Como estamos en campaña electoral, te escribo, Derecha mía, para decirte que esto de elegir a nuestros parlamentarios, en las actuales circunstancias, me parece, además de un derecho duramente adquirido, una ingenuidad por nuestra parte y un engaño más del sistema político imperante. En primer lugar porque mal se puede elegir cuando casi nadie se lee el tocho programático, en segundo lugar porque parece que sólo compiten dos y en tercer lugar porque la idea que nos hacemos de la puja electoral viene condicionada mayormente por unas calculadas imágenes que salen en la pantalla de televisión como fondo de unos titulares anecdóticos sobre tensiones orquestadas que se alimentan de humo.

Como cuando nos advierten los periódicos que el entrenador tal está calentando el partido (del siglo, del año o de la semana).

En esta movida emocional que nos proponen como campaña electoral nos conducen hacia la simpleza de la política como espectáculo (y no de los mejores). La parte más enjundiosa es cuando transforman a nuestros representantes en dirigentes, cuando se nos ofrece la comodidad de que te entregues al líder. Los rojos solemos acompañar esta operación tarareando aquello de «ni dioses, ni reyes ni tribunos», porque somos así de tiernos en nuestras contradicciones. Tan simple me parece el show que resulta forzosamente engañoso. Si te fijas en las propuestas se te puede olvidar valorar a las personas que supuestamente se comprometen a llevarlas a cabo, o desconocer qué poderes están detrás de cada candidatura y qué intereses asoman por detrás de la espectacular preocupación por el bien común. También se nos olvida el parentesco entre lo que se dice en campaña y lo que se ha hecho en el periodo anterior.

Pero no culpemos a los candidatos más allá de su interesada complicidad con las perversas reglas del sistema tan aparentemente democrático que no todos los votos valen lo mismo, ni nos justifiquemos en la correlación tan desigual de fuerzas, o en tópicos como «esto es lo que hay», «todos son iguales», «es el mal menor», etc. Yo te propongo otro ejercicio más asequible: mira tu agenda y haz un resumen del tiempo y el esfuerzo que has dedicado a compartir con los demás una preocupación, el diagnóstico de un problema común y la articulación de una alternativa que vaya más lejos de arremeter contra los otros. Mira si, al margen de lo que se sufre por lo que te parece que anda mal, has dedicado tiempo, ganas y capacidad para proponer o participar en un proyecto cívico que supere el nivel de ocurrencia tabernaria y el de catacumba satisfecha con su pura intimidad. Tampoco te hablo de participar en botellones místicos arrobados por el culto a ideas totales del tipo «¡Viva España!» o «¡Socialismo o muerte», que son consignas más o menos significativas pero escasamente programáticas. Y, luego, mira si en tu entorno se nota tu actividad personal como algo que contribuye clara y positivamente a vivir mejor. Si no es así no cometas la injusticia de proyectar en los candidatos tus propias carencias. Ellos ya tienen, como puede observarse, las suyas.