El brutal asesinato de Samuel Luiz, un joven de 24, al que han matado a golpes en A Coruña nos ha puesto a todos los pelos de punta. Lo que muchos medios se han olvidado, conscientemente -me gustaría resaltar- de decir, es que se ha tratado de una agresión homófoba que ha acabado en la peor de las tragedias. Un hombre joven, en la plenitud de su vida, ha pagado caras las consecuencias de ejercer uno de sus derechos, como es el de la libertad sexual, la propia necesidad de ser y sentir como uno es y desarrollarse libremente.

Lo más triste de la vida es que hay tragedias que no se pueden evitar, pero otras muchas desgracias pasan por echar la vista a un lado, por no actuar cuando debíamos y simplemente dejarlo pasar. Últimamente las cosas han empeorado y todo aquello que pensábamos que no podía ocurrir está comenzando a suceder -las más que notables señales del cambio climático, agresiones en el mes del orgullo, la condena chapucera a Isa Serra, etc-. Si algo tenemos claro es que nuestra democracia necesita una reparación y puesta a punto, y parece ser que hay muchos sectores de la derecha más rancia y recalcitrante que hacen todo lo que pueden para echarnos atrás.

Me gustaría recordar a todos los lectores, el artículo 14 de la Constitución Española: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. En una democracia nadie es más que nadie, todos somos ciudadanos y sea cual sea nuestra condición social, nuestras preferencias sexuales o nuestro lugar de nacimiento merecemos el mismo respeto y somos portadores de la misma dignidad humana.

El vil asesinato de Samuel nos recuerda de nuevo la cuestión que sigue abierta en España, que nos desangra como país y a la que muchos queremos ponerle fin: algunos son más iguales que otros. Las vidas de ciertas personas, de clase alta, conectadas con los poderes, los que siempre han estado ahí, los que ganaron la guerra, los que mandaron impunemente en este país durante 40 años, los que se acostaron fieles al régimen y a la mañana siguiente eran los más demócratas, la vida de todos ellos debe valer lo mismo que la de personas como Samuel, que tan solo tratan de existir y ser en el mundo que les ha tocado vivir.

¿Qué le podemos decir a todos aquellos y aquellas que han decidido que su libertad de escoger su camino, de ser ellos mismos, de acostarse con quien quieran y querer sin reparos de género? ¿Que vuelvan a tener miedo? ¿A contradecir su naturaleza? No hay mayor aberración que pedirle a un vivo que muera a cambio de nada.