«Bien, la evolución es una teoría.
También es un hecho. Y hechos y teorías son cosas diferentes, no peldaños en una jerarquía de certeza creciente. Los hechos son los datos del mundo. Las teorías son estructuras de ideas que explican e interpretan los hechos. Los hechos no se marchan cuando los científicos debaten teorías rivales para explicarlos. La teoría de gravitación de Einstein reemplazó a la de Newton en este siglo, pero las manzanas no se quedaron suspendidas en el aire esperando el resultado».

«Un hombre no alcanza el estatus de Galileo simplemente porque sea perseguido, sino que también debe tener la razón»

Seguramente entre las personas lectoras de esta columnita hay fans de los Simpson. Y puede que alguna recuerde el episodio en el que Lisa encuentra un supuesto ángel y pide ayuda a un científico. Pues este científico, tan famoso que incluso sale en dicha serie, no es otro que el fantástico divulgador y biólogo Stephen J. Gould, nuestro protagonista de hoy.

Stephen Jay Gould, nacido en 1941, fue un estadounidense multitarea: paleontólogo, geólogo, biólogo evolutivo, historiador de la ciencia y uno de los más influyentes divulgadores científicos. No en vano insistió siempre en que él escribía de la misma forma para los científicos y para los legos, y así era. No había artículo, por muy técnico que fuera, que no constituyera un ejemplo de claridad incluso para quien no estuviera familiarizado con la materia. De hecho, Gould fue pionero en eso de la divulgación interdisciplinaria, enlazando conocimientos a priori inconexos para ofrecer un mapa amplio de cualquier cuestión que tuviera a bien abordar.

En el plano netamente académico, Gould pasó la mayor parte de su carrera docente en la Universidad de Harvard y en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Y su vida profesional está plagada de reconocimientos, dentro y fuera de la academia.

Aunque también tuvo sus encontronazos científicos, no crean. ¿Recuerdan el tan traído y llevado incendio con la Sociobiología de E.O. Wilson? Pues Gould no podía ser menos y ahí estuvo, en el ajo. Cuando en 1975 Wilson presentó su análisis de la conducta humana desde el punto de vista de la sociobiología, Gould y Richard Lewontin, entre otros, escribieron una carta abierta con gran repercusión mediática donde criticaban la «visión determinista de la sociedad y acción humanas» de Wilson. Y es que, aunque Gould no descartaba absolutamente las explicaciones sociobiológicas para muchos aspectos del comportamiento animal, el enfrentamiento entre Gould, Lewontin y Maynard Smith, por un lado, y Wilson, Dawkins, Dennett y Pinker, por otro, fue épico. Los “sociobiólogos” acusaron a Gould y compañía de «científicos radicales» y de que su opinión sobre la naturaleza humana estaba basada en la política en lugar de la ciencia. Y frente a esto, Gould respondió:

“Crecí en una familia que participaba en campañas de justicia social y participé en el movimiento de derechos civiles siendo estudiante a comienzos de la década de 1960, un tiempo de gran emoción y muchos logros. Los eruditos se cuidan a menudo de citar esos compromisos. [Pero] es peligroso para un erudito imaginar que pueda alcanzarse una neutralidad perfecta, porque entonces uno deja de estar alerta sobre sus preferencias personales e influencias y entonces puede caer víctima de prejuicios. La objetividad se debe definir operacionalmente como el trato equitativo a los datos, no a la ausencia de preferencia”.

Nuestro protagonista, como decíamos, no negaba la importancia de la biología en la naturaleza humana, pero encaró el debate desde un punto de vista muy distinto: “[el cerebro humano] nos permite ser agresivos o tranquilos, dominantes o sumisos, rencorosos o generosos […] La violencia, el sexismo y la maldad generalizada son biológicos, ya que representan un subconjunto de un posible rango de comportamientos. Pero la paz, la igualdad y la bondad son igual de biológicos —y podríamos ver aumentada su influencia si podemos crear estructuras sociales que les permitan prosperar—».

Qué maravilla leer posiciones tan optimistas frente a los postulados del “todo mal”, ¿verdad?

La selección natural no es el único motor de la evolución

El padre del Equilibrio Puntuado, su famosa teoría elaborada junto a Eldregde fue, sin duda, un darwinista orgulloso. Pero tan orgulloso que no la aceptó como un catecismo y abordó las necesarias mejoras en una suerte de evolucionismo del siglo XXI que podemos resumir en tres puntos: la selección natural no consiste siempre en competencia entre individuos; la selección natural no es el único motor de la evolución y la evolución no es siempre una transición suave y gradual. Polémico, sin duda, pero… ¿cómo, si no con polémicas, avanzaría la ciencia?

Gould tuvo tiempo para casi todo: para el béisbol, para organizar cuantos saraos fueran necesario para abolir leyes segregacionistas injustas, para defender sus posiciones marxistas en la ciencia y en la vida y, también, para revolucionar las teorías de la evolución y para dejarnos algunos de los mejores libros de divulgación científica: “La falsa medida del hombre”, “El pulgar del panda”, “La vida maravillosa”, “La sonrisa del flamenco”, “Ontogenia y Filogenia” o “Brontosaurus y la nalga del ministro”.

Nos dejó hace casi 20 años, el 20 de mayo de 2002. Háganse un favor y busquen sus obras: no habrá mejor homenaje para él y para ustedes.

Coord. Área Medio Ambiente IU