Hablar de Miguel Hernández en su radical historicidad[1], como se anuncia en el título de mi intervención, significa inscribir al personaje dentro de su concreta coyuntura histórica y asimismo analizarlo como una producción de unas condiciones históricas –sociales y económicas- específicas. De lo que se trata, por lo tanto, no es de interpretar el personaje como “sujeto creador” que no guarda relación alguna “ni con la realidad histórico-objetiva –esto es, con las estructuras sociales y los procesos históricos-, ni consiguientemente con los efectos de ambos en la constitución de las formas de la conciencia social”, como se pretende desde la crítica literaria idealista[2], sino, y muy al contrario, se trata de entender al personaje, a Miguel Hernández en este caso, como el resultado de unas relaciones materiales y asimismo históricas determinadas.
Pero, ¿cuáles son las relaciones sociales que, en última instancia, determinan a Miguel Hernández, entendido en tanto que producto de un tiempo histórico específico? Digámoslo, aun a riesgo de sintetizar demasiado, del siguiente modo: el triunfo de la burguesía en el siglo XIX supuso la puesta en funcionamiento de los mecanismos de producción y explotación capitalistas en la base de la sociedad. La superestructura, no obstante, seguía bajo la hegemonía de una nobleza anquilosada, en connivencia con la pequeña-burguesía, que veía, con el desarrollo de las relaciones sociales de la burguesía, peligrar la legitimidad de sus valores y su status de clase dominante. El triunfo de la burguesía, en las relaciones objeti- vas de base, supone el penúltimo intento de descomposición del antiguo mundo. El desajuste entre superestructura y base, o lo que es lo mismo: la contradicción ideológica entre unos valores en decadencia frente a los nuevos códigos que se establecen con la irrupción del capitalismo, provoca una profunda crisis, tanto a nivel social como ideológico. Frente al peligro inminente que supone la constitución de la sociedad burguesa, se produjeron las dos antinomias que habrían de marcar la lucha frente al capitalismo durante gran parte del siglo XX. La crisis ideológica que provoca el capitalismo hace que su desarrollo pretenda ser atajado desde dos frentes distintos y aun opuestos. Se trata de dos antinomias que se constituyen tanto a nivel de lo residual de la sociedad como desde lo emergente, tanto desde la reacción como desde la revolución, tanto desde la superestructura como desde la base. Nos estamos refiriendo, claro está, al fascismo, por un lado, y al comunismo, por otro. Miguel Hernández es un producto de esta crisis de valores producida en plena fase de consolidación del capitalismo y funciona como un elemento que actúa dentro de la fricción que cuestiona la legitimidad del capitalismo mismo.
En la dialéctica entre el capitalismo y sus antinomias, Miguel Hernández se posiciona desde un principio en el segundo término de la contradicción. Miguel siempre ha estado en el lugar de la antinomia, como así parece afirmarlo en una carta escrita a Federico García Lorca el 30 de mayo de 1933, donde se define del siguiente modo: “Soy, sin ser nada, comu – nista y fascista”[3]. La afirmación, a pesar de su laconismo y de su aparente carácter contradictorio, es sin duda elocuente. El poeta trata de definirse, de darse una identidad política, con dos atributos ideológicos opuestos, pero es del todo transparente al afirmar que se encuentra al lado de la antinomia, en el lugar de la oposición al orden capitalista. Dice ser comunista y fascista, aunque posiblemente no sepa cómo definirse, no sepa qué es o quién es realmente. No es consciente de quién es, pero será su inconsciente -el suyo y el de su época- quien nos advierta, mediante la duda que presenta la afirmación, que funciona como resultado de la contradicción entre un nuevo mundo emergente y sus antinomias. Y, tal vez, lo que de verdad es relevante en la afirmación de Miguel Hernández no es sino el matiz que se introduce entre el verbo y sus atributos, donde al tratar de definirse, de poner un adjetivo a su identidad, reconoce que lo que es –fascista y/o comunista- lo es “sin ser nada”. Frente a la taxonomía ideológica, ser fascista o comunista, nos hallamos en la no-identidad, en el vacío, ser sin ser nada. Miguel Hernández, o su inconsciente ideológico, se encuentra ante un nuevo mundo que no sabe explicar, que no reconoce y, como efecto dialéctico, tampoco es capaz de encontrarse y de reconocerse en él. Sabe que está en la antinomia, pero no sabe concretamente dónde; y ante el desconocimiento de sí mismo, lo que mejor le define es el vacío o la negatividad.
