Una crisis es una oportunidad, dicen los libros de liderazgo empresarial que se venden en los aeropuertos y las estaciones del AVE. Desde la visión individual de un aventurero, perdón, un emprendedor, es indiscutiblemente cierto. La crisis es la oportunidad de quedarse a precio de saldo con, por ejemplo, las viviendas municipales de Madrid. De llevarse a los mejor pagados del sistema de pensiones públicas a un sistema privado. De llenar los Parques Nacionales de “resorts” de lujo y “hoteles con encanto”. Facilitar las condiciones para esto es lo que la Unión Europea llama una estrategia de crecimiento inteligente. Crear oportunidades para los emprendedores repitiendo mil veces la expresión “i-más-d-más-i”.
Pero esto es sólo la espuma, la apariencia de la base económica. La mitología neoliberal –y los libros de Economía que se estudian en primer curso de la facultad– está poblada de estos robinsones utilitaristas que compiten, como en un juego de ordenador, en un mercado perfecto coordinado por un híbrido de Matrix y el subastador de Christie’s. Los triunfadores en el juego pasan al siguiente nivel, a la casta financiera que flota en la nube de capital gaseoso, con sus borrascas y anticiclones. Pero por debajo de la espuma, la base, la economía real, es un pantano oscuro de bajos salarios, paro insoportable y deterioro inacabable de los servicios públicos. Donde los beneficios crecen a costa de los salarios, pero sin atisbos de que la inversión repunte, que sería el único indicador fiable de una recuperación del crecimiento de la actividad en una economía capitalista.
Esta es la verdadera situación, más allá de las pusilánimes variaciones del paro registrado – con trampas en la estadística incluidas. Y los que mandan lo saben, la economía está estancada y por eso se están poniendo keynesianos y hablan de estimular la demanda interna, después de que se haya visto que el milagro exportador se ha evaporado. Montoro avisa de que bajará el IRPF. Incluso Juan Rosell, antes Joan, ha llegado a hablar de subir los salarios, de algunos, claro. Incluso se prepara una intervención “heterodoxa” del BCE para reactivar el crédito. Pero que sólo servirá para que los grandes bancos compren la deuda que los Estados van a seguir emitiendo para pagar los intereses de la que ya tienen contraída y reestructuren los créditos de sus clientes morosos. Porque la inversión –la acumulación de capital– sólo se recuperará si hay expectativas de beneficios sobre esa nueva inversión. A no ser que sea el sector público el que acometa esas inversiones pero para esto deberá sacudirse de encima el dogal de la deuda ilegítima. Y esto son palabras mayores.
De ninguna crisis se sale sin cambios, enseña la historia. Si la crisis es estructural y profunda, los cambios tendrán que estar a la altura. De lo contrario, lo que queda es el estancamiento, la ciénaga.