Salomón Sorowitsch, nariz afilada, rostro severo, figura enjuta y triste, se pasea con un maletín, que más tarde descubriremos repleto de dólares, por las calles de un principado de Mónaco insultantemente opulento. En los pasillos del banco, del casino o del hotel, incluso en la cama con la prostituta de lujo, mantiene un absoluto mutismo, no tiene voz, no tiene palabras para nadie, sólo gestos de generosidad exagerada repartiendo dinero… y memoria, tiene la memoria tatuada en el brazo en una serie de números que revelan su inmediato pasado, los campos de deportación de Mauthausen y Sachsenhausen.

En 1942 los nazis comenzaron la «Operación Bernhard», un dispositivo de fabricación masiva de libras esterlinas y dólares falsos con el que pretendían primero hundir la economía británica y después financiar su gastos de guerra. Al mando del mismo colocaron a Bernhard Krüger, un consumado artista de la falsificación. Un grupo de prisioneros expertos en tipografía e impresión se encontró, junto a Krüger, en una celda de oro gozando de todo tipo de privilegios en mitad del infierno del campo de concentración. El golpeteo de las pelotas de ping pong con que podían relajarse en los ratos de descanso que les eran concedidos se mezclaban con el tableteo de las ametralladoras que segaban la vida de otros prisioneros.

Sorowitsch es el trasunto del verdadero Krüger pero para los espectadores que desconocíamos este episodio de la Segunda Guerra Mundial será ya para siempre su cara y sus ademanes, porque el trabajo del actor austríaco Karl Markovics es de los que dejan huella en el alma de los cinéfilos. Así fue reconocido en el pasado Festival Internacional de Valladolid, con la Espiga de Plata al Mejor Actor.

Markovics, dota de admirable humanidad a un personaje contradictorio: en Berlín, antes de su detención, se mueve en un mundo de estafadores y putas y su única preocupación es mantener la calma ante las provocaciones, vivir lo mejor posible y no mirar demasiado a los lados. Cuando necesita dinero, lo fabrica y lo gasta sin miramientos. Más adelante, en el ojo del huracán de la deportación observar los mismos principios se le hará más difícil: ¿»cómo podemos colaborar con los nazis y dormir en camas mullidas mientras miles de personas son masacradas a nuestro alrededor?», le pregunta un compañero izquierdista. ¿Sabotear los planes de los nazis a costa de sacrificar la propia vida o sobrevivir intentando retrasar al máximo la tarea encomendada, mientras cierran ojos y oídos para ignorar la suerte de los demás? La crudeza con que «Los falsificadores» plantea el dilema en que se debaten estos peculiares prisioneros rezuma verdad, gracias a una ambientación, fotografía e interpretación que nos trasladan sin ninguna resistencia a ese vertedero de la Historia desde la primera imagen hasta la última, muy especialmente por el tono de austeridad narrativa, lejos del espectáculo épico de tantas cintas que recrean las desdichas de los prisioneros nazis.

Otro Óscar a la Mejor Película extranjera muy acertadamente concedido para un cine alemán cuyas grandes figuras pertenecen a otras épocas y parece alumbrar tiempos de vitalidad: recordemos que en 2006 también triunfó «La vida de los otros».

RECOMENDACIONES

EL AMOR EN TIEMPOS DEL CÓLERA, de Mike Newell. La escasa suerte de Gabriel García Márquez en el cine. Ni siquiera Javier Bardem -ahogado por toneladas de maquillaje- evita el naufragio.

ELEGY, de Isabel Coixet. Alta temperatura erótico-sentimental en la pareja formada por Penélope Cruz y Ben Kingsley, y la habitual dosis de sensibilidad de la directora española.

BUDA EXPLOTÓ POR VERGÜENZA, de Hana Makhmalbaf. Acaso nos resulte excesivamente consabida la crítica a la barbarie talibán. Tal vez adolezca de cierto perfume formulario.