Decía Vázquez Montalbán que “el socialismo sin marxismo es como una tortilla de patatas sin huevos y sin patatas”. Hace rato que el PSOE, desde el felipismo ilustrado concretamente, renunció al marxismo para ubicarse en el limbo de la socialdemocracia, es decir dentro del capitalismo, sin alterar el orden establecido, levantando la bandera del centro izquierda. O sea de un capitalismo “bueno”, que no afecte los intereses económicos de las élites y al mismo tiempo que no castigue excesivamente a los trabajadores. Iba a decir a la clase trabajadora, pero me acordé que ese concepto ya no figura en el diccionario del socialismo posibilista actual. En palabras más realistas y existencialistas, esa aspiración de un capitalismo bueno es “una pasión inútil” como decía Sartre del hombre.
No obstante, Pedro Sánchez cuando se vio casi afuera de la familia por mandato de los capos históricos del felipismo, tuvo un arrebato juvenil y rebelde. Se puso la boina de las batallas heroicas y salió por los caminos de España a luchar contra los molinos conservadores. Hasta culpó de su casi exclusión a las empresas del Ibex y, ya puesto, también a PRISA.
Tanta sinceridad revolucionaria tocó la fibra sensible del socialismo de toda la vida y como quien baja de la sierra y en brazos de multitudes reivindicadas, reasumió el mando socialista y resucitó esperanzas abandonadas.
No tardó mucho en tirar la boina, ponerse la chaqueta y la corbata y retomar la sensatez adulta para tranquilidad del empresariado que siempre desconfía. Hasta PRISA entendió que un desliz lo tiene cualquiera, para recibirlo con las páginas y los micrófonos abiertos.
Sin huevos y sin patatas
De vuelta a casa como el hijo díscolo que sentó la cabeza, aceptado por los padres felipeguerristas, despojado de utopías juveniles, metido en la realidad que es como es, Pedro Sánchez inició la campaña para gobernar España, que lo estaba esperando para vivir sin sobresaltos bolivarianos.
Desempolvó el libro de las promesas incumplidas, se sacó la chaqueta y en mangas de camisa, aunque sin la pana de sus antecesores, piloteó los mítines con maestría cosa que nadie pudiera señalarlo como muy de izquierda pero tampoco de derecha y menos de neutro. Y aunque parezca mentira salió ileso y radiante a pesar de tantas gambetas ideológicas.
Hizo promesas de izquierda que por esos misterios del ser o no ser, no asustaron mucho a la derecha y desconcertaron a los del centro, si es que eso existe en realidad.
Dijo que iba a derogar la ley mordaza. Dijo que iba a derogar la reforma laboral del PP (ni una palabra de la reforma laboral del PSOE por supuesto) y otras lindezas por el estilo. Todo tipo OTAN de entrada no, es decir, con la suficiente ambigüedad como para que se tengan en cuenta sin tomarlas demasiado en serio.
Aclaró, si alguien sospechaba de su centrismo socialista, que nunca tomaría como socios a Unidas Podemos ya que con solo pensar que tendría que compartir el gobierno con Pablo Iglesias, no podría dormir.
Ganó y como no le alcanzó para ser presidente, tardó menos que Solana en soltar la pancarta de NO a la OTAN para ser secretario general de la OTAN, en abrazarse con Pablo Iglesias y dormir muy tranquilo como presidente de la monarquía parlamentaria española.
Hoy un juramento, mañana una traición
Así cantaba Gardel un tango que tituló “Amores de estudiantes”, que seguramente no conocerá Pedro Sánchez, o sí, nunca se sabe.
Para ser breve, digamos que todos los juramentos que hizo en la campaña electoral y también al principio de su gobierno fueron incumplidos y no digo traicionados que suena muy radical.
Ni derogación de la ley mordaza, ni derogación de la reforma laboral, ni nada por el estilo. Pero lo peor estaba por venir.
Con la guerra en Ucrania, un lunes declaró que España no enviaría armas a los ucranianos. El martes dijo que España enviaría armas a Ucrania. No faltan quienes piensan mal y dicen que fue urgentemente corregido por la OTAN y EEUU. “Todo pasa”, decía Julio Grondona presidente de la AFA para disimular las cosas turbias del fútbol argentino y sudamericano. En realidad, no pasa nada. Tal vez por eso algunos políticos se permiten afirmar una cosa y la contraria, de un día para el otro, como si nada.
Y como guinda para este pastel indigesto, se unió a la postura del rey de Marruecos con respecto al pueblo saharaui, y aquí sí que no cabe otra palabra que traición, dolorosa traición al pueblo saharaui. Además, negó lo que dice el propio programa del PSOE. Por supuesto, todo dentro del más riguroso progresismo. No en vano es el gobierno más progresista de la democracia. Y si no, que le pregunten a las eléctricas y a los grandes empresarios. Además, un gobierno progresista que se precie, se opone a la investigación de los posibles actos turbios del emérito campechano y a destapar la olla de la acción terrorista del Gal en tiempos felipistas.
Ahora, claro, hay que tener en cuenta que si nos ponemos criticones, idealistas e izquierdistas de café y no vemos que la realidad es la que es, tampoco veremos que así le haríamos el juego a la derecha. Por eso, lo práctico y posmoderno es repetir lo que decían los súbditos de “Las mil y una noches”: escucho y obedezco.