La hegemonía del capital inmobiliario constructor es total económica e ideológicamente, lo que nos lleva a hacernos, entre otras una pregunta: ¿será verdad que la actual estructura económica es realmente capaz de generar prosperidad para la mayoría de la población?

Pregunta con respuestas que deben buscarse en función de un balance completo y global (no sólo monetario, si no también ecológico y social) de sus costes y de sus beneficios a corto y largo plazo. Balance que hay que comparar con el de otras formas de desarrollo que supongan costes menores para las mayorías. Y sobre todo, hay que evaluar el modelo de desarrollo basado en el motor constructor inmobiliario en función de su propia estabilidad económica, social y ecológica.

La respuesta a estas cuestiones obliga a revisar los axiomas del actual orden económico, ecológico, laboral y social, viéndole como algo relativo y no como el único posible, por muy racional, coherente y, sobre todo carente de alternativa que parezca. Nos obliga a romper las barreras del discurso que arropa y legitima el capital inmobiliario/constructor para obtener beneficios y seguir con el proceso de acumulación -cuyo excedente ya busca nuevos sectores: energía y sanidad-, así como ampliar su hegemonía sobre amplias capas de la población. Sólo así podremos poner prioridades, definir y explicar de una manera diferente los problemas y las realidades, haciéndolo desde otro ángulo y, en el caso de que lleguemos a la conclusión de que sus costes son demasiado elevados, plantear, discutir y contrastar con otros modelos.

El balance completo y global de un modelo no se refleja sólo en plusvalías obtenidas, cuantificadas en las rentas inmobiliarias y puestos de trabajo creados, a lo que se limita el dominante discurso del capital y de sus representantes políticos. Hay que contabilizar el coste ecológico, de calidad de vida y del trabajo y de su estabilidad o falta de ella, la salud laboral y ciudadana. Y también hay que calcular el coste de un modelo basado en un urbanismo arrasador del territorio, en la creación de infraestructuras socialmente innecesarias, planificado para maximizar el beneficio del capital y propiciar su proceso de acumulación. Es un modelo que nos condena al atraso tecnológico -con lo que conlleva, económica, laboral, social y ecológicamente- a la destrucción de su territorio y a un incremento de la mano de obra no especializada, frágil ante los cambios de ciclo.

Este coste no es abstracto, es concreto y calculable y afecta directamente a la vida diaria de la inmensa mayoría de la población de las ciudades y de las localidades cada vez más alejadas de ellas. Coste que comienza a recaer sobre las espaldas de los trabajadores cuya fuerza de trabajo ha generado las plusvalías y los beneficios del capital inmobiliario constructor aunque, dentro del dominante discurso del capital inmobiliario/constructor, ampliamente difundido por medios de comunicación propiedad del mismo, estos costes no son tenidos en cuenta, lo cual no quiere decir que no existan.

Contrariamente a lo que nos hacen creer, la estabilidad económica, el desarrollo social y el aumento del empleo, no se logran maximizando rentas inmobiliarias y creando empleos asociados a la construcción, generalmente poco cualificados. Una estabilidad con futuro hay que buscarla fortaleciendo la sociedad del trabajo -creando empleo estable y de calidad en aquellos sectores que creen un desarrollo sostenible del territorio-.

Un modelo de análisis que tuviera en cuenta los factores anteriormente mencionados, permitiría definir otras causas y efectos del modelo actual de «desarrollo», hacer balances más completos y realistas, con lo nos sería más fácil establecer comparaciones, imputar mejor costes y contrastar beneficios, sobre todo a medio y largo plazo con otros modelos.

¿Se puede deducir de todo lo anterior que no hay solución?

Efectivamente no la hay dentro del sistema actual. Es impensable que quienes crearon los problemas siguiendo la lógica del capital de su necesidad ilimitada de acumulación, puedan aportar las soluciones y de ello podemos sacar una primera conclusión: la vía de la actuación reformista tiene límites en si misma, lo que no supone que sea inútil hacer esfuerzos por avanzar en dicha senda. La presión política a favor de reformas económicas, sociales y ecológicas, además de paliar algunos efectos de la degradación puede hacer crecer las contradicciones del propio sistema facilitando el que afloren los verdaderos problemas políticos en juego, siempre que estos problemas se planteen correctamente.

Se hace necesario un sistema alternativo que hay que empezar a construir. Un sistema que debata, calcule y, sobre todo decida de forma colectiva sus aspectos fundamentales, levantando ahora la bandera de la racionalidad, de una nueva frontera para el género humano, que tiene que ser una nueva frontera para el planeta. Iniciar una senda en la que la vieja lucha por la igualdad, hoy más vigente que nunca, se base en un modelo económico y social ecológicamente sustentable y socialmente justo, siendo conscientes de que es un camino largo y difícil.

Los inicios de un camino son siempre inciertos difíciles y, por qué no decirlo, audaces, pero ofrecen algo que los supuestos finales nunca podrán ofertar: una promesa, una utopía, una meta a la que llegar.

* Miembro de la Presidencia de IU CM
y Técnico de Medio Ambiente del Grupo
Parlamentario de la Asamblea de Madrid