Con creciente intensidad y extensión, las actividades conmemorativas de la proclamación de la II República se prodigan por toda la geografía española. Igualmente van apareciendo en creciente progresión los colectivos, entidades y asociaciones que tienen como objeto de su existencia el ideal republicano.

Sin embargo- y como otra cara de la moneda- se observa también que muchas de estas actividades se circunscriben a mantener el fuego sagrado de la última República o a ligar su existencia a las tareas de la recuperación de la Memoria Histórica. Sea por lo que fuere el llamado movimiento republicano es, hoy por hoy, un abigarrado conjunto de asociaciones sin contacto entre sí, transidas de fuertes personalismos y en muchos casos recogidas hacia su interior en la convicción profunda de que son depositarias en exclusiva del Santo Grial republicano.

Y mientras eso pasa, las miserias y vergüenzas de la Transición exponen ante la sociedad las consecuencias de no haber podido, querido o sabido conseguir la Ruptura Democrática. El franquismo -ese conjunto de poderes económicos, institucionales y culturales que creó a Franco- se bañó en las aguas del Jordán democrático y se aprestó a seguir manteniendo el botín ganado en la guerra. Los acontecimientos que se manifiestan estos días, las corrupciones que ya forman un estado natural de los entramados institucionales y la democracia de baja intensidad que no es otra cosa que un trasunto del viejo régimen de la Restauración borbónica canovista, nos evidencian que la regeneración cívica, política, social y económica sigue siendo una asignatura pendiente en esta piel de toro.

La Historia nos enseña que tanto la primera como segunda repúblicas llegaron por sorpresa; en 1873 como consecuencia de la decisión de unas Cortes monárquicas incapaces de dar solución a la abdicación de Amadeo I. En 1931 unas elecciones municipales situaron a la monarquía ante las evidencias y las consecuencias de sus corrupciones y venalidades de lesa democracia . El trono de Alfonso XII simplemente se derrumbó.

La historia del ideal republicano es la de la lucha por la justicia social, la libertad, la cultura, la democracia sin límites, la laicidad y la igualdad efectiva ante la Ley y ante el Derecho. El ideal republicano es en puridad la consecución hasta sus límites más amplios y profundos lo que se contiene en la solemne declaración de DDHH.

La crisis económica, social, política, ética y de supervivencia de la especie es una crisis sistémica que sólo puede abordarse- para superarla- desde instancias colectivas fuertemente vertebradas por virtudes cívicas de solidaridad, participación, compromiso y responsabilidad. Los problemas demandan una respuesta en la que se equilibren derechos y deberes protagonizados por hombres y mujeres responsablemente dispuestos a construir una alternativa ética de Estado. Eso es la República. Eso debe ser la III República.

Todos aquellos y aquellas que en estos días ondean banderas republicanas, luchan por la aplicación de la Ley de Memoria Histórica o simplemente quieren cambiar el rumbo de esta situación de postración y decadencia saben que deben unir sus esfuerzos personales y colectivos en aras de un proyecto republicano concreto.

La República no puede ser la simple evocación nostálgica de una de sus encarnaciones históricas. La República es la construcción de un marco de convivencia y trabajo conjunto. La República es el ámbito compartido en el que la Democracia no es sino un convenio permanente entre seres humanos libres e iguales para seguir permanentemente conviniendo.

Y este es el reto que a todas y todos nos lanza la realidad. ¿Es posible que el movimiento republicano pueda coordinarse en la necesaria labor de preparar, debatir, extender, explicar y hacer asumible para la inmensa mayoría, las líneas maestras de la Constitución de la III República? Esa sería la mejor de las movilizaciones y sobre todo la más fructífera. La República no viene sola. La República la construye la ciudadanía.