El fascismo de Miguel Hernández
Se ha hablado mucho de los orígenes sociales de Miguel Hernández. Sus biógrafos, y aun hagiógrafos, suelen resaltar que la familia Hernández-Gilabert “se encontraba en los
últimos peldaños de la escala social, al lado o poco más arriba de los braceros, de los arrie- ros y de algún que otro artesano y obrero asalariado” [4]. Sin embargo, conviene señalar que si bien la familia de Miguel Hernández era humilde y sencilla “en ningún momento raya en la necesidad ni en la pobreza, tal y como se ha podido creer según algunos testimonios” [5]. Es por eso que no tiene sentido “atribuirle una infancia pobre y llena de privaciones. De humil – dad sí es legítimo hacer mención puesto que la austeridad era moneda de cambio en el ambiente en que se crió el muchacho”[6]. El padre de Miguel, según Dario Puccini, “criaba cabras y ovejas y vivía del comercio de los corderos, de la leche, de los cueros y de la lana, un poco apartado de las organizaciones y ordenamiento de la vida oriolana, y sujeto a los altos y bajos de la demanda y de la oferta y quizá también a su menor o mayor disponibilidad de los campos de pastoreo”[7]. Sin embargo, otras fuentes nos invitan a pensar que el padre de Miguel, Miguel Hernández Sánchez, no estaba tan apartado de las “organizaciones y ordenamiento de la vida oriolana”, como sugiere el hispanista italiano. Bien al contrario, y siguiendo el testimonio de José María Arenas, quien fuera alcalde de Orihuela, don Miguel estaría plenamente integrado en la vida oriolana, contando entre sus amistades a los banqueros don Antonio Martínez Pina, de la Banca Balaguer, y don Francisco Martínez Cre mades, del Banco Español de Crédito en Orihuela. Parece ser que “don Miguel gozaba de un patrimonio económico nada desdeñable que no supo administrar ni compartir con su familia; al menos, sus cuentas corrientes no correspondían a las de un sencillo pastor o tratante de ganado, profesión escasamente reconocida que ocupaba un lugar entre los oficios más bajos, y ello explica que se codeara con importantes gestores de la economía comarcal”[8]. Un síntoma de la bonanza económica de los Hernández-Gilabert lo representa el cambio de domicilio de la familia cuando el pequeño Miguel apenas contaba con tres años de edad. Corría el año 1913 cuando deciden trasladarse a vivir a la calle de Arriba, 73, ubica- da a pie de montaña. Mientras dura la bonanza económica Miguel acude a la escuela hasta los seis años en el centro privado de educación preescolar, Nuestra Señora de Montserrate. No será hasta que el negocio familiar entre en crisis, como consecuencia de la muerte del hermano y socio de don Miguel, cuando nuestro poeta tendrá que abandonar las aulas para regresar dos años después, esta vez sí, al colegio de Ave María, adonde acudían los niños pobres del barrio. La posición social de Miguel poco o nada tenía que ver, por lo tanto, con el modelo de pobreza que se ha forjado alrededor de la figura del poeta y su familia.
Su posición de clase correspondía, más bien, a una clase intermedia que se aprovecha y extrae beneficio de la circulación del capital. No produce riqueza de la extracción de plusvalía –apenas tiene empleado a un trabajador- sino de la compra y venta de sus mercancías. La clase social a la que pertenece Miguel Hernández se siente espontáneamente atraída por los ideales y valores conservadores, y aun reaccionarios, que se erigen como los únicos capaces de hacer frente a los cambios que la sociedad anuncia. Se identifican con los defensores del orden, con la intención de mantener inalterado su estado de clase que, aunque mediano, resulta bastante digno en contraste con la situación en la que se encuentran campesinos, trabajadores manufactureros e industriales. Las transformaciones sociales que pro – pugna la modernización y el progreso de la sociedad capitalista, así como los cambios que persigue la revolución socialista, hacen que se sientan atraídos por el fascismo, como el aparato político más eficaz para mantener intacto su status.
Los orígenes de clase de Miguel Hernández explican, en cierto modo, la filiación fascista y la lógica contrarrevolucionaria que exterioriza su primera producción literaria. Por ejemplo, el 15 de octubre de 1930, Miguel Hernández publica en El Día de Alicante un poema titulado “La bendita tierra”, dedicada a la Huerta de Orihuela, donde dice:
¡No, no clavó su garra octubre en este mundo de verdores
que se ilumina y se recubre como un altar de luz y flores!
La lógica contrarrevolucionaria, en efecto, le impulsa a Miguel a escribir que la Huerta de Orihuela se mantiene verde, con luz y flores, porque octubre no ha clavado su garra. Los versos son lo suficientemente claros como para prescindir de la glosa, pues la asociación octubre/comunismo –basta recordar qué sucedió el octubre de 1917- resulta más que evidente.
En 1930, antes de la proclamación de la República, la garra de octubre era una amenaza tan externa como lejana para la reacción española, pero en 1934, la revolución constituye no sólo un peligro sino que adquiere forma de realidad. De este modo, lo expresa Miguel Her- nández en su poema “Profecía-sobre un campesino”, publicado en el primer número, correspondiente al mes de junio de 1934, de la revista Gallo Crisis, de clara orientación católica y dirigida por su amigo, igualmente católico y reaccionario, Ramón Sijé. El poema no tiene desperdicio:
PROFECÍA-SOBRE EL CAMPESINO
Tú no eres tú, mi hermano y campesino; Tú eres nadie y tu ira, facultada
De manejables arcos acerados. A tu manera faltas sosegada,
A tu amor y destino,
Veterana asistencia de los prados.
