Era alta, de piernas fuertes y vestía de rosa y podía haber sido guapa, pero no lo era. Se llamaba Lola.

Zezé, su amiga, le dijo:

– ¿Qué te pasa, mi niña? Te veo tristona. ¿Tienes la regla?

– Tengo ganas de morirme, eso es lo que me pasa -respondió Lola.

Zezé era negra, cubana, y relucía como un aparato de teléfono. Caracoleó a su lado.

– Olvídate de esas pendejadas. ¿Sabes?, el otro día Marga me contó que tenía un cliente fijo, uno de Sabadell o de por allí que venía a Madrid todas las semanas por cosa de negocios, parece. Dijo que le va a soltar cinco papeles.

– Pues qué bien.

– Hija, Lola, no pongas esa cara, porfa. Venga, tía, no seas comemierda.

– Es la cara que tengo.

– Me cago en la leche con el frio -dijo Zezé, y pateó el suelo.

Un hombre pasó al lado, las miró y siguió su camino. Luego volvió.

– ¿Cuánto? -le preguntó a Zezé.

– Ven, cariño -contestó ella.

El hombre se acercó un poco más y Zezé le puso la mano en el muslo.

– Te voy a volver loquito -dijo Zezé-. Vamos a pasar un rato muy agradable, mi vida.

– ¿Cuánto? -insistió el hombre.

– Lo que tú quieras -añadió Zezé, y rompió a reír. El hombre miró a Lola y Zezé captó la mirada.

– Vente con las dos -le dijo Zezé-. Hace mucho frío y te vamos a cobrar baratito.

– Déjalo -dijo Lola.

– Nos metemos los tres en la cama, bien calentitos, ¿eh?

Zezé subió la mano y le acarició los testículos.

– Bueno, pero ¿cuánto? ¿Me lo vas a decir o no?

– Cinco -respondió Zezé.

El hombre sonrió y se pasó la mano por la barbilla.

– ¿Por las dos?

– Sí, por las dos. Un regalo, cariño. Es por el frio.

– Estaréis limpias, ¿no?
– Las dos somos bien limpiecitas, ¿verdad, tú, Lola?

– Lola torció la cabeza, cruzó los brazos sobre el pecho y tiritó con el cuerpo encogido.

– Yo no soy limpia, soy una guarra -dijo Lola-. Soy una puta mierda.

– ¿De dónde ha salido ésa?

El hombre señaló a Lola, mientras Zezé continuaba acariciándole los testículos con suavidad.

– Es mi amiga, cariñito. Y no le hagas caso, tiene unas piernas que quitan el sentido. Si te vienes con las dos, no te vas a arrepentir, estamos de rebajas por el frío, cariñito.

– Oye, ¿de verdad eres una guarra?

– Vete a la mierda -contestó Lola.

– ¡Eh, tú! ¿Qué has dicho?

Zezé le puso la mano en el hombro.

– Vamos, cariñito. No te pongas así. ¿Cuánto quieres darnos, amor?

El hombre seguía mirando a Lola, furioso. Zezé se pegó a él. Cuando hablaba, el vaho de su boca parecía nieve blanca.

– Te voy a volver loco, mi amor. Vamos a subirnos al hotel, quiero estar calentita en la cama contigo.

Arrugó la boca, pero el hombre la apartó.

– ¿Qué has dicho, guarra?

– He dicho que te vayas a la mierda -contestó Lola.

El hombre se echó a reír.

– Bueno, ¿te vienes o no? ?preguntó Zezé.

– Te voy a romper la cara, puta. -dijo el hombre.

El hombre levantó la mano con la cara contraída, luego pareció pensarlo mejor, dio media vuelta y se marchó. Zezé observó cómo se perdía al doblar la esquina. Se volvió a su amiga y la miró en silencio.

– Lo siento -dijo Lola.

Zezé se encogió de hombros.

– No merecía la pena, de verdad. Pero, ¿qué te pasa?

Ella negó con la cabeza.

– Nada, déjame.

– Es tu hija, ¿verdad?

Volvió a negar con la cabeza y Zezé se acercó.

– A mí no me puedes mentir. ¿Qué le ha pasado a tu hija?

– Nada -contestó otra vez.

– Ella ya es mayor, no debes preocuparte, Lola. Preocúpate por ti misma. ¿Quieres que nos tomemos un cafelito?

– No, no tengo ganas.

Zezé la agarró del hombro y la obligó a que la mirara.

– Te he dicho que a mí no me puedes mentir. ¿Qué ha hecho tu hija? ¿Ha vuelto a pincharse?

– Te digo que no ha hecho nada.

– Vale, como quieras.

– Hace frío -dijo Lola-. Joder, vaya frío jodido.

– Estás a punto de llorar, lo sé.

– No.

– Te conozco.

– Ya no voy a llorar más.

– ¿Sigue pinchándose tu hija?

Lola endureció las facciones y giró la cabeza hacia el otro lado de la calle.

– Calla, Zezé, coño. Cállate de una vez, me estás mareando.

– Sí, es eso. Ha vuelto a pincharse, ¿verdad? Te ha robado dinero y ha vuelto a pincharse otra vez. ¿A que sí? No hace falta que me digas nada, lo sé. Mira, vamos a tomar un cafelito, yo te invito.

– No, vete tú. No estoy yo para cafelitos.

– Está bien -contestó Zezé, y se marchó a la cafetería de enfrente.

Lola comenzó a llorar sin ruido. Apenas si se le notaban unos leves espasmos en el pecho. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, estropeando el rímel de los ojos y el maquillaje de su rostro.

Zezé estaba en la cafetería de enfrente, iluminada. Vio la silueta de Lola apoyada en la pared. Abrió el bolso y sacó un espejito. Pensó en la última vez en que ella lloró y calculó el tiempo que tardaría su amiga en desahogarse.

Pidió un café con leche bien caliente, lo cubrió con el plato y cruzó la calle.

Lola le sonrió, aún con los ojos húmedos.

– Qué tonta eres, Zezé? le dijo, y comenzó a beberse el café.