El pasado 26 de noviembre representantes de todos los partidos políticos y sindicatos acudieron a homenajear al fundador de Comisiones Obreras. Marcelino Camacho y, por extensión, su inseparable compañera de viaje y lucha, Josefina Samper, recibieron durante más de dos horas las muestras de admiración y gratitud de un público que les recibió en pie con aplausos y les despidió puño en alto llenando el auditorio con la Internacional.

Fue Comisiones Obreras quien organizó el acto con la excusa del próximo 90 cumpleaños de su líder. Lo presentó Aitana Sánchez Gijón. Luis Pastor y Labordeta pusieron la música, Nuria Espert interpretó a Alberti y Pilar Bardem recordó que fue por Camacho por quien se afilió a CC.OO.

Todos hablaron bien de Camacho: desde el presidente del gobierno, hasta el ex líder de la patronal José Luis Cuevas, pasando por la dirección de CC.OO. Pero el discurso rojo y comunista, el más acorde al legado que nos transmite el afiliado con el carné nº1 de CC.OO. fue el de Agustín Moreno, que recordó que sólo Marcelino es capaz de reunir a todas las instituciones y a todas las Comisiones Obreras, y el de Paco Frutos que, como Secretario General del PCE, recordó que el compromiso político y la militancia comunista de este sindicalista y de sus compañeros que fueron quienes abrieron el camino a la clase obrera de este país: «Yo me formé política y sindicalmente con tu ejemplo de comunista» dijo Frutos, y recordó que Marcelino se hizo adulto en momentos difíciles en los que la cárcel y la muerte eran el premio reservado para los que luchaban por la dignidad y la justicia social, y aún así asumió hasta las últimas consecuencias, como tantos otros, su compromiso para reconstruir el movimiento obrero. Lo hizo y lo ha seguido haciendo toda su vida: «Continúas siendo honesto y coherente militante del PCE. Continúas predicando con tu ejemplo», y delante de José Luis Rodríguez Zapatero, y de algunos ministros de su gobierno, que no faltaron a la cita, Paco Frutos recordó que la lucha sindical y comunista, como la defiende Marcelino, sigue siendo hoy más necesaria que nunca ya que hoy la gente vive peor que sus padres por culpa de la pérdida de muchos derechos laborales y sindicales que estamos sufriendo en los últimos años.

Cuando Marcelino subió al escenario para cerrar el acto, con Josefina codo a codo, volvió a recordar al auditorio el sindicalista de siempre. Breve, conciso y lúcido hizo una alegato contra el capitalismo, recordó que en este país hay dos millones de parados y muchas razones para la lucha. Y tuvo las fuerzas para levantar a los convocados al grito de: «Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar».

Extracto de la intervención de Agustín Moreno

Marcelino es un rojo que nunca se traicionó

De Marcelino se pueden destacar muchas cosas: su lucidez, la firmeza de sus convicciones, su coraje y su carácter indomable, su defensa de la pluralidad, su espíritu renovador, su inmensa calidad humana.

Pero sobre todo quería destacar tres rasgos, en mi opinión fundamentales:
Es una persona honesta, condición necesaria para ser sindicalista. De una honestidad a prueba de halagos y tentaciones, personifica la mejor tradición del movimiento obrero: los que organizaron los sindicatos siempre fueron los más austeros, los más cualificados, autodidactas y con mayor conciencia de clase. Resolvió las opciones que, según Hobsbawm, se le presentan a los trabajadores de la mejor manera para su conciencia y para su clase: no buscar el enriquecimiento o el medro personal, no desmoralizarse, y sí organizarse y luchar para cambiar el mundo, para mejorar las condiciones de vida y de trabajo.

Es una persona coherente. Destaca, sobre todo, por su coherencia política-moral, entre el decir y el hacer. Coherencia que llevada hasta las últimas consecuencias significa que supo quedarse en minoría por fidelidad a sus ideas y para no traicionarse así mismo, sin renunciar por ello a proyectos colectivos de transformación social. Por esta razón, Marcelino, a quien tanto hoy queremos, ha resultado en algunos momentos un personaje incómodo, porque es un rojo, es decir, alguien radicalmente partidario de la emancipación social y eso no lo podían soportar quienes han hecho las paces con el mundo tal cual es.

Ha sido siempre un luchador antifascista. Un modelo de compromiso con la lucha antifranquista, por las libertades, la paz y los derechos laborales. Lo fue con la II República, durante el franquismo, en la transición y en la democracia. Y hoy, que la serpiente del fascismo vuelve a poner sus huevos en nuestro país, que los nazis asesinan a chavales de 16 años, a Carlos Palomino, por ir en contra del racismo y de la xenofobia, cobra un gran valor ese legado, porque aunque antifascistas somos todos los demócratas, por definición, la cosa no está tan clara en un país cuando se permiten las manifestaciones fascistas y se prohíben las antifascistas.

Marcelino, que es patrimonio de todo el sindicato, debe de dar nombre a la mayor Fundación de CCOO, a la que existe o a la que específicamente se cree. Es algo tan obvio, tan natural, que lo hace toda organización que se precie de gratitud hacia sus fundadores y personas excepcionales.

Lo menos que podemos hacer con Marcelino, por sus enseñanzas y, sobre todo, por su ejemplo es darle todos las gracias, algunos pedirle perdón y recoger su legado vivo y actual. Un legado de firmeza, unidad y pluralidad, de considerar a CCOO como el sindicato de todos; el valioso legado de alguien que quiso hacer de su compromiso una norma de conducta cotidiana. Algo tan difícil y por ello tan importante.

* Agustín Moreno es representante del sector crítico de CC.OO