J. Edgar.
Dirección: Clint Eastwood.
País: USA. Año: 2011
Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Naomi Watts, Armie Hammer,Josh Lucas, Ed Westwick, Judi Dench, Damon Herriman, JeffreyDonovan,
Guion: Dustin Lance Black.
Producción: Clint Eastwood, Brian Grazer, Ron Howard y Robert Lorenz.
Fotografía: Tom Stern.
Montaje: Joel Cox y Gary Roach.
Distribuidora: Warner Bros. Pictures International España.
Estreno en USA: 11 Noviembre 2011.
Estreno en España: 27 Enero 2012.

Rebasada la provecta edad de los 80 Clint Eastwood continúa firmando obras de una factura impresionante. Su estilo narrativo, fotografía y puesta en escena, son tan per-fectamente reconocibles que casi podrían intercambiarse secuencias entre aquellas de sus películas cuya acción se desarrolla en el mismo espacio temporal. En el retrato biográfico de John Edgar Hoover, fundador en 1935 del FBI, el director ofrece un perfil a la vez shakesperiano y freudiano del protagonista, encarnado por un Leonardo di Caprio espectacular, a la altura del Nixon de Anthony Hopkins o el Truman Capote de Philip Seymour Hoffman.

Al afrontar los aspectos íntimos del personaje Eastwood se adentra con notable deli-cadeza en terrenos resbaladizos y esquiva cualquier dato no claramente confirmado, como las inclinaciones al travestismo que se atribuyen a Hoover. En una escena que humanizaría al más implacable asesino, éste llora ante el espejo la pérdida de su ma-dre colocándose un collar en el cuello y un vestido de ella sobre el pecho; el aplastante peso que durante toda su vida ha supuesto estar permanentemente atado a su proge-nitora se diluye en un gesto que es a la vez de rebeldía y de efusivo tributo a su memo-ria. Es la más notable de las ocasiones en que los sentimientos se abren paso en un escenario dedicado primordialmente a la crónica histórica en clave notarial, en la que reinan el carácter autoritario y la despótica ideología del funcionario estatal, un ser atrabiliario, incansable perseguidor del crimen organizado, ya sea bajo la apariencia del comunismo bolchevique -la mayor obsesión de su vida- o las metralletas de los gánsteres, que mantuvo a raya a siete presidentes de la nación gracias al temor que inspiraban sus archivos confidenciales, las escuchas prohibidas, la intrusión ilegal en la vida íntima de sus objetivos (excelente, la secuencia del diálogo con Kennedy).

En consonancia con la más acusada discreción en que su héroe-villano mantuvo la na-turaleza de sus inclinaciones sexuales, Eastwood la describe con finísima elegancia y confina las emociones entre Hoover y su ayudante Clyde Tolson (Armie Hammer, en un nivel de excelencia próximo a Di Caprio) a un ejercicio de autorrepresión que apenas les permite rozarse las manos. La relación sentimental entre ambos aparece constreñida a una especie de inconfesado amor platónico, fuente de placer y dolor simultáneos para un individuo de mente torturada y vocación de torturador.

Eastwood guarda las distancias para no dejarse atrapar por el síndrome de Estocolmo con su biografiado, para no compadecer al enfermo traumatizado por una madre cas-tradora («prefiero tener un hijo muerto antes que un hijo mariposón», le dice amena-zante), sin dejar de comprender lo que humanamente es comprensible. Y también muestra sin ambages la enfermiza obsesión de la sociedad norteamericana con el co-munismo, enemigo público número uno del sistema que Hoover y los suyos ofuscada-mente confunden con la patria. La lectura política es demoledora y revela que los métodos patentados por quien fue el hombre fuerte del país durante casi cinco déca-das fueron elevados a la categoría de doctrina oficial durante el mandato de George Bush hijo; una lección histórica a extraer de una película excelente.

RECOMENDACIONES

Un método peligroso, de David Cronenberg. La Viena de principios del siglo XX, el psicoanálisis, Carl Jung, Sigmund Freud y una paciente muy especial… Brillante.

Drive, de Nicolas Winding Refn. Ryan Gosling en un personaje fascinante, un lobo solitario a punto de ser devorado por el mundo del crimen, redimido gracias al amor.

Un diós salvaje, de Roman Polanski. Recital de inteligencia, humor vitriólico, interpretaciones geniales y sabiduría cinematográfica en la adaptación de la obra de Yasmina Reza.