Quizá quede mal decirlo, pero las luchas políticas, para que no sean asépticas e inodoras, deben tener sujeto político, eso con lo que tanto le gusta teorizar a cierta izquierda académica. Los movimientos deben tener sujeto, más que nada, para que sepamos cuál es el centro y alrededor de qué se estructuran las proclamas y los puntos que se quieren conseguir. De lo contrario, caeríamos en una teorización y puesta en práctica propia de las ciencias puras, donde no hay sujeto de estudio y solo existe el análisis de los hechos. Como diría Bourdieu, la sociedad es un campo de batalla en el que diferentes pensamientos y visiones del mundo se encuentran en lucha.

Siguiendo con esto, deberíamos recalcar la necesidad imperiosa de una cultura de clase en el ámbito universitario. Tras el oasis que supuso la primera década del siglo XXI en cuanto a igualdad de derechos tanto para clases sociales como géneros, hoy nos encontramos con una oleada tras oleada de recortes y reajustes neoliberales. Llevamos una década así y la cosa no pinta nada bien, aunque los ecos de lucha de América Latina resurgen con fuerza, como en Chile o Bolivia. El auge de la derecha, por otra parte, con el llamado “trifachito” vine a cuestionar aún más los derechos conquistados —aunque menguantes— y el bienestar social. Otra acumulación originaria se cierne sobre nosotros (en palabras de Karl Marx), donde los recursos van a parar a manos de unos pocos y, por si les supiera a poco, ¡todavía quieren más! Lo peor es que parece advertirse que si nadie les pone freno a sus desmanes, efectivamente, tendrán más aún…

Ante tal panorama es urgente actuar, organizarse y luchar. Y para organizarse hay que saber a qué clase se pertenece y los objetivos que uno quiere conquistar, ya es hora que hablemos con propiedad y en términos de clase, las mujeres trabajadoras somos un sujeto propio, el más amplio y más común dentro de todo el feminismo y, para qué negarlo, la lucha obrera también tiene rostro de mujer. Recordemos a las Kellys. No hay que crear falsas dicotomías entre calle y universidad porque unas se nutren del conocimiento teórico de la institución y otras de la propia violencia del día a día y la calle, y con ambas debemos caminar para poder transformar la sociedad en la que vivimos. Debemos articular el pensamiento para que resulte molesto para aquellos que intentan anestesiar las cabezas más iluminadas de la clase trabajadora —el famoso partido de vanguardia de Lenin— al mismo tiempo que no podemos olvidar que sin el apoyo de la masa una teoría solo es un papel.

Desde aquí quiero reivindicar que cuando hablemos de las mujeres, hablemos de las mujeres de clase trabajadora, porque, aunque insistan en decir que no existimos, sí lo hacemos.