No le demos más vueltas. El Género Humano, estando las cosas como están, ya no vale una mierda. Dentro de la Sociedad de Mercado en la que vivimos – y permitimos – hemos llegado al punto en el que no somos rentables. Sobramos todos excepto tal vez, los que se dediquen a producir alimentos. Y digo tal vez, porque en breve no hará falta sino quien apriete el botón de encendido de las máquinas. Eso, aparte de un colosal y fortachón ejército de cuerpos de seguridad que apaleen y repriman con toda la contundencia de la Ley al que esté descontento con lo que le ha tocado y encima tenga la osadía de demostrarlo.
«El pan sacia el hambre; el agua la sed; pero no hay nada que sacie la avaricia», escribió alguien, cuyo nombre ahora no recuerdo, aunque sí su sensatez. Y eso es lo que pasa. El capitalismo es voraz en si mismo. Su propia existencia y subsistencia se basa en el hecho de crecer día a día, lo cual, en su lenguaje, quiere decir ganar más y más. Pero hemos llegado a un punto en el que, siguiendo las normas clásicas del mercado, ya no se puede crecer más. Es algo así como cada vez que hay Olimpiadas. Todo el mundo -el ansia mediática principalmente- espera que la anterior marca de los 100 mts. sea rebajada en décimas de segundo. Y así va siendo hasta ahora, pero llegará un momento que sea físicamente imposible rebajarla más. ¿A qué aspiraremos entonces? ¿A correr los 100 mts. encero segundos? ¿Se inventarán entonces una nueva competición en la que corredores virtuales – o no – ya no solo rebajen las marcas sino que además masacren al resto de los competidores?. Parece de ciencia ficción, pero sin embargo es lo que está pasando.
Ante la imposibilidad de un crecimiento infinito, el Capital ha encontrado otra forma de mantenerse vivo. Mediante transacciones y trapicheos financieros, a través de complicados entramados y gracias a la existencia de paraísos fiscales, todo se compra y se vende aumentando el precio real del producto hasta cifras del todo inverosímiles. Lo malo es que aunque su realidad sea ficticia, sus efectos no lo son. El dinero existe y la riqueza, medida a través de éste, está cada vez más en manos de unos pocos. El reparto es cada vez más desigual y ante una acumulación de productos, ya manufacturados e imposibles de vender al ritmo que el Capital requiere, éste prefiere ganar dinero al margen del resto de la humanidad. El planteamiento es claro. ¿Si le reporta más beneficios la usura, para qué invertir en la industria?.
Así están las cosas. Una gran parte de la Humanidad sobramos para el Capital. Lo que podamos hacer con nuestras vidas se la trae al fresco. Han encontrado una nueva vía de enriquecimiento en la que nosotros no tenemos hueco. Nuestra asfixia es la única manera que tienen para seguir vivos. Y mientras no cambiemos nuestra estrategia de lucha así parece que va a seguir siendo. Las huelgas, las manifestaciones, los actos masivos de repulsa y protesta necesitan de algo más para ser efectivas. Se trata de una guerra por la subsistencia en la que la mayoría, hoy por hoy, vamos perdiendo.
Tal vez debiéramos pensar que, rotas las reglas del juego, su legalidad ya no es la nuestra. Suyo es el dinero, pero está en nuestras manos la riqueza que lo sustenta. Tal vez habría que volver a plantearse lo que hasta ahora les ha dado más miedo, el reparto. Tal vez no baste con no ir a trabajar un día de huelga. Tal vez haya que permitir que la gente entre gratis en los autobuses y el metro; o que los productos acumulados en las fábricas y grandes comercios, ese día no cuesten a la ciudadanía.
Ya sé que suena utópico. Pero la Utopía, como el horizonte, sirve para caminar. Y ya es hora de que nos pongamos en marcha.