes de que hayamos muerto, se hablará de astronomía en los mercados. Hasta los hijos de las panaderas irán a la escuela». Eufórico proclama la falsedad del sistema ptoloméico: «Y la Tierra gira alegremente alrededor del sol, y las pescaderas, mercaderes, príncipes y cardenales, y hasta el papa, gira con ella. El Universo, sin embargo, ha perdido su centro, y a la mañana siguiente tenía innumerables centros.»
La retractación: Galileo se ha convertido en un hombre peligroso porque no sólo se opone a la interpretación de la Iglesia sobre la astronomía ptolomeica, que es defendida con argumentos bíblicos, sino que además postula la libre interpretación de la Biblia. Esta cuestión que, además de tener un fondo teológico, subvierte el sistema político y social : «¡Describís a vuestros campesinos de la Campania como si fueran el musgo que cubre sus chozas! Pero si se movilizan y aprenden a pensar, ni los más hermosos sistemas de riego le servirán de nada.
Diablos, yo veo la divina paciencia de esas gentes, pero ¿dónde está su divina cólera?» Pero su lucidez no impedirá que el miedo a la tortura le haga declinar ante la Inquisición. La voz de pregonero dará cuenta de ello: «Yo, Galileo Galilei […] abjuro maldigo y abomino, con corazón sincero y fe no fingida, de todos esos errores y herejías…»
Maestro frente a discípulo: «La vida de Galileo» se ha construido sobre una base dialéctica. Su discípulo, Andrea, decepcionado por el comportamiento de Galileo exclama: ¡»Pobre país que no tiene héroes!» A lo que contesta su maestro: «¡No. Pobre del país que necesita héroes!» Después vendrá su autocrítica como colofón: «Si los científicos, intimidados por los poderosos egoístas, se contentan con acumular la Ciencia por la Ciencia, se la mutilará, y vuestras nuevas máquinas significarán sólo nuevos sufrimientos. Un hombre que hace lo yo he hecho no puede ser admitido en las filas de los hombres de ciencia.»
Galileo vivirá los últimos años de su vida en severa vigilancia por la Inquisición. Si no hubiese abjurado, no hubiera escrito sus grandes «Discursos» que atravesaron la frontera clandestinamente. ¿Dónde está, pues, el «crimen» de Galileo?