Es decir: el poeta asegura que el campesino ha dejado de ser quién era; campesino y poeta ya no están emparentados en tanto que hijos de Dios, pues el campesino se ha des- viado de los senderos trazados por el Señor, traicionando su pureza –su manera sosegada: su lugar orgánico natural en el mundo- a causa de dejarse manejar por los arcos acerados, esto es, por la propaganda de la hoz. Y añade en la tercera estrofa, tras advertir que la hoz le ha convertido en un cornalón, o de acusarle de haber sacado a Dios de los trigales:
Pides la expropiación de la sonrisa
Y la emancipación de la corriente
-¡y lo imposible!- del río.
Dejas manca en los árboles la brisa, Al ave sin reposo ni morada,
Con el hacha y el brío.
La carga semántica de los sustantivos “expropiación” y “emancipación” asocia, de inme- diato, los versos con la revolución y la reforma agraria. Pero lo expropiado en los versos y lo que se emancipa en la estrofa no es sino el orden sosegado y natural que el campesino ira – cundo ha pervertido. Los daños y las consecuencias serán, en efecto, desastrosas:
Escaso en todo y abundante en nada, El florido lugar de regadío
Se torna en secano.
A ras de amarillo nacimiento
Se queda la simiente, Sin el cuidado atento
De tu nocturna y descuidada mano.
La mano nocturna y descuidada del campesino, más preocupado en hacer la revolución que en la labor que le otorga el cielo, ha provocado que donde había tierra florecida ahora no haya más que tierra de secano. El campesino ha descuidado su lugar, dejándolo amarillo, al no regar la tierra y al no plantar semillas. Todo es desolación, se apunta más adelante, por- que la revolución –en tano que negación del trabajo- todo lo atiza y altera:
Al prado no pastura ya la oveja:
Pasto puro es la oveja ahora del prado.
¡Desolación!… ¡desolación!… La hoguera
¡qué riquezas! Altera,¡qué lucientes estragos!
¡qué admirables catástrofes! Atiza, Ardiente iniquidad de ciervos vagos.
Y por lo tanto:
Se cosecha ceniza, Parvas llamaradas,
En la Sagrada Forma de la era.Están las viñas ruines
Y las espigas desorganizadas.
¡Caín! ¡Caín! ¡Caín de los caínes! Inficionado de ambición, malgastas
Fraternales carmines,
Buscas el bienestar con malestares. Bate las tiernas hermosuras vastas De los verdes lugares,
A bocados, tu azada temerosa.Tu puño los viñedos ya no ordeña, Y el visco de su leche se derrama.
Y más adelante:
Tu voz, de valle en valle y peña en peña, De tu cólera espejo contrahecho,
Incita a tus iguales a verdugos,
Para sacar de todo -¿qué provecho?- Más trabajos, más bueyes y más yugos.
El campesino necesita renacer y volver al trabajo para encontrarse con su identidad pura y enderezar su camino:
¡Reciennacer! ¡Reciennacer! Precisas.
¡Reciennacer! En estas malas brisas
Que corren por el viento,
Dando lo puro y lo mejor por nulos.
¡Volver! ¡Volver! Al apisonamiento, Al apisonamiento de los rulos. Sentir, a las espaldas el pellejo,
El latir de las vides, el reflejo
De la vida del vino
Y la palpitación de los tractores.
Y sobre todo tiene que amar el trabajo:
¡Ay!, ¡ama!, campesino.
¡adámate! De amor por tus labores.El encanto del campo está seguro
Para ti, en ti, por ti, de ti lo espero.
Porque sólo así, sólo amando el trabajo, y obedeciendo su lugar orgánico natural, podrá fundirse con el bienestar que erróneamente persigue por medio de la revolución y la huel- ga, pues el bienestar sólo se logra con su alianza con el cielo, entendido como una recom- pensa de Dios. Dicen los versos finales:
En nombre de la espiga, te conjuro:
¡siembra el pan! Con esmero. Día vendrá un cercano venidero En que revalorices la esperanza, Buscando la alianza
Del cielo y no la guerra.¡Tierra! De promisión y de bonanza
Volverá a ser la tierra.
Pero el carácter fascista de la poesía del primer Miguel Hernández encuentra su más alta expresión en su auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve, publicado en Cruz y Raya, revista de José Bergamín, en los números 16, 17 y 18, correspondientes a los meses de julio, agosto y septiembre de 1934. El auto presenta una alegoría protagonizada por los siete pecados capitales que, armados de hachas, hoces y martillos, alteran todo orden natural. Al final, no obstante, todo terminara bien y se alcanza la paz social por medio de la Eucaristía. Se trata, como señala Eutimio Martín, de una “dramatización de la doctrina católica al servicio de la contrarrevolución” [9]. La obra funciona como una emulación de la lógica contrarreformista de los autores del Siglo de Oro, aplicando ahora el mismo esquema poético al servicio de la contrarrevolución. De este modo lo expone José Luis Ferris:
Miguel tiene el firme propósito de escribir una composición dramática de carácter alegórico que, ciñéndose a la definición tradicional del auto, ha de insistir en la exal- tación Eucarística y en el fenómeno de la Comunión con Dios. El espíritu que le guía es el mismo que en el siglo XVII impulsó a Calderón a emprender con su teatro una labor contrarreformista frente a la amenaza protestante, erigiéndose en portavoz de unas doctrinas que deberían aleccionar a un público generalmente inculto (…). La contrarreforma, sin embargo, que podía emprender Hernández en 1933, dado el con – texto político y social que le tocó vivir, no podía ser otra cosa que una reacción contra los efectos reformistas del régimen republicano, los nuevos planes agrarios, las reivindicaciones obreras instigadas por los rufianes de los nuevos tiempos, anarquis- tas y comunistas, que incitan a la quema de templos y a la huelga general [10].
