La crisis financiera internacional golpeó en 2007 a nuestro país tras un periodo de crecimiento económico asentado en patrones muy débiles y que mostraban serios signos de agotamiento. El capitalismo español antes de la crisis se caracterizó por el enriquecimiento rápido, la especulación, el endeudamiento y empeoramiento de las condiciones laborales.

La construcción, el turismo, el endeudamiento familiar y el déficit comercial junto a la creación de empleo de muy baja calidad, conformaron los años dorados para las rentas del capital. Sin embargo, este modelo intensificó las desigualdades sociales en España, con un reparto desigual e injusto de la riqueza.

La calidad del empleo fue deteriorándose con porcentajes de temporalidad casi tres veces superiores a los países de nuestro entorno que no fueron capaces de reducir las diversas reformas labores que decían tener ese objetivo.

Tampoco se redujo la siniestralidad, ni se mejoraron las rentas del trabajo. Y todo esto estaba pasando en los momentos dulces de la economía.

Nadie en la actualidad pone en duda ya que la crisis económica tiene sus orígenes en el mundo de las finanzas, tras un enorme desarrollo de este sector desregulado, especulativo y ávido de ganancias fáciles y rápidas. Sin embargo y a pesar de esta certeza, muchos siguen mirando hacia la reforma del mercado de trabajo para salir de la crisis, en un discurso interesado y aprovechando estas dramáticas circunstancias para seguir acumulando excedentes.

Lo cierto es que aquellas recetas de moderación salarial, abaratamiento del despido y desregulación laboral ya fueron aplicadas en el anterior proceso de crecimiento económico de nuestro país y no terminaron ni con los problemas estructurales del capitalismo español, ni con las diferencias de clase que, lejos de atenuarse, se han agrandado.

A pesar de nuestro repetido eslogan “movilízate, que no te hagan pagar la crisis”, lo cierto es que la factura ya la están pagando los miles y miles de trabajadores y trabajadoras que han visto perder sus puestos de trabajos y han visto agotadas las prestaciones económicas. Los datos son escalofriantes: cuatro millones de parados, con posibilidades reales de alcanzar muchos más en los próximos meses. Detrás de las frías cifras se esconden personas de carne y hueso, familias enteras que han visto reducir drásticamente su nivel de ingresos y, aun lo peor, el futuro se les presenta con muy pocas expectativas.

Desde la izquierda sindical y política veníamos haciendo diagnósticos correctos del modelo de crecimiento, del modelo productivo, de la situación del mercado laboral, así como de la instalación de aquellos valores más conservadores en nuestra sociedad. Sin embargo, cuan lejos hemos estado de querer, poder o saber intervenir en esa realidad mucho tiempo antes para cambiarla.

La crisis golpea con fuerza y pone en cuestión el papel central del mercado como regulador de la económica, aparece en el debate público aquella palabra tan demonizada de la “nacionalización” o se abre el debate desde la derecha y el poder, en torno a la necesidad de refundar, modificar o cambiar el sistema capitalista, para no cambiar nada. Sin embargo, ¿estamos preparados desde la izquierda para intervenir activamente en esta realidad y forzar que la salida a la crisis beneficie a las trabajadoras y a los trabajadores?

No tenemos alternativa porque la situación nos demanda respuestas rápidas, hay que pasar a la ofensiva, superando aquellas respuestas tímidas, puntuales y muy poco coordinadas. Tenemos propuestas desde la izquierda a corto, medio y largo plazo que suponen un cambio de orientación económica, social y política radical.

Desde el PCE reivindicamos, entre otras cosas, el aumento del empleo público y productivo, el aumento de la protección al desempleo, el control público de la banca, la mejora de los salarios, el aumento de ingresos fiscales a través de la subida de impuestos a las rentas más altas y el aumento del gasto social hasta acercarnos a la media de los países de nuestro entorno.

Que nadie se engañe, este programa no lo haremos realidad si no somos capaces de arrebatárselo a las clases privilegiadas de nuestro país. Los mismos que nos dicen que eso de la lucha de clases es una antigualla, saben muy bien a cuál pertenecen ellos y se sienten fuertes respaldados por el estado, las leyes, los medios de comunicación, el sistema judicial.

Nosotros, los trabajadores y las trabajadoras, también sabemos cuáles son nuestras herramientas: el debate de ideas, la organización y la movilización social. No tenemos más alternativa, o bien organizamos nosotros mismos nuestro futuro o bien nos lo organizarán otros en contra de nuestros interés.

*Secretaría del Mundo del Trabajo