En el tiempo en que vivimos, puede parecer una antigualla histórica, una acción nostálgica o una irresponsable conducta arqueológica reivindicar y comentar la novela El Tungsteno de Cesar Vallejo, cuando todo el canon occidental considera al autor de España, aparta de mí este cáliz como uno de las grandes poetas del siglo XX, al tiempo que deja al margen, en la sombra, sus novelas y cuentos. Las explicaciones de esta dicotomía, poesía y narrativa, no ha concluido aún gracias a nuevas propuestas de análisis que han dejado abiertos nuevos horizontes.

Así John Beverly, hispanista marxista autor de uno de los análisis más lúcidos de las Soledades de Góngora, reivindica la literatura narrativa de América Latina escrita principalmente en los años treinta y cuarenta y que está relacionada con los proyectos políticos de las izquierdas y las lucha populares que tienen como objeto de representación el imperialismo en el sentido leninista, es decir, con la novela social, novela proletaria, realismo social o realismo socialista. Por otra parte, Fredric Jameson nos explica que muchas de estas novelas se estructuran como alegorías para explicar la colonización y el saqueo del imperialismo en la historia, lo que rompe los rígidos moldes críticos de las interpretaciones sesgadas y reduccionistas. Y, por último, creemos que toda narrativa y poesía vallejiana son el mismo vaso comunicante, es decir, el conocimiento de ambas produce un enriquecimiento recíproco tanto desde el punto de vista histórico como literario.

César Vallejo publica El Tungsteno en el año 1931 en la colección «La novela proletaria» de la mítica editorial Cénit (Madrid) junto a otras novelas de carácter social y político como El don apacible de Mijail Sholojov y 100 por 100 de Upton Sinclair. La escritura de esta novela coincide con la aceptación y compromiso del escritor con el marxismo, que se ha producido en un proceso de reflexión crítica que data desde su llegada a Europa, concretamente a París, en al año 1923. En estos años veinte, el panorama literario está dominado por los vanguardismos, pero nuestro poeta adscrito a estos movimientos – ahí está Trilce su contribución a los istmos – rompe toda ligazón con ellos expresada fundamentalmente en su escrito «Contra el derecho profesional» (1927) en el que expresa, entre otras afirmaciones, que todos los vanguardistas lo son por cobardía o indigencia. Esta actitud se radicaliza en «Autopsia del surrealismo» en 1928, año que coincide con su viaje a la Unión Soviética y que será el punto de partida de su libro El arte y la revolución formado por una serie de artículos publicados en diferentes diarios, nacidos de sus experiencias en Rusia. En ellos se propone articular una estética marxista, al tiempo que podemos comprobar su trayectoria, sus crisis y la correspondencia entre su poesía y pensamiento.

En este contexto de afirmación del marxismo, compromiso político y de identificación activa con la Revolución rusa y reforzado por la efervescencia sociopolítica que se vivía en España en los primeros meses de 1931, redacta y publica El Tungteno sin perder la perspectiva del proceso literario capitalista que, según él, está condenado a la debacle por sus contradicciones congénitas, opinión recogida en su ensayo «Duelo entre dos literaturas» (1931) en el que saluda y aplaude a la literatura burguesa que contiene el espíritu y los intereses del proletariado expresados por el tema, por su contextura psicológica o por la sensibilidad del escritor con fervor voluntarista. Sin embargo, este límite se ve superado en El Tungsteno al confluir en ella la voluntad proletaria, el carácter nacional y el indigenista, al tiempo que su dimensión antiimperialista.

El tiempo de El Tungsteno es cuando en Europa ha estallado la Primera Guerra Mundial y Estados Unidos se prepara para intervenir en la misma. El espacio en el que se desarrolla la acción es Quivilca, departamento de Cuzco en la vertiente oriental de los Andes peruanos donde viven en paz una pequeña cabaña de indígenas, los soros, hasta que una empresa de Norteamérica, dueña de las minas del tungsteno, mineral necesario para sus planes bélicos, inicia su explotación que provoca un cambio económico en la región y una salvaje liquidación de la población autóctona.

El discurso narrativo es lineal, sin ningún tipo de experimentalismo, aunque a veces aparece el flash back como elemento objetivador del relato. En su desarrollo, tres secciones marcan la evolución de los acontecimientos. En la primera, se perfilan las características de los personajes en dos grupos, explotadores y explotados, que ponen de manifiesto la candente lucha de clases. En el primer grupo, los gerentes, altos empleados y directores de la empresa; y los técnicos especializados, a los que hay que unir el cura, el maestro de escuela y el comerciante. Al lado de estos los mineros y «los soras» que son esquilmados de todo lo que poseen. La culminación del ambiente de brutal deshumanización ocurre cuando se produce la violación sistemática de Graziela que las fuerzas vivas se habían jugado «al cacho», (a los dados).

En la segunda parte, los conflictos se agudizan después de que los habitantes de Quivilca se sublevan liderados por Servando Huanca, un herrero con una clara conciencia de clase, después de haber contemplado la crueldad y abuso de poder de los poderes económicos, represivos y militares contra la captura y traslado de dos «conscriptos», dos indios jóvenes, que habían realizado vía crucis de tormento y tortura, bajo pretexto que cumpliesen el servicio militar, cuando su finalidad era que trabajaran en las minas.

Y ya en la tercera parte, se produce un diálogo de análisis y pedagogía política entre el herrero y dos personajes de la novela con una voluntad explicativa de los acontecimientos narrados que no añaden nada al discurso narrativo, pero que se explica por las exigencias históricas. Esta licencia no impide que El Tungsteno permanezca vivo por su lenguaje, por su narratividad y, porque aún hoy día, sabemos que la explotación inmisericorde sigue asolando al mundo.