Debido al carácter filofascista de la primera producción literaria de Miguel Hernández, bien merecería su autor aparecer en las páginas de la Historia de literatura fascista española del profesor Julio Rodríguez Puértolas, pues como dijo Pablo Neruda en 1940, “así como Miguel Hernández es el más grande de los nuevos constructores de la poesía política, es el más grande poeta nuevo del catolicismo español” [11]. Son, del mismo modo, bien significativas las palabras que José Bergamín escribió en 1969 sobre el auto sacramental de Miguel Hernández:
Cuando me presentó en 1934 el auto sacramental tuve que hacer yo el censurable censor y hacerle quitar algunas tiradas por fascistas. Fue poco lo que tuvimos que suprimir, algunas tiradas, algunos versos. Miguel lo aceptó sin dificultades[12].
Otro dato, ahora no literario sino biográfico, nos permite afianzar la tesis de la existen- cia de un primer Miguel Hernández próximo al fascismo. En el acto organizado en Orihue- la, en homenaje a Gabriel Miró, celebrado el 2 de octubre de 1932, el falangista Ernesto Giménez Caballero fue invitado –después de que otros insignes escritores rechazaran la invitación- a hacerse cargo del discurso inaugural. Vestido con camisa azul, y recién llega- do de su viaje de la Italia de Mussolini, Gecé aprovechó la escena y el pretexto del homenaje para hacer apología del fascismo. Giménez Caballero en su libro Memorias de un dictador narra el episodio en el que se encuentra con Miguel Hernández y Ramón Sijé y cuenta que “iniciamos un saludo de mano abierta ante el busto inaugural de Gabriel Miró con jerseys azules”[13]. Concha Zardoya, por su lado, en su biografía sobre el poeta oriolano, saca a colación una carta escrita por Giménez Caballero, el 19 de marzo de 1954, donde declara que Miguel Hernández y Ramón Sijé “fueron los primeros falangistas” y que los dos le “saludaron con la mano abierta” en el acto de homenaje a Miró[14]. Es lícito, sin embargo, dudar de la fuente pues es por todos sabido que Giménez Caballero tuvo siempre la costumbre de querer adscribir a su ideario político a todo tipo de intelectuales que poco o nada tenían que ver con el fascismo. La duda es igualmente pertinente si tenemos en cuenta que en ese mismo escenario se encontraban los republicanos Antonio Oliver –que de hecho fue detenido por enfrentarse dialécticamente con el falangista- y su mujer Carmen Conde, quienes en ningún momento han verificado la versión que expone en sus memorias Giménez Caballero. Es más, cabe especular que si Miguel Hernández hubiera actuado como el falangista señala, la relación que el poeta mantenía con el matrimonio Oliver-Conde podría haberse roto de inmediato.
Del mismo modo, en relación con el carácter filofascista de la primera producción lite- raria de Miguel Hernández, tampoco se deben desestimar para su análisis los lugares donde Miguel Hernández publica sus primeros versos. En efecto, escribe en El Pueblo de Orihuela y en Actualidad, periódicos vinculados con el sector más conservador de Orihuela, cuan- do no son directamente órganos de sus mismas instituciones. Del mismo modo, su primer poemario, Perito en lunas, que se imprime en las prensas del diario murciano La Verdad, a punto estuvo de no ser publicado debido a que el periódico fue clausurado por su implica- ción y su apoyo al golpe de Estado fallido del general Sanjurjo.
Así era y así se relacionaba el primer Miguel Hernández.
El comunismo de Miguel Hernández
Pero si Miguel Hernández ha merecido pasar a la posteridad literaria no ha sido por su producción literaria filofascista y aun anacrónica de su primera etapa. Bien al con- trario, el Miguel Hernández que la Historia de la literatura reivindica no es otro que el que llegara a constituirse como poeta del pueblo. Y no por aquello de que los que “ganaron la guerra (…) perdieron las páginas de los manuales de la literatura” [15]. Nada de eso, sino todo lo contrario: el primer Miguel Hernández no aportó prácticamente nada a la Historia de la literatura, pues no hizo más que aplicar los esquemas estéticos e ideológicos de la literatura de la reacción organicista de los Siglos de Oro a su reali- dad histórica presente. Por el contrario, el Miguel-poeta del pueblo, el que escribe desde y para las trincheras, inventó una nueva forma de literatura, un género literario nuevo que nacía de la unión de la tradición oral y popular de la literatura española con la propaganda; una literatura directa que buscaba interpelar a los soldados para que no se rindieran y se mantuvieran firmes en la lucha. Miguel inventa la figura del poeta que, como tribuno o intelectual orgánico, se dirige al pueblo y clama. Miguel es el pri- mer poeta que emprende una gira por España, por los frentes, y llena plazas de toros y estadios, para agitar al pueblo en armas. Miguel Hernández inventa, en definitiva, una nueva forma de hacer poesía.
