Ahora que de nuevo empieza el colegio, y dado que vivo en una de las comunidades gobernadas por ese amasijo de especuladores – y asesinos, no nos olvidemos de Iraq – llamado PP, me empiezan a asaltar varias dudas con respecto al futuro de mis hijos en edad escolar.
¿Habrán privatizado la escuela aprovechando el período vacacional y la falta de reacción social que provoca la hipoteca? ¿Impartirán la asignatura de Educación para la Ciudadanía en suahili o en finés? ¿Subirá el precio del comedor además de instaurar la hamburguesa de MC Donald`s como menú único? ¿Intentarán este año restituir los crucifijos al lugar omnipresente que tenían antes, cuando mandaba – que no gobernaba – su Excremencia? ¿O tal vez sean las imágenes de las virgencitas, tan monas ellas, tan puras, tan asexuadas, tan anticomunistas, las que pendan en las paredes del vestíbulo, o presten su nombre al centro? ¿Habrán inventado, finalmente, los libros autodestruibles, de tal manera que haya que comprar uno al mes y no puedan reutilizarse jamás, en aras del beneficio de las grandes editoriales y demás mercaderes del conocimiento? ¿Estarán ya ideando la fiesta de la Navidad o el fomento de la caridad, ese maléfico instrumento que permite que los pobres sigan siendo pobres y los que no lo son, duerman mejor? ¿Tal vez la visita a una unidad militar o a una central nuclear, para que nuestros hijos se vayan acostumbrando a lo que les espera?
Desgraciadamente, todo esto que puede parecer un chiste, sin embargo, dista mucho de serlo. A pesar de lo que diga la Constitución, lo de la educación libre, gratuita y universal, de momento, no es sino una broma de mal gusto que se repite año tras año sin ocupar ni las portadas de los periódicos, ni las calles de nuestras ciudades con concentraciones masivas, aunque afecte – ¡y de qué manera! – al futuro de nuestra sociedad que se supone debiera tender cada vez más hacia un mundo justo y solidario.
Pero no. Los libros cuestan, cuando tendrían que ser gratuitos; el comedor deja beneficios en las escuelas, cuando se supone es un servicio público; el transporte, lo mismo; las actividades extraescolares – deportes, aprendizaje de otras lenguas, música, etc. – significan una carga económica que no todas las familias pueden soportar, con lo que se acrecienta la desigualdad social, fruto de la diferente preparación cultural. Esto es, que de universal y gratuita, nada de nada.
¡Y en cuanto a libre! ¿Cómo hablar de libertad cuando en nuestras escuelas públicas se sigue impartiendo la asignatura de religión católica durante hora y media semanal, más que música, conocimiento del medio o inglés? ¿Cuándo curso tras curso tenemos que tragarnos lo del niño dios, el buey, la mula y los peces que beben en el río, amén de la exaltación de la monarquía en la figura de los tres reyes magos, que ni eran reyes, ni magos, ni leches. Pero ojo, que lo mismo ahora compartiremos espacio con Mahoma, Yahvé, el evangelio cuadrangular y demás aberraciones. Y digo yo, si en la ley está escrito que se deben respetar todas las creencias, ¿ser ateo no merece respeto?
Entonces, que se imparta todo o nada. Y mejor, nada.
Mientras tanto, se cede terreno público a la escuela concertada, se siguen pagando los sueldos a los profesores de religión, se subvencionan los colegios del Vaticano y se conciertan actividades municipales con los mismos. En suma, se mantiene a la empresa privada con el dinero de todos, mientras se recorta – o se congela, que tanto da – el destinado al bien público.
Y todo ese derroche de dinero, tiempo y medios invertidos para perpetuar la perversión de la mente de nuestros hijos mediante la doctrina que en esos centros se imparte, es lo que le falta a la escuela pública para que, realmente, pueda ser libre, gratuita y universal.
Es un robo a la educación de nuestros hijos. Es un atraco al futuro.