Un día cualquiera enciendo la televisión, la pública, la que pagamos todos, la que no debiera tener publicidad, ni programas alienantes, sino otros que ayudaran a elevar el paupérrimo nivel cultural del país y guardara fidelidad al necesario y justo pluralismo de la información.

Si el día cualquiera resulta ser un domingo, me toparé con la celebración del rito de esa secta de necrófilos llamada catolicismo, durante el cual, en una suerte de misticismo caníbal, se comen el cuerpo y se beben la sangre de uno de sus lideres; si coincide con el principio de la Primavera, veré encapuchados que fustigan su cuerpo al son de la fanfarria de la Legión o la Guardia Civil – aunque cobren también del dinero de los ateos – acarreando imágenes dolientes de rostro sanguinoliento y corazones apuñalados; incluso escucharé las palabras de algún locutor que, en medio de un informativo, habla de la resurrección de Jesucristo como si de un hecho real, probado y constatado se tratara.

Mal empezamos, pienso. Así que elimino del día cualquiera los domingos, la Semana Santa, la Navidad y otras fechas marcadas por el integrismo innato a la ideología religiosa. La enciendo otro día cualquiera, un lunes por ejemplo, a la hora de las noticias. Aparece – ¡como no! – el nuevo emperador del planeta, Mr. Barack Obama, tan alto, tan guapo, tan educado, tan pulcramente creyente. Habla de Irak. Dice, se cometieron errores, pero nos quedamos por bien de la libertad – de sus empresas, no de los iraquies -; reconoce que hubo torturas, pero no castigará a los torturadores porque – ¡sic!- lo hicieron de buena fe; habla del apoyo a Israel – no de las masacres en Palestina -; critica la escalada nuclear de Corea e Irán – a la vez que no plantea destruir ni sus armas atómicas ni las de sus socios del mundo rico-. No puedo evitar que me recuerde a Kennedy quien, a pesar de invadir Cuba – sin éxito -, iniciar la guerra de Vietnam y llevar al mundo al borde de la guerra atómica, pasó a la historia como el más bueno de los sheriffs buenos.

Entonces sale lo de Cuba y el Emperador declara que va a permitir que los cubanos de Miami, puedan viajar a la isla y gastarse en ésta más de cien dólares. Uno piensa, ¡Ah!, ¿pero no era que no podían viajar por culpa de los cubanos? ¿No era así como me lo contaban por la tele?. Pues debía ser que no. Eso si, solo podrán viajar aquellos que tengan familiares en la isla y no hayan nacido en los Estados Unidos. ¡Vaya con la libertad!.

Sin embargo lo mejor está por llegar. El locutor o locutora – periodista tan independiente como democrático – añade que la medida será muy buena porque ayudará a cambiar el «régimen de los hermanos Castro». Y uno vuelve a pensar, ¿quién es éste o ésta para asegurar que los cubanos quieren cambiar lo que han conseguido tras años de lucha? Aún más, ¿qué es eso de los hermanos Castro? ¿Lo dicen así como si se tratara de una banda de delincuentes al más puro estilo del Oeste americano? ¿Algo parecido a los hermanos James o los hermanos Dalton?

Luego continúan con el análisis de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, para que el público se entere. Dicen que hay un embargo desde el año 1962 y mienten, porque no es embargo, sino bloqueo, a la vez que obvian que éste no fue debido, ni a la guerra fría, ni a ningún incumplimiento del derecho internacional por parte de Cuba como insinúan, sino a que el gobierno revolucionario decidió nacionalizar las empresas norteamericanas, las mismas que ejercían de amos y señores de la isla, sumiendo en la miseria y la indignidad a sus habitantes, auténticos propietarios de las riquezas de su tierra. Ese y no otro es el delito de Cuba, creer en los derechos humanos más firmemente que ningún otro país.

Debe ser por esa misma razón por la que cuando hablan de Evo Morales, le ningunean llamándole presidente indigenista, cuando ha sido tan libremente elegido por su pueblo – o más – que Obama, a cuyo nombre anteponen siempre lo de «presidente electo». También Hugo Chávez quiere repartir las riquezas entre los más desfavorecidos; también él cree que otro mundo es posible e inevitable. De ahí que le llamen «el populista presidente venezolano», cuando no, dictador, curioso apelativo para quien ha ganado limpiamente todos los procesos electorales.

Y yo no es que sea tan ingenuo como para creer en la objetividad informativa de nuestro agotado y canalla sistema capitalista, pero si que pido, aunque sea, un poco de respeto. Al menos con la historia.