Durante estos largos meses en los que hemos tenido que hacer frente a la pandemia, ciertos derechos parecen haber sido olvidados. Este verano, algunos hemos podido disfrutar de vacaciones; otros muchos, ni siquiera han podido desplazarse dentro del país para pasar unos días fuera de la rutina. No tenemos que olvidar que España es uno de los países más desiguales de la Unión Europea; basta ver el índice de GINI en el Eurostat para tenerlo claro.
Pero eso no es todo.
Una de las injusticias que arrastramos como país, y que la COVID-19 no ha hecho más que acentuar, es la desigualdad entre hombres y mujeres. Es fruto de un sistema que premia el trabajo fuera del hogar pero que se basa, como cualquier economía esclavista romana o feudal, en un trabajo no remunerado al que solemos referirnos con el eufemismo de “reproductivo”. Este trabajo sustenta el régimen capitalista de producción porque, si se tuviera que remunerar todo el trabajo doméstico, las labores del hogar y de cuidados, el sistema tal y como lo conocemos se derrumbaría.
Aquí viene lo interesante del asunto.
Durante el confinamiento hemos visto cómo muchos los trabajadores eran usados como la carne de cañón del sistema productivo para que la economía siguiera funcionando; en un alarde de falsa magnanimidad, los medios hicieron suyo el eufemismo de “trabajadores esenciales” para referirse a todos aquellos que salían día a día a la calle, jugándose algo más que el tipo, cuando la mayoría nos quedábamos a salvo en casa. Como pudimos ver aquí y en Italia, en el campo andaluz, el catalán o en las fábricas, los brotes no hacían más que aumentar —vuelve a suceder— mientras los empresarios culpaban a inmigrantes y trabajadores, olvidándose de las condiciones infrahumanas y insalubres en las que tenían a los trabajadores. En España siempre va todo al revés, es una tradición histórica; lo mismo pasa con el feminismo.
Muchas mujeres han tenido que volver a encerrarse en casa con sus familias para trabajar esas dobles y triples jornadas que durante los tiempos de normalidad les había costado tanto negociar o librarse de parte de las tareas que arbitrariamente les había tocado hacer por el hecho de nacer mujeres. Me parece todo un retroceso. Además, por si fuera poco, el curso escolar pende de un hilo; si los niños no pueden volver a las aulas, o lo hacen parcialmente, un día sí y otro no se sabe, gran parte de la responsabilidad recaerá sobre las mujeres. En este país, para garantizar la igualdad se necesita de un fuerte apoyo del Estado, porque del sector privado siempre hemos recibido más cal que arena.
El camino de la prosperidad como país y de la igualdad como sociedad pasa por garantizar que se cumplan los derechos humanos de todos, no solo los de una parte. Ese es nuestro gran reto, hacerlo posible.