Cuando Constantino Bértolo en su artículo “Leer a destiempo” (MO, Especial Libros, Enero 2012) recordaba y proponía la lectura de la novela Nuevas amistades de Juan García Hortelano, implícitamente nos obligaba a reconocer o recordar la obra narrativa de un novelista que ha sido “ahogado” como otros, en el laberinto de una complaciente postmodernidad. En este olvido ha quedado también sumergido el prólogo de El grupo poético de los años 50 (Una antología), que apareció publicado en abril de 1978, un texto que podemos considerar como pequeño ensayo ejemplar por diferentes razones, pero fundamentalmente por el método elegido, ajeno a toda veleidad academicista y que, sin embargo, es una puerta abierta a una selección de diez poetas que han sido estudiados, antologados, venerados, criticados, a veces olvidados, y que, hoy día, pertenecen al canon de la llamada poesía de posguerra. No seremos nosotros los que levantemos actas de defunción como han hecho otros -ya en el 1978, para la crítica hegemónica solo habían sobrevivido J. A. Valente, Claudio Rodríguez y J. Gil de Biedma-.

No es el objeto de nuestro trabajo realizar un estudio de sus obras individuales, ni siquiera una aproximación, porque casi todos tienen extensas obras editadas en volúmenes con el título o subtítulos de “Obras completas”, pero sí recordar un prólogo hoy olvidado, pero imprescindible, en estos tiempos en los que se habla tanto de recuperación de la memoria, pero si olvidar que la operación de derribo de toda huella de resistencia comenzó en los albores de nuestra democracia, Como ejemplo, el libro que comentamos tuvo una acogida hostil y descalificadora en los ambientes postmodernos, En el diario El País, en su suplemento Arte y Pensamiento (Domingo 7 de mayo de 1978), en sus tres primeras páginas apareció la crítica,“Viejas amistades,” a la edición de Juan García Hortelano y una extensa entrevista realizada por José Miguel Ullán, crítico- poeta, precisamente a uno de los componentes del grupo, José Ángel Valente. En ambos trabajos existe una voluntad evidente de desprestigio del prologuista desde elementos ideológicos antirrealistas que ya anunciaban las poéticas del silencio neoliberales y las poéticas de la experiencia inmersas en las aguas socialdemócratas. Algo hería este relato-estudio a la sensibilidad de los lapislázulis de turno, al tiempo que ponía de manifiesto su escasa entidad poética e ideológica. Había comenzado el tiempo por decreto de las amnistías y de la amnesia, del asalto a las razones de la modernidad, es decir, a cualquier atisbo de marxismo que había silenciar o destruir. Eran tiempos de cambio. Y llegó el PSOE, que en el XXVIII congreso elimina el marxismo de sus estatutos. En estas circunstancias, el estudio de Juan García Hortelano no era útil para los fines de la naciente progresía.

El autor de Nuevas amistades decide presentarnos diez poetas (A. González, J. M. Caballero Bonald, A. Costafreda, José Mª Valverde, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, J. Gil de Biedma, J. A. Valente, F. Brines y Claudio Rodríguez) y una selección de poemas de acuerdo a su “gusto `personal”, según él mismo nos informa, por lo tanto no existe en él una pretensión de fijación de una tendencia ni de una generación, tal como ocurrió en la antología Veinte años de poesía española realizada por José Mª Castellet.

Con un tono de relato que dificulta toda categorización, no sin advertirnos antes mediante una cita cernudiana que el poeta como el lector requiere entendimiento para comprender la compleja maquinaria del hecho poético, se inicia el relato cuyo punto de arranque es una mirada sobre una hipotética fotografía fechada en el 1936 en la que se ve un grupo de diez niños entre dos y once años que se encuentran en el “umbral de un paraíso”, engaño-desengaño, porque después de tres años descubrirán que han vivido en el infierno, en “su infierno,” porque estos niños pertenecen a la burguesía acomodada. Jaime Gil de Biedma, confesará: Yo nací /perdonadme / en la edad de la pérgola y el tenis. La huella de la guerra civil será diferente para todos ellos, tal es el caso de J. Agustín Goytisolo que pierde a su madre en un bombardeo, aunque todos ellos conocerán los rigores de la contienda en sus espacios “privilegiados.”