Pero, ¿a partir de qué momento se produce el giro ideológico de Miguel Hernández? Si de lo que se trata es de señalar una fecha, no es desmesurado afirmar que Miguel Hernández se hizo comunista el 6 de enero de 1936. Miguel, que en esa época trabajaba en la recopilación de apuntes taurinos para la enciclopedia Los toros de José María Cossío, iba a sufrir un altercado con la Guardia Civil en San Fernando del Jarama, que marcaría un antes y un después en su sensibilidad política. Lo ocurrido esa tarde lo cuenta el pro- pio Miguel en una carta escrita a su novia Josefina [16]:
Siento mucho que se haya sabido en Orihuela lo que me ocurrió con la Guardia Civil. Verás: el día de Reyes íbamos a ir a San Fernando del Jarama, que es un pueblo próximo a Madrid, varios amigos. Nos citamos en la estación y luego resultó que a los otros se les hizo tarde y me fui yo solo a San Fernando. Yo, como siempre, me había dejado la cédula en mi casa y estaba, por las afueras del pueblo donde hay una guardería de toros, viéndolos; de pronto se presenta la Guardia Civil ante mí, me dicen que qué hago por allí, contesto sonriendo que nada y que estoy por gusto: mi sonrisa debió irritarlos mucho, me pidieron la cédula personal, les dije que no la llevaba y me dijeron que me llevaban detenido al cuartel de muy malos modos. Yo, indignado, les dije que aquellos no eran modos de tratar a una persona. Bueno; por esto nada más que pasó, en el cuartel me dieron no sé cuántas bofetadas, me quitaron las llaves de mi casa, me dieron con ellas en la cabeza, me llamaron ladrón, hijo de puta. Querían que dijera que había ido al pueblo a robar o a tirar bombas. Como no me sacaban otras palabras que no fueran de protesta, me dijeron que me iban a hacer filetes si no confesaba los crímenes que había cometido. Por fin, me dejaron telefonear a Madrid a mi amigo Cónsul de Chile, y sin darme ninguna explicación ni disculparse me dejaron libre. Comprenderás que desde aquel día tengo odio a la Guardia Civil, menos a tu padre, Josefina…
Miguel le cuenta con todo lujo de señales lo que acaeció aquella tarde. Aunque se le olvida apuntar un mínimo detalle: que no andaba solo, que aquella tarde le acompañaba Maruja Mallo. Pero este dato no nos interesa ahora. Lo que resulta de verdad relevante es que la detención de Miguel trascendería su vida privada y pronto se convertiría en asunto de índole político, como demuestra el apoyo que sus amigos poetas le brindaron mediante la publicación de un texto colectivo -reproducido en distintos periódicos- en protesta por los abusos que ejercían las fuerzas del orden. El texto, encabezado por Federico García Lorca, contaba con las firmas de José Bergamín, José María Cossío, Pablo Neruda, Rafael Alberti y María Teresa León, Arturo Serrano Plaja, Antonio Espina y Ramón J. Sender, entre otros. El epi- sodio constituyó un auténtico punto de inflexión en la vida y en el pensamiento político del poeta oriolano. Tras ser liberado, Miguel no duda en acudir a la búsqueda de Rafael Alber- ti y María Teresa León para afiliarse al Partido Comunista, según el testimonio que esta última presenta en su Memoria de la melancolía[17]. Para la pareja, el recuerdo de aquellas dos frases es suficientemente elocuente:
-Estoy con vosotros. Lo he comprendido todo.
Este hecho, sin embargo, se contrapone a lo que Josefina Manresa afirma en sus Recuerdos: “nunca le vi que tuviera el carnet de ese partido”[18]. Las palabras de Josefina, no obs- tante, habrán de ponerse en tela de juicio, puesto que la documentación conservada parece demostrar lo contrario de lo que la viuda expone. Cuando en los primeros meses de la Guerra Civil, concretamente el 23 de septiembre de 1936, Miguel Hernández decide alistarse a la milicia del Quinto Regimiento, en su ficha número 7.590 queda registrado como “meca- nógrafo” y como militante del PCE (literalmente, P.C.), con número de afiliación 120.395 [19]. De igual modo, si de lo que se trata es de mostrar testimonios y no datos documentales, lo expuesto por su mujer Josefina, que niega la militancia del poeta, queda contrastado con los testimonios de la hermana del poeta, Elvira Hernández, y las voces de algunos de sus anti – guos amigos y compañeros como Ramón Pérez Álvarez, Santiago Álvarez, Efrén Fenoll o Nicolás Guillén[20]. Efrén Fenoll asegura -con Ramón Pérez Álvarez, Elvira Hernández y Josefina Manresa de testigos- haber encontrado y entregado a esta última un documento que prácticamente zanjaría la cuestión:
Nos presentamos en casa de Josefina, Ramón y yo. Con ella estaba Elvira. Quería- mos ver lo que tenía Miguel para ponerlo a salvo porque temíamos que la familia no estuviera a la altura. En el cuarto de Miguel, en un armario, había una caja de zapatos y una vieja maleta llena de papeles, cartas, etc. Bajamos todo aquello y cayó al suelo un carnet color pajizo con una estrella de cinco puntas. Yo se lo señalé a Ramón que lo recogió y se lo entregó a Josefina encareciéndole que lo guardara bien porque era un documento importante[21].
