Ya me extrañaba a mí que el malvado neoliberalismo no se llevara por delante la Fiesta del PCE, evento emblemático y anunciador de que otro mundo era posible, aunque no se sabía con certeza cómo iba a terminar de ser.

Pero lo que era (al menos durante los días festivos) resultaba distinto a todo lo conocido, tenía personalidad propia, sus propias señas de identidad y hasta sus tradiciones y rituales. Era un importante punto de referencia no solamente para los rojos de toda la vida (incluyendo a los que descubrieron al Partido en el 75 pero que se habían pasado los años anteriores esperando el advenimiento rupturista) sino para una buena parte del pueblo llano, que gustaba de combinar la gastronomía por regiones con los discursos políticos cargados de gloriosa tradición y de irrenunciables expectativas de futuro. La Fiesta también fue una experiencia recaudatoria que podía fallar en los grandes números, pero daba vidilla a muchos chiringuitos que hacían su «agosto» en septiembre para aguantar todo el invierno. Era una Fiesta representativa de toda una historia que intentaba mantenerse en un presente cada vez menos favorable.

Yo creo que la Fiesta se ha sostenido tantos años porque el complejo formado por «financieros-grandes corporaciones-publicitarios» todavía no habían llevado a la perfección, como en estos ultimísimos tiempos, la rentabilización comercial extrema de la versión post-fordiana del panem et circenses, de tan reconocida y ancestral eficacia a la hora de reeducar al populacho hacia exaltaciones controladas y comercializadas.

Porque ahora que la Derecha se ha apropiado de todas las consignas posibles desde el 98 para acá, reconduciéndolas hacia el entusiasmo regeneracionista del «podemos» o del «estamos preparados» o hacia la agresividad desclasada del «a por ellos», (sin saber muy bien quiénes somos nosotros pero envueltos en los abalorios que nos identifican aparentemente como espectadores, gruppys, hooligans o, y en todo caso, meros consumidores), la Fiesta del PCE sobraba y eso es lo que ha ocurrido: que parece que sobramos y nos quedamos fuera del calendario festivo a pesar de que, en un loable intento de comprender los misterios del marketing y el merchandising, llegamos incluso a conceder la venta de las entradas en El Corte Inglés, que debe ser la mejor forma de estar en este mundo mientras llega el mejor posible.

Supongo que, como suele ocurrir en todos estos casos, la culpa de todo la tienen los malos y que nuestras irreprochables buenas intenciones están fuera de duda. Pero sería tonto pensar que todo lo han hecho ellos. Algo habremos hecho (o dejado de hacer) nosotros para quedarnos sin nuestros días festivos. Aunque, dentro de la desgracia, la pérdida no será total si utilizamos mejor los días laborables. Aunque no sea más que para evitar que la alternativa que se anuncia para el año próximo termine siendo participar en el anuncio de que ya es primavera en El Corte Inglés.