Fábricas de cuentos
Javier MestreLa oveja roja

Fábricas de cuentos es la última novela de Javier Mestre, un texto ubicado en los finales de la década pasada protagonizado por dos amigas, Luz y Luna, compañeras en el pasado en sus estudios de periodismo en Madrid.

A quien haya leído Made in Spain (Caballo de Troya 2014) y conozca ya la literatura que practica Mestre, no le sorprenderá el planteamiento de esta más reciente publicación: Luz y Luna son amigas, sí, y periodistas de formación ambas, pero de orígenes distintos y condiciones materiales dispares, luego con trayectorias profesionales bien diferentes. Luz trabaja en una empresa de telemarketing con un contrato de treinta horas semanales y 750 euros, mientras que el colchón económico del que disfruta Luna le permite dedicarse a su mal pagada vocación.

La novela se estructura mediante contrastes en los que las mujeres son dos caras de una misma moneda que le sirven al autor para reflexionar sobre las relaciones existentes entre libertad (en todas sus acepciones y variantes) y recursos materiales. El relato, podríamos decir, también se divide en dos: de un lado la descripción descarnada de la realidad del telemarketing como mundo al que se ven abocados muchos licenciados universitarios. Del otro, el repaso crudo a las condiciones laborales del sector periodístico. Pero hay asimismo dos planos de análisis. El primero tiene que ver con las luchas capilares y multidireccionales de poder en el ámbito interno de la empresa privada. El segundo, con las relaciones de fuerza en el sector de la comunicación, es decir, con las pugnas de distintos poderes por la manipulación de la información.

Si partimos de la base de que el mundo del trabajo actual está marcado por la precariedad tanto material como simbólica, derivada de la crisis de legitimación del capitalismo que arranca en 2008, y que esta precariedad endémica ha acotado nuestro espacio de reacción, convirtiendo en muchos lugares la obediencia en pura dominación, no habría de sorprendernos (aunque sí nos sorprende pero esa es otra cuestión) la aparición en la novela de trabajadores explotados. Pero la crisis -y Mestre lo sabe bien- solo ha agravado una explotación laboral ya existente durante los mal llamados años de bonanza. La literatura -querámoslo o no- se inscribe en el tiempo en el que se produce, aunque buena parte de ella opaque las condiciones reales de existencia de ese tiempo para presentarnos otros aspectos menos contradictorios con la versión oficial del momento.

El mundo delineado por Mestre no es extraterrestre, es el nuestro. Por eso hay espacio en él para la cosificación del asalariado, el abuso, la (auto)censura, el menosprecio del trabajo del otro (sobre todo si es mujer y es joven), el estrés y la vulnerabilidad. A fin de cuentas, habitamos una realidad en la que bajar de la teoría a la práctica los derechos del trabajador se entiende como resistencia a la autoridad. Una realidad donde -ay, Marx- nada ni nadie escapa al fetichismo de la mercancía. Porque en la industria de la comunicación actual las piezas periodísticas son como cualquier otro producto, mercancía que se intercambia por un dinero que borra del objeto acabado -el artículo- las marcas de su producción. Por eso Luz “se sentía obrera de una industria cuya materia prima son las historias de terror de las personas”, escribe Mestre. Trabajadora de una fábrica de cuentos encargada de producir fast food-relatos en la vorágine de un mercado dominado por la inmediatez y la novedad.

Con Fábricas de cuentos vuelve Mestre a llamar a las cosas por su nombre. Habitamos un mundo regido por un sistema controlado en última instancia por los poderes económicos y mantenido sobre la base de la desigualdad que produce y reproduce. Las libertades aquí, entonces, quedan supeditadas a la supervivencia. Porque opinar, viene a mostrarnos la novela, es una práctica solo disponible para unos pocos: aquellos cuyas condiciones materiales se lo permitan. El resto nos topamos con unas puertas cerradas a cal y canto. ¿Qué hacer? La embestida de un cuerpo apenas moverá las puertas. ¿La de muchos? Sería cuestión de probarlo…