A raíz de la postura adoptada por la viuda del poeta en años más recientes, negando categóricamente la militancia de Miguel, y teniendo en cuenta la personalidad de una mujer que nunca sintió la pasión política de su marido y a la vez tuvo que vivir bajo una dictadura en la que esta no era una carga menor precisamente, podemos imaginar qué ha sido de ese documento.
Pero, a falta de la verificación documental, la actitud de Miguel Hernández a partir de
1935 dista mucho de parecerse a la de aquel muchacho que escribía autos sacramentales y clamaba, con sus versos, la Eucaristía como el medio para alcanzar la paz social. Las cartas que escribe a Josefina, desde Madrid, constituyen una prueba irrefutable de su nueva concepción política de la sociedad. Miguel ahora se deja ver por los círculos comunistas y expresa un fuerte sentimiento anticlerical, como corrobora la carta escrita a Josefina en febrero de 1935:
(…) ¿Qué me dices? ¿Han quemado los conventos en Elche y Alicante? ¿Cuándo van a quemar al Obispo de Orihuela? Hace tres o cuatro meses lo vi en un restorán de gente comunista que yo conozco –claro que él no lo sabía- y al verme a mí se mar- chó corriendo. La dueña del restorán me dijo que la había estado haciendo señas y cuando yo le dije que era el obispo de mi pueblo, se puso a llamarlo sinvergüenza y muchas cosas más[22].
Miguel Hernández fue comunista y, en tanto que comunista, una vez iniciada la guerra quiso batallar, en primera fila de combate, lejos de las retaguardias donde se escondía el grueso de intelectuales republicanos. Porque Miguel fue siempre
…un “poeta combatiente”. Porque él no era como Rafael Alberti o como los otros que iban al frente, estaban en un acto y volvían a Madrid. Él estuvo allí todo el tiempo, igual que cualquier otro combatiente, lo que pasa es que era un poeta excepcional. Primero, los soldados le querían mucho: dormía con ellos, comía con ellos[…] no tenía ninguna razón de hacerlo, porque él podía estar más atrás en otro sitio que había para el Estado Mayor y para la gente colaboradora, pero no, él estaba con nosotros23.
La alusión a Alberti no es casual. El propio Miguel fustigó en sus artículos a los intelectuales que se escondían en la retaguardia y al ambiente burocrático y festivo de las ciudades, en contraste con la dura situación en los frentes[24]. De hecho, la actitud crítica de Miguel no se limitó al papel impreso. Cuenta Benjamín Prado cómo Miguel, el 25 de febrero de 1939, en el acto de homenaje a la mujer antifascista,
… estaba viendo cómo en la retaguardia el dinero corría a raudales, en los agasajos que se preparaban a los camaradas ingleses y a las delegaciones comunistas extranjeras, que se asomaban a la puerta con la curiosidad del que viene a un safari prestigioso, pero sin mayores riesgos, mientras en las trincheras los soldados vivían la extrema necesidad. Ese era un dinero del pueblo que debería gastarse en el pueblo, en armas y víveres, dijo. Y repitió estar harto de comprobar cómo una vez más quienes arrimaban el hombro y se jugaban la vida eran unos, y quienes descorchaban las botellas de vino, otros, y que ellos no eran más que señoritos. Alberti y sus camaradas le invitaron con algazara a que todo eso lo pusiera por escrito en la pizarra que había en un rincón para someterlo a estudio. Así que el poeta, tomó la tiza y escribió con imperturbable serenidad: Aquí hay mucho hijo de puta y mucha puta. Entre los presentes estaba María Teresa León, mujer de Alberti; esta se dio por aludida, se abalanzó furiosa sobre Miguel Hernández y le propinó un puñetazo que le tumbó de espaldas y le rompió un diente[25].
Era demasiado cierto lo que decía Miguel que, de este modo, tildó de cobardes a los intelectuales que vivieron la vida protegidos en la retaguardia:
… Valientemente se esconden, Gallardamente se escapan
Del campo de los peligros,Estas fugitivas cacas,
Que me duelen hace tiempo
En los cojones del alma.
Contra la construcción neohumanista de Miguel Hernández
Este es Miguel Hernández en su radical historicidad: un sujeto que no está exento de exteriorizar las contradicciones de la época en la que vivió. Es necesario reivindicar este Miguel Hernández para no alejarnos en exceso de su auténtico retrato ni de la realidad histórica en que, en tanto que sujeto histórico, se inscribe; si no es así, no trazaremos sino una caricatura de un personaje más exótico que real, más romántico que histórico, que poco o nada tendrá que ver con su Historia y, en consecuencia, con dificultad podrá ser reconocida por el presente.
