El Congreso de los Diputados recién constituido, resultante de las pasadas elecciones generales, es el menos plural de la historia de la democracia. PSOE y PP se reparten el 92% de los escaños, 322 de los 350 diputados de la cámara.

Desde las primeras elecciones (1977) las dos primeras fuerzas nunca habían acaparado un número tan elevado de diputados.

Los datos ponen de manifiesto que ha existido una movilización estratégica del voto socialista, que ha sido estimulada desde el gobierno aumentando la tensión, pero la también la derecha movilizó a sus votantes, lo que muestra una, cada vez más fuerte, bipolarización de la sociedad.

La fuerte bipolarización y otros factores que perjudican a los partidos pequeños, ya sean externos (sistema electoral, acceso a medios de comunicación) o internos a los propios partidos, favoreció a los grandes partidos reforzado el bipartidismo, y se ensañó en particular con Izquierda Unida que vio como su representación parlamentaria se derrumbaba, obteniendo los peores resultados de su historia en una elecciones.

La tendencia hacia el bipartidismo perfecto, que ya se apuntó en los comicios del 2000 (PSOE y PP sumaron 308 escaños) y del 2004 (PSOE y PP sumaron 312 escaños), se ha visto confirmada en estas últimas elecciones. El PSOE ha aumentado sus resultados, y también ha aumentado el voto al PP y su número de diputados manteniéndose la distancia entre ambas fuerzas (16 diputados).

El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) obtuvo un 43,64% de votos, 169 escaños, aumenta cinco, y el Partido Popular (PP) obtuvo el 40,12% de votos, 153 escaños, también cinco más.

Izquierda Unida
Esta supremacía de los dos partidos mayoritarios condena a Izquierda Unida, la tercera fuerza en número de votos, a un papel casi marginal: IU obtuvo un 3,80% de los sufragios, más de 300.000 votos menos que en las anteriores elecciones, y antes ya perdió más de 900.000. En total, en pocos años, su retroceso es de casi un millón y medio de votos. IU, que junto con Iniciativa per Catalunya (IC) contaba con cinco escaños, se derrumbó y quedó reducida a dos escaños.

El voto del conjunto de fuerzas políticas consideradas de izquierdas, se ha debilitado en relación a 2004 con una pérdida de más de 600.000 votos. La brecha izquierda-derecha ha pasado de 1.800.000 votos a poco más de 800.000.

Por tanto, hay un debilitamiento de la izquierda, que avisa del riesgo futuro de una nueva victoria de la derecha.

El voto de izquierdas en 2004 era de 13.326.425 (sumando PSOE, IU, ERC, NABAI, BNG y CHA) y en 2008 ha sido de 12.633.147. El resultado son 693.278 votos menos, dándose un debilitamiento del conjunto de la izquierda. También a nivel de representación, si sumamos los escaños que retrocede IU, los de ERC y la desaparición de la Chunta Aragonesista (3, 5 y 1 escaños), hay un debilitamiento de la izquierda en el arco parlamentario.

La abstención sigue siendo un fenómeno que afecta fundamentalmente al voto de izquierdas, y en particular son los votantes potenciales de Izquierda Unida los que fluctúan más entre la abstención y el voto coyuntural al PSOE. La mayoría del millón y medio de votos que IU ha perdido en los últimos años ha ido a la abstención, y sólo una parte de ellos ha podido cooptarlos el PSOE ahora con ocasión de estas elecciones. En las mismas, una parte del voto del conjunto de la izquierda (PSOE+IU) ha ido a la abstención o a otras fuerzas, y aunque es más difícil de evaluar también ha existido voto del PSOE hacia la derecha (PP y UPyD), y más claramente de IU y otras fuerzas de izquierda hacia el PSOE y hacia la abstención.

