La dictadura franquista se construyó, consolidó y perpetuó sobre la base de una represión en la que uno de sus ejes fundamentales eran las cárceles. Entre ellas, la Prisión Central de Burgos fue la de mayor relevancia para presos políticos varones, debido a que durante los años cuarenta y cincuenta la dictadura concentró allí a los antifranquistas más destacados: comunistas, anarquistas y socialistas. Al inicio de los sesenta, había en Burgos 580 presos políticos. De ellos, más del 80% de ideología y militancia comunista. Era una realidad repetida en la mayoría de las prisiones que solo cambió en los últimos años de la dictadura. Entre los muchos dirigentes del PCE que “penaron” en Burgos, citaremos a Marcos Ana, Miguel Núñez, Sánchez Montero, Ramón Ormazábal y Pere Ardiaca.
El penal de Burgos había sido construido a las afueras de la ciudad, en un lugar húmedo y fangoso. Fue inaugurado el 31 de julio de 1932 para acoger a unos 850 presos, distribuidos en 95 celdas. Pero, a partir del golpe de estado de 1936 alcanzó los cuatro mil, rápidamente se completó con presos no solo de la capital y provincia, sino también de las limítrofes o incluso del frente de Somosierra, distante 150 km, en dirección a Madrid. Allí cumplieron las condenas impuestas por los consejos de guerra acusados de rebelión militar por defender la legalidad democrática frente a la sublevación militar. La obediencia, disciplina y el adoctrinamiento político y religioso eran elementos caracterizadores de la prisión franquista: la asistencia forzosa a misa, los desfiles y la formación en el patio, el saludo brazo en alto, los cánticos de los himnos falangistas y como símbolo de humillación la obligatoriedad de los presos de las brigadas de higiene de fregar el suelo de rodillas, protegidos únicamente con unas cubiertas de automóviles. Frente a la imposición, desde bien pronto, los presos se organizaron. Quienes eran militantes continuaron militando para lo que crearon las estructuras necesarias. Como lo más urgente era la subsistencia, rápidamente se crearon las comunas. Agrupados por organizaciones políticas o sindicales, compartían los víveres que pudieran llegar de sus familiares del exterior. Pero no se limitaba al aspecto alimenticio, pues la protección y solidaridad alentaban la fortaleza psicológica y de combate de los camaradas presos. Cada una de las tres brigadas tenía varias comunas integradas por seis u ocho miembros. En cada agrupación una “madre” era el encargado de repartir a partes iguales la comida, la ropa, el tabaco y el dinero (guardado en una caja comunal) que recibían todos los miembros de la comuna del exterior. El reparto era equitativo, independientemente que a unos les enviaran más cosas que a otros, que incluso no recibían nada.
Desde 1942 y especialmente a partir de 1946, la Dirección General de Prisiones trasladó a este penal a destacados militantes de organizaciones antifranquistas que les hubieran conmutado la última pena y a los principales dirigentes políticos detenidos por reorganizar clandestinamente sus estructuras. Pretendían mantenerlos controlados para evitar posibles levantamientos y la realización de campañas de propaganda contrarias al régimen. Como explicaba el comunista Matías Esteban: “la prisión de Burgos era una cárcel de concentración, concentraban a la gente más significada, ellos de inicio pensaron que eso era aislar a la gente, pero consiguieron lo contrario”. El PCE y la JSU organizaron unas direcciones clandestinas con sus diferentes secretarías formadas por veteranos dirigentes. Crearon varias comisiones: una de debates ideológicos, otra jurídica con camaradas abogados constituida en asesoría legal y otra de vigilancia para inspeccionar el movimiento de los guardias y tener a resguardo los documentos que pudieran poner en peligro la actividad clandestina de la organización. Para evitar posibles infiltraciones policiales entre los que ingresaban en la prisión, el Partido estudiaba a cada preso, pasando un período de depuración y aislamiento para proteger a los demás camaradas, siendo contrastada la información por el resto de detenidos del mismo sumario. La labor política del PCE incidía en la conmemoración de fechas significativas para elevar su moral y la identidad comunista. Los camaradas que salían en libertad provisional recibían antes de salir un curso para prepararlos en su regreso a la lucha clandestina, tanto en cuestiones de seguridad como en la conducta que debían tener si volvían a ser detenidos ante la policía.
