Vivimos en un mundo cada vez más desigual, donde unos pocos lo acaparan todo y deciden el futuro de la gran mayoría de personas, mientras que el resto -esa amplia mayoría- tan solo trata de no dejarse arrastrar por la corriente de precariedad y vida líquida en la que vemos pasar nuestros días. El sentimiento de abatimiento es generalizado, y la impotencia domina nuestras vidas, en este contexto es lógico que la gente busque respuestas y soluciones desesperadamente. Es por ello que estos tiempos extraños, confusos, fragmentarios sean el caldo de cultivo perfecto de fascismos, populismos, nacionalismos, todos movimientos que comparten un sometimiento a la tradición y una visión conservadora del papel de las mujeres. La gente trata de agarrarse a un clavo ardiendo, porque de lo contrario le espera el vacío sideral. Nadie quiere caer, ¿a quién le gusta ser el eterno perdedor?

La cuadratura del círculo no existe, todos aquellos que tengan soluciones inmediatas y magistrales mienten; cuando no se puede distinguir la ciencia de la magia, es alquimia no química. Ni la renta básica, ni el trabajo garantizado, ni la subida o bajada de impuestos van a solucionar unos sistemas del bienestar ruinosos, pero sí es cierto que hay políticas que pueden ayudar a salir de esta y crear esperanza en la gente. Otras, por el contrario, son más de lo mismo: camino de perdición. Richard Sennett, en la década de los 2000 ya lo analizó. Se dio cuenta del cambio que se había producido en las sociedades occidentales, donde se había implantado una cultura del nuevo capitalismo, donde ya no existía el trabajo estable, ni la posibilidad de un proyecto de vida y familia próspero. La inseguridad había arraigado en los países desarrollados afectando a los vínculos sociales, y estos se habían disuelto en un marasmo de individualidad cortoplacista y desconfianza. Así iniciábamos la primera década del nuevo milenio.

Ya nadie quiere depender de los demás, se considera una vergüenza necesitar algo de alguien, y esto en la práctica cotidiana, mina los fundamentos esenciales de la confianza y el compromiso con los demás. Y sin esta confianza en el prójimo es imposible construir una sociedad sana, buena, que mire por el bien común y tenga un proyecto de futuro. Este sentimiento de desconfianza afecta al ámbito del trabajo, ya que es muy difícil que, en un sistema de turnos flexibles, fragmentados, subcontratados, etc. los trabajadores puedan organizarse y conocerse. Además, no tienen tiempo para compartir condiciones de vida y experiencias vitales, puesto que la mano de obra es flexible y rota muy a menudo. Aquí debemos señalar el papel de los Estados como colaboracionistas de este nuevo régimen de producción y de pobreza generalizada de los trabajadores, por no olvidarnos de la extrema precariedad y dobles (y triples jornadas de trabajo) con las que cargan a las mujeres.

Merecemos ser algo más que simple carne de cañón sobre la que reposa el mundo, y comenzar por restablecer el sentido del trabajo es un buen primer paso, de esta forma podremos comenzar a respetar a los demás aprendiendo a respetarnos a nosotros mismos.

El respeto, algo tan reivindicado por el feminismo, es denominador común con la lucha obrera, que trata de dignificar a los trabajadores, maltratados y ninguneados sistemáticamente por este mundo desigual.