En plena tormenta del inicio del curso político (aún menos separado del anterior que en otras ocasiones), y en vísperas del desenlace definitivo del primer ciclo electoral completo transcurrido en la Crisis, la Fundación de Investigaciones Marxistas tiene la inmensa amabilidad de invitarme a redactar unas breves líneas con ocasión del 30 aniversario de Manuel Sacristán Luzón. A pesar de no contar con los medios y tiempos para reflexionar esta cuestión como merecería, me atrevo a resumir muy brevemente algunas ideas que puedan aproximar algunas de las razones acerca de la actualidad de este autor, que cuenta hoy con un buen número de lectores/as y estudiosos/as, en cuyas filas aquellos que no le conocimos personalmente ni compartimos su contexto histórico empezamos a superar numéricamente a quienes sí tuvieron, en el primer caso, la fortuna, y, en el segundo, la fatalidad.

¿Por qué la actualidad de la obra de Sacristán hoy? Dejemos a un lado los motivos puramente académicos o culturales. El carácter poliédrico de la obra de Sacristán –expresión repetida en muchos de sus amigos y estudiosos- es en sí mismo un motivo de estudio, especialmente teniendo las dificultades que tuvo el pensamiento marxista para desarrollarse en nuestro país en plena dictadura. En dicho contexto, la figura de Sacristán emerge para las generaciones de hoy como un referente casi omniabarcante. Su temprana labor al frente de revistas de la Barcelona de los 40 y 50, como Laye y Qvadrante, fue ya una temprana aportación a la renovación de la cultura de la posguerra. Su Introducción a la Lógica y el Análisis Formal, al igual que sus investigaciones y clases de lógica, supusieron uno de los pasos más determinantes en la reintroducción de la lógica contemporánea en España tras el parón que dicha materia sufrió en la posguerra, aspecto éste reconocido por especialistas de cualquier segmento del arco político. Su militancia y tareas de dirección comunista en el PSUC y el PCE, especialmente en el ámbito cultural, académico y estudiantil, lograron vertebrar el Sindicato Democrático de Estudiantes de la UB, la primera movilización masiva de estudiantes contra el franquismo. Sus panfletos y materiales, junto con su labor de traductor (alrededor de unas 30.000 páginas distribuidas en unos 100 volúmenes, y de idiomas como el alemán, inglés, francés, italiano, griego clásico, latín y catalán) y prologuista, en parte impulsadas inconscientemente por los dirigentes franquistas que le expulsaron de la Universidad en 1965, fueron esenciales para introducir pensamiento marxista en España, unido siempre a un diálogo original con sus autores que enseñó a pensar críticamente a varios generaciones de activistas políticos. Sus posiciones críticas con el socialismo real y con el eurocomunismo, y su emergencia a finales de los 70 reflexionando sobre los “nuevos problemas posleninianos” desde una perspectiva ético-política comunista pero sin perder el ansia de rigor científico, ayudaron en buena medida a la reconfiguración de la izquierda en los 80, tras el desastre del hundimiento del PCE. No en vano, los tres colores fundacionales de la Izquierda Unida roja, verde y violeta no dejan de recordarnos aquellas portadas cambiantes de su revista mientras tanto, título provocador que advertía la necesidad de la reflexión y el diálogo, por si acaso la inminente victoria no llegaba tan inmediatamente como lo anunciaban algunos dirigentes e intelectuales.

De todas las observaciones, de todos los senderos transitados por Sacristán (desde la gnoseología en Heidegger hasta consideraciones antropológicas sobre los indios apaches, desde el carácter ceremonial colectivo de los recitales de Raimon hasta la presentación del teorema de incompletitud de Gödel desde una perspectiva filosófica, desde el Informe sobre Educación del Club de Roma hasta la formación del idealismo juvenil en Gramsci, desde los planes editoriales de mientras tanto o el V congreso del PSUC hasta la teoría de los colores de Goethe o la falta de precisión de la noción de paradigma de Kuhn), sería difícil elegir un solo motivo. Sin ir más lejos, la praxis del movimiento estudiantil actual (desde la LOU hasta la LOMCE y los recortes educativos actuales, pasando por el Proceso de Bolonia) tiene muchas razones para reflexionar sobre las tesis centrales de su famoso texto Tres lecciones sobre la Universidad y la división del trabajo (1977), en el cual combinaba una lectura crítica de Ortega con ideas gramscianas para terminar ejecutando un análisis marxista acerca del papel de la Universidad como instancia generadora de hegemonía, con especial hincapié en el papel ideológico del acceso socialmente jerarquizado a los distintos niveles educativos, instancia legitimadora de la división social del trabajo.