Existe este peligro. Vivimos tiempos posmodernos en los que los hechos históricos, cuando no son entregados al olvido, regresan a nuestro presente mediatizados por el incons- ciente de nuestra época, esto es, despolitizados y desideologizados. Y así regresa Miguel Hernández el año de su centenario, como un personaje a quien se le ha borrado la huella de lo político y lo ideológico. De forma muy acertada lo exponía, en el número de enero de Mundo Obrero, Felipe Alcaraz:
Van a intentar por todos los medios digerir su figura, salvarla del “sectarismo de sus camaradas”. Porque en el fondo no quieren remediar su ausencia, sino trucarla, ya que no pueden construir el olvido. Y a esta nueva batalla, para salvar el rostro ver- dadero de Miguel, estamos convocados los comunistas[26].
En efecto, se trata de salvar el rostro verdadero –de su radical historicidad- de Miguel Hernández. Porque la posmodernidad está celebrando su figura pasándola por el filtro de un neohumanismo que no busca sino desplazar lo político y lo ideológico de su biografía y de su producción literaria en virtud de lo humano. Lo político, lo ideológico, y aun lo social, se interpreta como un elemento accidental que nada implica en la verdad de la Historia. Lo esencial es la categoría de lo humano que desplaza –y aniquila- a todas las demás. No es casualidad que los portadores privilegiados de ideología que escriben en El País Semanal del 7 de marzo del presente 2010, en el número dedicado a Miguel Hernández, hagan, con sospechosa insistencia, constantes alusiones al poeta en tanto que hombre y nunca se refie- ran a él como sujeto político ni se hagan referencias explícitas a su ideología. Por ejemplo, un notabilísimo novelista escribe que “su martirio real no nos exime de la necesidad de mirar su figura completa como escritor y como hombre, que es mucha más rica”[27]. O, más adelante, cuando explicita de qué está hablando, dice:
… la vida no de un inocente, ni de un buen salvaje exótico, ni la de un santo, sino la de un hombre que sobreponiéndose a circunstancias terribles logró hacer de sí mismo aquello que soñó desde que era un chaval pastoreando cabras: un poeta y un hombre en la plenitud de su albedrío[28].
En otro artículo, un famoso cantautor hace su propia definición del personaje:
… rindo un fraternal homenaje al poeta, al niño cabrero, al amigo desgajado, al amante exiliado, al padre huérfano, a la víctima de las cárceles de la dictadura, al hombre que cada vez que colgaba al sol los sueños, la vida le dejaba carbón [29].
El léxico neohumanista está presente en su definición, donde las categorías humanas
–poeta, niño, amigo, amante, padre, víctima, hombre- han desplazado totalmente a la cate- goría política que no aparecen en ninguno de los sustantivos ni adjetivos de la semblan- za. La categoría hombre desplaza y aniquila cualquier categoría de tipo histórica, política o social.
En el número especial de El País Semanal no hay una sólo referencia a la posición política de Miguel Hernández. Se dice que escribe “poesía bélica, comprometida, con el objetivo de flagrar la lucha por la civilización de los soldados, para hacer resplandecer como fuego o llama la causa de la justicia” [30]. Pero no se pone nombre a esa causa de la justicia que -Miguel lo tenía claro- sabemos que se llamaba comunismo. Se habla, en el mismo artí- culo, de un “poeta ético, moral, había entregado su fe y sometido a riesgo su vida por una causa noble en la que perdería todo lo que le hacía vibrar”, pero, de nuevo, no se explicita cuál era esa noble causa[31].
En realidad sí hay una referencia a su pertenencia al Partido Comunista, aunque sólo se alude a ella para negarla de inmediato, obedeciendo –sin contrastarlo- el testimonio de la viuda:
Tras su muerte se habló con insistencia de su pertenencia durante la guerra al Parti- do Comunista, aunque tal circunstancia fue siempre negada por su esposa, pero ya en la década de los noventa se halló la ficha de afiliación de Hernández al Quinto Regi- miento, en el que aparece como militante comunista. Es éste un dato claro, aunque algunos autores dudan de su veracidad debido a las irregulares circunstancias de los registros propios de la guerra. [32]
El artículo que cierra el dossier que se le dedica a Miguel Hernández corre a cargo de un poeta ilustre. En un momento del mismo, saca a colación un verso de Miguel Hernández que dice: “Algún día / se pondrá el tiempo amarillo / sobre mi fotografía”[33]. El paso del tiempo vuelve de color amarillo las fotografías desgastadas. Pero no ha sido el paso del tiempo lo que ha vuelto la fotografía de Miguel Hernández de color amarillo, sino el filtro de nuestro tiempo –nuestro tiempo amarillo y posmoderno- que quiere borrarle el color rojo a su fotografía, el rojo de sus versos y de su Historia; este tiempo amarillo pretende traerlo a nuestros días despolitizado y debilitado, para que no podamos reconocernos ni en él ni en su pasado: para que no moleste mucho, en definitiva. Se pondrá, en efecto, el tiempo amarillo sobre su fotografía cuando terminen por apropiarse de Miguel Hernández estos intelectuales amarillos de la falsa izquierda que ya están tocando demasiado los cojones del alma.
