Lo primero que hay que hacer para no salir de esta crisis es seguir las recetas del enemigo.
La crisis coyuntural -la oficial- se estrenó mediáticamente hace dos años. La crisis estructural -también llamada capitalismo- lleva bastante más tiempo en cartel, pero los medios la ocultan y ahí seguirá salvo que hagamos algo.

Lo primero, no aceptar el análisis que hacen los capitalistas -y sus diferentes familias- sobre la crisis y cómo superarla. Si es el propio capitalismo quien construye su oposición, poco podremos hacer: el cierre sistémico será perfecto y sólo nos quedará elegir como queremos ser devorados -eso sí, democráticamente-.

La crisis es fruto del triunfo actual del
capitalismo sobre los trabajadores. Del capitalismo neoliberal llevado a su máxima expresión en los últimos treinta años e impuesto a nivel mundial mediante el guante suave de la globalización (y sus instituciones) y la bota dura del imperialismo (EEUU, OTAN).

Nos impusieron en todos los aspectos de la vida y la sociedad el capitalismo, el lucro privado, el egoísmo, el individualismo, la competitividad y el santo mercado. Lograron neutralizar la resistencia de la clase trabajadora del primer mundo, reconvertida en gran medida en clase media deseosa de participar del consumismo de masas (todo sea por el crecimiento y el empleo) a costa del medio ambiente y de la exclusión de la mayoría de la población del planeta.

Y ahora nos dicen que la crisis no es fruto del sistema sino de la avaricia de unos pocos lobos capitalistas descontrolados, y que con regulación y cambiando ladrillos por ordenadores volveremos al paraíso.

Nos dicen que para desterrar la perniciosa economía financiarizada y de casino debemos invertir mucho en economía productiva (la buena) como si la lógica capitalista de ambas no fuera la misma: ganar más dinero del invertido al coste que sea.

Nos dicen que debemos aumentar la demanda y consumir más para salvar la economía, aunque en esta huida hacia adelante aniquilemos el planeta y a millones de hambrientos y excluidos.

Pues no. La crisis surge del apogeo del capitalismo llevado hasta sus últimas consecuencias. Y la receta que nos prescribe el doctor sistema a través de sus portavoces es más y mejor capitalismo, en su dosis justa y sostenible (nos dicen ahora).

Es posible que los capitalistas y sus empresas salgan así de su crisis, a costa una vez más de los trabajadores, pidiéndonos un nuevo sacrificio para sostener un modelo que implica renunciar cada vez a más derechos para sostener las tasas de ganancia empresariales. Es lo que tiene “el progreso y el desarrollo”.

Si nuestras propuestas como trabajadores pasan por perfeccionar el capitalismo, nos hemos equivocado de bando: enfrente, el otro bando ya se dedica a ello. La superación real de la crisis pasa por cuestionarnos algo muy sencillo: ¿cuál debe ser el objetivo, la guía y los destinatarios de la producción?

A) ¿El ánimo de lucro, la competitividad y el mercado?

B) ¿O debe priorizarse la satisfacción de las necesidades vitales del conjunto de la población a nivel mundial, enmarcado en una sostenibilidad imposible bajo el capitalismo?.
La cuestión no son tanto las medidas a adoptar como el marco de actuación y transformación social desde el que plantearlas. Una misma propuesta, radical en apariencia -como la nacionalización de la banca- no tiene los mismos objetivos e implicaciones planteada desde un enfoque keynesiano perfeccionador del capitalismo que desde un enfoque comunista superador del mismo.

Si situamos como guía estratégica de la reivindicación y la acción el control social de la producción (orientada a la satisfacción de las necesidades de la población) y la superación de la disociación entre trabajadores, medios de producción y los frutos del trabajo, podremos avanzar hacia la superación de la crisis por las clases populares.

Desde este marco, las propuestas y actuaciones podrán coincidir en su enunciación genérica -no en sus objetivos- con algunas planteadas desde el discurso progresista oficial. Los ejes principales abordan aspectos clave: la forma de relacionarnos con la naturaleza y el uso de los recursos limitados (energía, agua, territorio), la satisfacción de necesidades sociales básicas (alimentación, vivienda, sanidad, educación y cultura, transporte), el papel y participación de la iniciativa pública y colectiva, y la subordinación del sector financiero a la economía real, supeditada a su vez a la satisfacción de las necesidades vitales del conjunto de la población, condicionadas necesariamente por la sostenibilidad del planeta.

*Economista