Una vez terminada la guerra, se impone la “normalidad” que no es otra que volver a la escuela iniciándose entonces la mixtificación cultural, la represión y el autodidactismo porque los verdaderos maestros están muertos (asesinados) o en el exilio. En esta carrera de autoaprendizaje, sin embargo, tal es destino de su clase social, ingresarán en la Universidad en la que conseguirán licenciarse en Letras o Derecho. Mientras tanto, han publicado sus primeros libros alimentados por la tradición y por los poetas clásicos sin olvidar a sus inmediatos y coetáneos compañeros como Gabriel Celaya, Blas de Otero, José Hierro, entre otros, contra los que no ejercen un parricidio freudiano, no así con los poetas garcilasistas o “celestiales”, nueva tendencia de los poetas fascistas que edulcoran la realidad con mitologías imperiales y ausencia de conflictos y de historia. Estos “niños de la guerra” se enfrentarán al hecho poético rompiendo con la tradición romántica, desdramatizando la irreversibilidad del tiempo, reelaborando el paisaje sin tintes antropomórficos, trazas que Juan García Hortelano señala como líneas distintivas elaboradas por cada uno de los poetas de este grupo a partir de sus propios escritos teóricos y de su obra creativa de donde nacerán diez alfabetos y corpus poéticos diferentes.

En cuanto a lo que se denominó compromiso político, estos poetas engarzan con el grupo de la revista Espadaña, Victoriano Crémer, Eugenio G. de Nora y otros, raíz de la llamada poesía social, conexión que les permite superar un humanismo étereo, un regeneracionismo noventayochista y actuar con una dialéctica de raíces existencialista que, como apunta J. García Hortelano, (aunque) “hay que suponerles lectura suficiente de los textos marxistas […] la falta de adhesión al marxismo denota quizás en este caso un hecho más substancioso: no existe una estética marxista.” Esta justificación del editor explicaría el marchamo de “poetas verdaderos” que da al conjunto de estos poetas, término que no explica pero puede señalar el estar y no estar a la altura de las circunstancia. Si no olvidamos que este escrito de Juan García Hortelano es de 1978, desde hoy podemos ver con nitidez no solo sus trayectorias, poéticas y políticas, a través de sus teorías y poemarios que evolucionan progresivamente en el transcurrir de los años hacia la dispersión e individualización: Poesía y compromiso (Ángel González), Poesía es comunicación (Carlos Bousoño), Poesía no es comunicación (Carlos Barral) y Poesía es conocimiento (Ángel Valente).

De todo esto, hoy día nos queda una infancia, un aprendizaje y una práctica poética con diferentes compromisos, resistencia moral antifranquista y atisbos de militancia, y unas obras que el tiempo amarillea sobre aquel retrato de 1936. Y una nueva conciencia lingüística y poética de unos poetas que no vieron ni hicieron ninguna revolución.

Y del texto de Juan García Hortelano nos queda un ejemplo de radicalidad historicista, una de actitud antiacadémica, una originalidad expositiva y un hondo conocimiento de historia y vida.

Bibliografía (Selección)
Proponemos aquellas obras que reúnen toda o parte de su producción poética.
Ángel González, Palabra sobre Palabra, Seix Barral. J. M. Caballero Bonald, Somos el tiempo que nos queda, Seix Barral. José M.ª Valverde, Ser de palabra, Editorial Lumen. Jaime Gil de Biedma, Las palabras del Verbo, existen diferentes ediciones. F. Brines Poesía Completa (1960-1997), Tusquets Editores. Claudio Rodríguez, Poesía Completa (1953-1991), Tusquets Editores.
De Carlos Barral, J. A. Goytisolo y José Ángel Valente no tenemos noticias de que sus obras hayan sido recopiladas.