El interior de las cárceles era un escenario más de la lucha contra la dictadura franquista, personificada en la dirección de la Prisión de Burgos, contra la que organizaban plantes, huelgas de hambre y a la que llegaban continuos escritos de protesta. Las reivindicaciones abarcaban cualquier asunto de la vida cotidiana como la escasez o baja calidad de la alimentación, el agua fría de la ducha, las condiciones de los espacios para las comunicaciones,… El penal de Burgos fue la vanguardia de la lucha tras las rejas franquistas, como la reivindicación del estatuto del preso político, con cartas a los organismos internacionales, además de las remitidas a las autoridades penitenciarias. Aunque se sabía que no era un objetivo alcanzable, mantenía el pulso a la dictadura. Varias fueron las conquistas de los presos de Burgos, tras años de luchas y muchas sanciones: aislamiento en celdas, paralización de la redención, pérdida de comunicaciones escritas o visitas. Los castigos no hacían sino perseverar en la resistencia. Tras veinte años de misa obligatoria los domingos y “fiestas de guardar” a comienzos de los sesenta lograron elegir una alternativa, aunque inicialmente tuvieron que aceptar lecturas comunitarias de “índole moral” elegidas por el capellán de la prisión. Otra victoria significativa fue la eliminación del humillante fregado del suelo de rodillas.
La ingente actividad cultural que se desarrollaba en el penal hizo que la llamaran la “Universidad de Burgos”. El nivel intelectual era muy elevado, pues coincidieron abogados, profesores, músicos o pintores como José Bartrina, Alberto Sánchez, Agapito del Olmo, Horacio Fernández, Valentín Bea y Agustín Ibarrola, junto con multitud de obreros que agradecieron las clases, conferencias y “talleres formativos” que organizaban al margen de la institución penitenciaria. En las galerías, los comunistas leían un boletín de noticias con las informaciones que llegaban del exterior por familiares y por escritos pasados clandestinamente, como reconocía Antonio Sastre, “me tocó un mes o dos porque la celda mía daba a un patio y aquí bajando una cuerda me ataban los cigarrillos y algo de comida y las noticias de lo que ocurría en el mundo”. También había una tertulia literaria, “La Aldaba”, con Marcos Ana, Manuel de la Escalera o Ángel Poyatos. Llegaron a editar manualmente Mundo Obrero, Juventud Libre, Universidad y Muro, publicaciones realizadas con una excelente caligrafía miniaturizada, cuyo soporte a veces era el papel cebolla. Durante cinco años los presos elaboraron un programa “Antena de Burgos” para Radio España Independiente, “La Pirenaica”, emisora del PCE que emitía desde Bucarest para toda la España antifranquista. Lo que ocurría en la cárcel, inmediatamente se conocía en el exterior porque se comunicaba en las ondas, para mayor enfado de la dirección del penal.
Si la cárcel de Burgos era de hombres, la mayoría de sus visitantes eran esposas, madres e hijos. Sus familiares se organizaban -pues había presos de todos los rincones de España- para viajar hasta allí los días de visita o el 24 de septiembre, fiesta de La Merced, patrona de la institución penitenciaria. Ese día se permitía el acceso y estancia de los niños junto a sus padres dentro de la cárcel. Durante unas horas, la dictadura escondía su crueldad tras las sonrisas infantiles. Existían unas redes de colaboración y solidaridad formadas por vecinos de la capital burgalesa que ayudaron a los presos con envíos de comida y alojamiento a sus familiares. Allí también debían acudir las abogadas como María Luisa Suárez, una de las más destacadas defensoras de los presos comunistas. Las “mujeres de preso” eran fundamentales para el sustento emocional de sus familiares, pero además servían de enlaces políticos con el Partido, introducían o sacaban información, prensa (Mundo Obrero) y libros prohibidos, incluso aparatos de radio. Fueron camaradas de la lucha hasta el final de la dictadura.
Ejemplar de Mundo Obrero confeccionado manualmente por los presos del penal de Burgos en julio de 1947.