NOTAS:
[1] Tomo el término de Juan Carlos Rodríguez. Para una definición más exacta de radical historicidad, vid. Juan Car – los Rodríguez, Teoría e Historia de la producción ideológica, Madrid, Akal, 1991.
[2] Françoise Perus, “Estructura social y producción intelectual”, en Literatura y sociedad en América latina: el modernismo, México, Siglo XXI, 1976., pág. 26.
[3] Carta a Federico García Lorca. Orihuela, 30 de mayo de 1933. Miguel Hernández, Epistolario , Madrid, Alianza, 1986, pág. 83.
[4] Dario Puccini, Miguel Hernández: Vida y poesía y otros estudios hernandianos, Alicante, Instituto de Estudios
Juan Gil-Albert, 1987, pág. 21.
[5] José Luis Ferris, Introducción a Miguel Hernández, Antología poética , Madrid, Austral, 2000, pág. 17.
[6] José Luis Ferris, Miguel Hernández. Pasiones, cárceles y muerte de un poeta, Madrid, Temas de Hoy, 2002, pág.
29.
[7] Dario Puccini, Op. cit., pág. 21.
[8] José Luis Ferris, Op. cit., 2002, pág. 97.
[9] Eutimio Martín, El oficio de poeta. Miguel Hernández, Madrid, Aguilar, 2010, pág. 238.
[10] José Luis Ferris, Op. cit., 2002, págs. 162-163.
[11] Pablo Neruda, Para nacer he nacido , Barcelona, Bruguera, 1981, pág. 78.
[12] Maurice Chevalier, L’homme, ses oeuvres et son destin dans la poésie de Miguel Hernández , Lille, 1973, pág.
XXVII.
[13] Ernesto Giménez Caballero, Memorias de un dictador, Barcelona, Planeta, 1979, pág. 62.
[14] Concha Zardoya, Miguel Hernández (1910-19429). Vida y obra, bibliografía, antología, New York, Hispanic
Institut in the United States, Columbia University, 1955, págs. 15-16.
[15] Andrés Trapiello, “¿Quién piensa en 1936?”, El País (18-11-1984). Cfr. Julio Rodríguez Puértolas, La literatu- ra fascista española, Madrid, Akal, 2008, vol. 2, págs. 11-12.
[16] Carta a Josefina Manresa. Madrid, mediados de febrero de 1936. Miguel Hernández, Op. cit., 1988, págs. 60-
61.
[17] María Teresa León, Memoria de la melancolía, Barcelona, Bruguera, 1979.
[18] Josefina Manresa, Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández, Madrid, De La Torre, 1980, pág. 100.
[19] Todos estos esclarecedores datos están espléndidamente resumidos en el artículo de Eutimio Martín “La mili- tancia comunista de Miguel Hernández”, Ínsula, nº544 (Abril, 1992), págs. 5-7.
[20] Vid. Nicolás Guillén, “Milicia y permanencia de Miguel Hernández”, en Homenaje a Miguel Hernández, La
Habana, 1943, págs. 9-14.
[21] Ibid., pág. 7.
[22] Carta a Josefina Manresa. Madrid, febrero de 1935. Miguel Herández, Op. cit., 1988, pág. 40.
[23] María Gómez y Patiño, Propaganda poética en Miguel Hernández – Un análisis de su discurso periodístico y político (1936-1939), Valencia, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1999.
[24] Miguel Hernández, Obra completa, Agustín Sánchez Vidal y José Carlos Rovira (eds.), Madrid, Espasa-Calpe,
3 vols., 1992. pág. 2166 y ss.
[25] Benjamín Prado, Los nombres de Antígona , Madrid, Aguilar, 2001. Cfr. Andrés Trapiello, “El hedor del dine – ro”, Magacín (Suplemento cultural de La Vanguardia), 11 de marzo de 2001.
[26] Felipe Alcaraz, “Resulta que el poeta Miguel Hernández era comunista”, Mundo Obrero , nº 220 (enero de 2010), pág. 32.
[27] Antonio Muñoz Molina, “El hombre nacido para el luto”, El País Semanal, nº 1745 (7 de marzo de 2010), pág.
39. La cursiva es mía.
[28] Ibid. , pág. 39. La cursiva es mía.
[29] Joan Manuel Serrat, “Versos para cantar”, El País Semanal, pág. 45.
[30] Alfonso Guerra, “Inocencia y compromiso”, El País Semanal
[31] Ibid., pág. 43.
[32] Ibid., págs. 42-43.
[33] Crf. Luis García Montero, «El tiempo amarillo», El País Semanal, pág. 48.
(*) Transcripción del texto de la ponencia “Miguel Hernández en su radical historicidad”, leída en el Ateneo de
Madrid el 6 de mayo de 2010, dentro de los actos del Centenario de Miguel Hernández.
Publicado en el nº 224-225 de Nuestra Bandera. Año 2010