8 años de retroceso electoral
El paulatino retroceso de Izquierda Unida, caracterizado por la pérdida de votos e influencia social, ha tenido diversos componentes a lo largo de estos años, retroceso electoral que comienza con la sustitución de Julio Anguita y el acceso a la dirección de Gaspar Llamazares. Aparte de los factores estructurales, que han sido siempre constantes a lo largo del tiempo, es decir, del actual sistema electoral que favorece la concentración de votos, hay que buscar las causas en el interior de la organización, observando tanto las estrategias políticas desarrolladas como la propia forma estructural interna que se ha consolidado actualmente dentro de nuestra fuerza política.

Las primeras pérdidas masivas de votos de IU, en los comicios del 2000, se produjeron tras un giro importante en la estrategia política de la organización, compartido entonces por una mayoría de dirigentes, y que se realizó sin buscar el consenso con las bases. El acercamiento al PSOE implico principalmente, pérdida de perfil político, retroceso ideológico y ausencia de centralidad del programa, a la vez que como consecuencia de esto se produjo un alejamiento de las bases.

En el año 2004, Izquierda Unida aguantó mejor la bipolarización, probablemente como producto de la movilización social y la conflictividad existente, conflictos en los que IU estuvo plenamente implicada. En esa ocasión, esto permitió a la dirección encabezado por Gaspar Llamazares, ya no sólo reformular su estrategia de acercamiento al PSOE, dando una vuelta de tuerca más que consolidó Izquierda Unida como fuerza política complementaria del PSOE, sino también le permitió realizar cambios en la estructura interna de la organización profundizando en el modelo partido de perfil electoralista y presidencialista, que consagró la separación definitiva de los elementos más activos de las bases: activistas militantes, cuadros intermedios, etc.

En el descalabro tras las últimas elecciones, aparte de lo ya expuesto anteriormente, ha influido por la coyuntura concreta, tanto la desmovilización social promovida por el gobierno de Zapatero desde el 2004, como la estrategia de tensión política creada artificialmente desde la Moncloa para movilizar al electorado socialista y concentrar los sufragios de izquierda quitando votos sobre todo a los pequeños partidos, en especial a IU, para mantenerse cómodamente en el poder.

En ese sentido, el voto esta vez no ha sido libre. La explicación reside en que cuando existe una mayor tensión política, la concentración electoral sube, por el miedo y la incertidumbre, y cuando la situación se distiende, los electores votan más a gusto, votan libremente a quien le gusta y con quien se identifican, y menos para manifestarse en contra de otra fuerza política, por miedo, incertidumbre o preocupación.

La campaña más bipartidista de la historia ha pasado factura a Izquierda Unida, pero sobre todo a una determinada manera de entender la organización, al perder otros tres escaños y quedarse con dos, con los que, por primera vez desde el principio del post-franquismo, no podrá formar grupo parlamentario propio, ya que el reglamento exige un mínimo de cinco parlamentarios, siempre que se supere el 5% de los votos emitidos en el conjunto del estado.

La caída libre que emprendió IU a partir del año 2000 se ha confirmado, los resultados obtenidos han sido decepcionantes, una derrota injustificable y sin paliativos cuya responsabilidad única es de la dirección federal de Izquierda Unida encabezada por Gaspar Llamazares, que en los últimos años ha asumido, por su cuenta y en solitario, la estrategia y la orientación política, y lo que es más importante, los cambios orgánicos estructurales y organizativos.

Este modelo político y organizativo, el de Gaspar Llamazares y su equipo de dirección, electoralista y presidencialista, muy institucionalizado y profesionalizado (pero poco profesional), basado en la ruptura e imposición política frente al consenso, es el que ha fracasado. Porque se ha demostrado incapaz de representar una alternativa política sólida y autónoma, pero también electoral, al PSOE que ahora nos utiliza en función de sus intereses estratégicos, y por esto, y sobre todo porque con este modelo, la pervivencia de un proyecto de izquierda transformadora de ámbito estatal no está asegurado. Quizá lo que estaría asegurado, si seguimos igual, sería su desaparición.