Una prejuiciosa actitud de recato nos refrena de hablar del Congreso del PSOE, pero creo que el devenir futuro de este partido es importante para la evolución política por lo que vale la pena prestarle cierta atención. Cuando escribo estas líneas han surgido dos candidaturas; una «oficialista» (Rubalcaba) y otra «crítica» (Chacón). Admito que estas definiciones son algo desaliñadas, pero sirven para entendernos.

¿Hay alguna expectativa de giro a la izquierda en este debate? La ponencia oficial destaca por la nula autocrítica en relación con la trayectoria política reciente; ha sido un problema de comunicación y de lentitud en la reacción a la crisis lo que les ha restado apoyo popular. El sector «crítico» en cambio admite una contradicción en los contenidos, e indica que no es posible una política social progresista sin una política económica progresista. También hay diferencias en la concepción de las alianzas; en la ponencia oficial no aparece más que una vez la palabra «sindicatos» y en un contexto meramente descriptivo, ni una sola referencia a los movimientos sociales y una, ciertamente peyorativa, a las «fuerzas minoritarias». Los críticos por el contrario, señalan como interlocutores a los sindicatos, movimientos y otras «fuerzas políticas». A mi entender es saludable que dentro de las filas del PSOE se abran paso este tipo de planteamientos. Como lo es el reconocimiento de la necesidad de una mayor proporcionalidad en la representación política y de la rendición de cuentas de los cargos públicos. Si estas ideas se convirtieran en hegemónicas en el PSOE se habría dado un paso importante.

Siendo como sería esto positivo, no es suficiente. Estos militantes del PSOE, y tantas otras personas y organizaciones en el campo de la izquierda, todavía están presos de un mito del que hay que prescindir con urgencia. Se pone en equivalencia el modelo «europeo» con la obra de la socialdemocracia, cuando el único momento en el que en los grandes países europeos han coincidido gobiernos socialdemócratas fue entre 1997 y 2002, justo cuando se aceleró el desmantelamiento de dicho modelo en los países donde se había desarrollado, todo ello envuelto en los vapores narcóticos de la Agenda de Lisboa. No se trata de fustigar a nadie sino de señalar el error: la consideración de la competitividad y el emprendimiento como la llave mágica de la eficacia social. Esta quimera es la que con el pretexto de sacarnos de la crisis nos hunde cada vez más en ella.

Mientras el principio organizador de la salida de la crisis no sea el de la satisfacción de las necesidades sociales, empezando por el derecho a trabajar, se caerá una vez más en la búsqueda ilusoria de un capitalismo bueno: «los beneficios de hoy son las inversiones de mañana y los empleos de pasado mañana». Si esto funcionó así alguna vez – lo que es discutible – desde luego hace ya más de 25 años que no ha sido así. Los empleos públicos creados hoy en tareas útiles y socialmente necesarias, son, además, la demanda que se precisa para salir del hoyo.