También quedarán sus aportaciones acerca de la noción de dialéctica, como aquella que realizó en su célebre prólogo al Anti-Dühring de Engels (1964), donde dicha noción aparece ligada a una caracterización de la función de la ciencia en la elaboración de la concepción del mundo marxista.
En el ámbito del pensamiento ecológico, quizá una de sus facetas más conocidas, Sacristán fue el primer teórico español que comprendió la cuestión ecologista desde la izquierda. Criticó las consecuencias culturales de la interpretación tradicional marxista acerca del “choque” entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el marco de relaciones de producción, no en el sentido de que fuera un esquema inválido teóricamente, sino en el de que daba lugar a una cultura política marcada por la escatología (al “progresismo ingenuo de las fuerzas productivas”), imposible tras las aportaciones científicas que habían dado lugar al nuevo paradigma ecologista, como el Informe al Club de Roma sobre los límites del crecimiento. Al mismo tiempo, rechazó un ecologismo que estuviera fundado en filosofías románticas de la naturaleza (en sintonía con su habitual rechazo a cualquier forma de irracionalismo), así como se negó a aceptar que la necesaria revisión ecologista del comunismo fuera contradictoria con el propio Marx (o al menos no con el sentido general de su obra completa), así como defendió rotundamente la centralidad de la clase obrera como sujeto político revolucionario, frente a quienes pretendían desplazarla a favor de otros grupos sociales como las capas medias intelectuales.

Los amplios conocimientos de Sacristán en materia de ciencia y epistemología en España durante el siglo XX le situaron en una posición idónea para reflexionar sobre un marxismo crítico, en absoluto dogmático, marcado por un rigor constante a lo largo de toda su vida. En términos generales, me atrevería a decir que se muestra crítico con los aspectos más epistémicos o teóricos del marxismo, mientras que es muy ortodoxo respecto al núcleo ético-político del mismo. Un claro ejemplo de esta concepción se encontraría en su tratamiento de la noción de dialéctica, la cual salva en cuanto aspiración al conocimiento de las totalidades concretas y complejas, pero no como método de conocimiento en sí (como pretendían ciertos manuales más o menos extendidos en la época). Su rechazo a la lógica dialéctica o a la idea de la existencia de una “ciencia marxista” en contraposición a una “ciencia burguesa” son ejemplos de ello. El marxismo no fue para Sacristán una teoría ni una “ciencia”, como defendieron autores de los 60 y 70 (sus críticas a Althusser y Colleti son muy expresivas en este aspecto), sino una tradición de política revolucionaria, que usa la ciencia. El marxismo era un intento de vertebrar racionalmente un movimiento emancipatorio.

El mencionado carácter antidogmático se vertebra a través de un estilo de pensamiento basado en mantener diálogos con los clásicos del marxismo. Sus conocimientos en gnoseología y filosofía de la ciencia le permitieron entablar un diálogo con los autores marxistas más relevantes en torno a nociones centrales, como la citada noción de dialéctica (es el caso de su lectura de Engels), la noción de ciencia (Marx), las posiciones filosóficas y políticas de Lenin, la importancia de la ideología (Gramsci), la noción de racionalidad (Lukács), el modo en que el marxismo contemporáneo se relaciona con la ciencia (Althusser) o el comunismo ecológico (Harich).

Sacristán fue además un pensador que supo distinguir lo que era estudio de los clásicos (“estudio filológico” era la expresión que usaba) de lo que eran aportaciones para la continuación de su tradición. Así, además de sus copiosas aportaciones filosóficas y políticas para el presente, encontramos también un legado acerca de la noción de ciencia en Marx (El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia, Karl Marx como sociólogo de la ciencia, La metodología de Marx). Es conocida su aportación acerca de las tres nociones de ciencia en Marx: science, wissenschaft y kritik. Su preocupación por la lectura rigurosa de los clásicos también se expresa en su empeño por ediciones limpias de notas, donde sea el autor quien predomina por encima de su intérprete.

Por último, es de común acuerdo destacar su coherencia y honestidad personal. No sólo por su propia actividad militante (tanto en el PSUC como más adelante en el CANC y otros movimientos), sino porque en su filosofía existe una característica moral constante: la de la honestidad intelectual dirigida a evitar cualquier falseamiento. La misma honestidad que le llevó a rechazar un futuro académico en Alemania para poder participar en la lucha antifranquista; o que le llevó a formular críticas nada cómodas en el marco de la izquierda. Quede como breve advertencia para nuestra propia praxis una de las muchas frases que componen su legado: “el asunto real que anda por detrás de tanta lectura es la cuestión política de si la naturaleza del socialismo es hacer lo mismo que el capitalismo, aunque mejor, o consiste en vivir otra cosa”.

NOTA:
Una parte sustancial de este artículo es una reelaboración resumida de la primera parte de mi artículo “Introducción biobibliográfica a Manuel Sacristán”, de próxima publicación en el número 19 del anuario ConCiencia Social.