La necesidad de cambiar el modelo económico es en la actualidad la cuestión que más consenso genera en cuanto a la crisis económica se refiere. Otra cosa bien distinta es el cómo caracterizamos el modelo actual y el qué hacer para superarlo, elementos que sí son los ejes del debate, o deberían que serlo.
Según nos advierten los que más explicaciones tendrían que darnos, al parecer ya ha pasado el momento de buscar las causas (y responsables) de la crisis y ha llegado el momento de “solucionarla”. Sin embargo no identificar los rasgos fundamentales del modelo económico que no tan sólo nos ha llevado a la actual situación de crisis, sino que también en momentos de aparente bonanza condenaba a la gran mayoría a bajas rentas salariales y en el mejor de los casos a un ficticio estado de riqueza, hará inútil cualquier medida que realmente pretenda dar contenido al cambio de modelo económico que se reclama. Como es obvio el diagnóstico es primordial si queremos acertar en el remedio.
Para los que propugnan, como hace el equipo de Gobierno del PSOE, la necesidad de pasar “del ladrillo a los sectores emergentes”, hasta convertir este transito no sólo en condición necesaria sino en la práctica también suficiente para resolver todos nuestros males, bastaría con que los poderes públicos implementasen ayudas a la innovación, cambios en la formación, nuevas subvenciones… Consideran así la burbuja inmobiliaria un fenómeno creado casi por generación espontánea y que en lo sustancial es la causa, y no la consecuencia de un modelo previo.
Sin embargo, y en todo caso, para que el ladrillo no siga siendo el motor de crecimiento en el presente y futuro de varias generaciones ya no hace falta actuar, una vez estallada la burbuja el ladrillo no volverá a serlo. Otra cosa era mientras continuaba la escalada, cuando casi todo el mundo miraba hacia otro lado, hacia el beneficio fácil, y los poderes públicos tanto del PSOE como del PP alentaban la borrachera. Nada se hizo entonces, y nadie se da hoy por aludido.
La necesidad de un cambio en el paradigma de crecimiento era una necesidad anterior al ladrillo como punta de lanza de crecimiento, más honda y que afectaba a los pilares del modelo sociolaboral desarrollado en las últimas décadas.. Nuestro modelo económico, que en esencia es el mismo desde hace décadas, se caracteriza por la minimización de lo público, la desregulación de mercados, la depredación ambiental y la búsqueda de negocio rápido utilizando como elemento competitivo los bajos costes salariales. Algunos de los efectos más perversos del actual patrón de crecimiento y de las políticas publicas que lo alimentan, son el bajo gasto social y la menor presión fiscal, si lo comparamos con la media de la UE-15, la caída a pesar del crecimiento del empleo de la participación de los salarios en la renta nacional, el bajísimo gasto empresarial en I+D, y la ausencia de política industrial más allá de las privatizaciones.
El actual modelo descansa sobre reglas y pautas dotadas de una gran inercia histórica. Es ahí donde hemos de buscar a los responsables, en amplios escenarios temporales. Como ejemplo valga advertir como en los últimos veinticinco años tanto en el ámbito fiscal como laboral, las reformas que se han ido implementando por el PP y también por el PSOE han supuesto en las cuestiones de fondo, un retroceso tanto en derechos laborales como en suficiencia y progresividad fiscal, lo que ha reducido la eficiencia económica, determinando las directrices del modelo económico que ahora se critica.
Reducir el coste teórico del trabajo, por ejemplo, intensifica aún más su uso en detrimento de la inversión productiva. Este uso intensivo del trabajo no capitalizado es precisamente una de las causas de que nuestro modelo económico se haya cimentado sobre negocios empresariales poco productivos, de menor valor añadido, menos innovadores…, siendo más barato para el empresario producir sin invertir, y utilizar los bajos costes salariales como elemento competitivo. Aunque hay otros elementos a considerar, un vistazo a los salarios medios y al gasto en I+D, muestra como en aquellos países donde mayores son los salarios más elevado es el gasto en I+D realizado por las empresas.
Así, porque la orientación de las políticas públicas marca la senda del desarrollo como ya ha ocurrido en el pasado, aunque nadie se de por aludido, es fundamental implementar un cambio de rumbo en asuntos como la fiscalidad, para dotarla de mayor suficiencia en atender necesidades de mejor y mayor protección social y servicios públicos, así como intensificar su progresividad en cuestiones como el tratamiento de las rentas de capital. El mercado laboral, en asuntos como la necesidad de reintroducir la causalidad y acabar con el encadenamiento fraudulento de contratos, así como reforzar la negociación colectiva y reconocer el derecho de readmisión para el despido improcedente. Y el sector público, volviendo a participar en sectores industriales, energéticos y financieros que, siendo estratégicos, actúen como pivote democrático del futuro que queramos darnos.
Sin duda se trata de una tarea compleja y difícil, por la resistencia de los intereses establecidos y la inercia del pasado, pero por otros caminos llegaremos dando un pequeño rodeo, en el mejor de los casos, a allá de donde veníamos.
*Economista